Un nazi contra el narco El biólogo de las SS que quiso acabar con la cocaína
En 1991, un científico nazi -antiguo miembro de las SS- fue asesinado en su casa de campo de Argentina, ¿por qué? Un caso que dio la vuelta al mundo.
Martes, 14 de Diciembre 2021
Tiempo de lectura: 6 min
El anciano apareció tirado bocabajo en el suelo de su casa de campo. Murió asfixiado, con la boca y la nariz tapadas con cinta aislante; y atado de pies y manos. Era el 17 de diciembre de 1991, un caluroso día en el verano austral de Argentina.
Al lado del cadáver había una grabadora de casetes, pero estaba vacía. La investigación se zanjó rápido y sin esclarecer nada. Nunca se encontró al autor o autores del asesinato. Se detuvo a un sospechoso, un jornalero paraguayo, pero tenía coartada. Se dio por hecho que el móvil fue el robo, pero en apariencia no faltaba nada en el domicilio de la víctima. Caso archivado.
La víctima se hacía llamar don Enrique en el pueblo argentino de Ugarteche, en la provincia de Mendoza, que había elegido para su retiro. Tenía 76 años. Era viudo. Y vivía recluido en su finca, llamada Cóndor Huasi. Pero la escultura de hierro colocada en la entrada no era un cóndor, sino un águila nazi. Y el verdadero nombre de don Enrique era Heinz Brücher. Fue un científico alemán; botánico y genetista prestigioso. Y el mayor ‘biopirata’ de todos los tiempos.
Brücher había saqueado los bancos de semillas de la Unión Soviética durante la guerra al mando de un destacamento especial de las SS. Su objetivo era conseguir ‘superplantas’ que asegurasen la alimentación del Tercer Reich, capaces de crecer en cualquier tierra y bajo cualquier clima. Un granero inagotable e inmune a las plagas, las sequías y las inundaciones.
Un anciano con muchos enemigos
Don Enrique les había confesado a los pocos vecinos que lo conocían que tenía miedo de que lo asesinaran. Enemigos no le faltaban, empezando por los rusos, a los que Brücher había expoliado los bancos de germoplasma con las valiosas colecciones que recopiló por todo el mundo otro botánico y genetista, Nikolái Vavílov. Pero teniendo en cuenta que Vavílov cayó en desgracia -murió de hambre en la cárcel, purgado por Stalin- y que no se le dio importancia a su legado hasta hace poco, es improbable. También lo acechaban los israelíes, cuyos servicios secretos cuentan con comandos para cazar a los nazis que huyeron de Alemania. Pero el Gobierno de Tel Aviv desmintió que el Mossad estuviera implicado. La tercera hipótesis es aún más llamativa: Brücher estaba diseñando una enfermedad mortal para las plantaciones de coca. Y los cárteles de la droga, enterados de su plan, acabaron con él.
El alemán estaba diseñando un hongo para exterminar las plantaciones de coca
Brücher era un nazi convencido que compaginó su carrera profesional -era doctor por la Universidad de Tubinga- con la política. Se afilió al Partido Nacionalsocialista y luego a las SS, que contaban con una organización dedicada a la investigación científica denominada Ahnenerbe -‘herencia ancestral’-, en la que ingresó. Admiraba las teorías sobre la eugenesia, que busca la mejora de la raza humana, y las aplicó a la agricultura.
Misión especial en el frente del este
La invasión de la URSS en 1941 lleva a Brücher a la retaguardia del frente ruso con una misión: saquear los bancos de semillas de Vavílov. Su comando de las SS recorre Ucrania y Bielorrusia, librando su particular guerra genética. Expolia diversos centros de genoma vegetal. Las muestras de semillas robadas se las lleva al castillo de Lannach, en Graz (Austria). Allí instala y dirige el Instituto para la Genética Vegetal. La meta es transformar Alemania en un país autárquico, con la alimentación garantizada sin necesidad de importaciones. No le dio tiempo. Las tornas de la guerra cambian y el Ejército alemán retrocede. Brücher recibe la orden de Heinrich Himmler de destruirlo todo para impedir que ese patrimonio caiga en manos aliadas. Por primera vez en su vida desobedece. Coge todo lo que puede llevarse en un vehículo y huye.
