Diana Mitford, la prima nazi de Churchill
Lunes, 08 de Noviembre 2021
Tiempo de lectura: 8 min
Alzaban el brazo, usaban camisas negras y alababan a Hitler y Mussolini en Londres con la Segunda Guerra Mundial a punto de estallar. Eran fascistas británicos. Llegaron a ser muchos –40.000 en su momento álgido, en 1934– y bastantes de ellos pertenecían a familias tan influyentes como la del mismísimo Winston