Al terminar la guerra, permanecerá dos años escondido en su ciudad natal, Darmstadt. Capturado por los estadounidenses, comienza a investigar para ellos. Pero Brücher tiene otros planes. Huye a Suecia, donde conoce a Ollie Berglund, una joven bióloga con la que se casará y tendrá dos hijos. En 1948, la pareja se embarca hacia Buenos Aires. Los baúles de su equipaje pesan casi media tonelada. Son las preciadas semillas, con las que seguirá investigando durante cuatro décadas en Sudamérica. Enseña en universidades de Venezuela y Argentina, donde se afinca. Habla español y esto le permite viajar como representante de la FAO y la Unesco por América y África. Se gana una reputación como uno de los más brillantes investigadores en agricultura de la época.
Un desliz peligroso
Su mujer y su hijo menor perdieron la vida en un accidente de automóvil en 1971. Y Brücher decidió retirarse del mundo. Pasó los últimos veinte años en su hacienda, investigando por su cuenta, realizando injertos en viñedos y tubérculos y escribiendo tratados de botánica que publicaba con seudónimo. Mantenía correspondencia con otros expertos de universidades europeas y americanas. En 1989 publicó uno de sus textos científicos en inglés. Y lo firmó con su verdadero nombre. Ese desliz pudo costarle la vida.
Publicó un texto con su nombre real, un error fatal que pudo costarle la vida
Un profesor de Geografía de la Universidad de Vermont, Daniel Gade, que se carteaba con Brücher, aunque ignoraba su pasado nazi, corrobora que este le había asegurado que trabajaba en un producto capaz de destruir las plantaciones de coca sin dañar otras plantas. Gade murió en 2015 y su correspondencia -sin publicar- estaba siendo catalogada por un antiguo estudiante, que se encontró con las referencias al plan de Brücher.
Pero un nuevo testimonio volvió a poner de actualidad el caso, es el de Vicente Cabrera, un jornalero que trabajaba para el científico desde su adolescencia y que, presuntamente, iba a ser su cómplice.
Su cómplice
«Heinz me contó su plan de erradicar la coca y quería publicar un libro sobre el tema», afirmaba en una entrevista al periódico digital OZY. «Yo debía viajar a Bolivia con una jeringa (que supuestamente contenía el hongo modificado) para infectar un área de unas 200 hectáreas de coca. Pero diez días antes de la fecha prevista para mi partida lo asesinaron», relata Cabrera. «Si yo hubiera estado en la finca aquella noche, también me habrían matado», añade.
¿Era un plan factible? «Brücher estaba muy cerca de alcanzar su objetivo», asegura Cabrera. Nunca lo sabremos. En 2002, la hacienda de Cóndor Huasi fue vendida a precio de ganga. El actual propietario, Miguel Agnello, reconoce que la primera vez que entró en la casa se espantó con la cantidad de viejas revistas y propaganda de la Segunda Guerra Mundial que se encontró. Pero hizo un hallazgo más alarmante. Miles de fichas manuscritas y unas bolsitas que contenían un misterioso polvo blanco. «Hice una pira. Lo quemé todo», reveló a OZY. El misterio sobre quién mató a Brücher tampoco es probable que se esclarezca, a no ser que la agencia para la que trabajaba, si es que de verdad lo hacía para alguna, desclasifique sus archivos. El informe policial sobre el asesinato se perdió. Lo único que parece claro es que con él murió el último soldado de una de las batallas más desconocidas de la historia: la de la supremacía agrícola.
El robo a los soviéticos
Durante la Segunda Guerra Mundial, el científico alemán Heinz Brücher robó miles de semillas recolectadas por el ruso Nikolái Vavílov (en la imagen), uno de los más grandes botánicos de todos los tiempos. Vavílov estaba convencido de que la única manera de evitar las hambrunas era preservar la diversidad genética de los cereales con los que nos alimentamos. Recorrió el mundo coleccionando semillas, y hasta visitó San Sebastián y Pamplona. Tras la guerra, Vavílov cayó en desgracia. Para Stalin, la genética era una ciencia «burguesa». Vavílov, cuyo objetivo era erradicar el hambre, murió de inanición en 1943, en la cárcel.
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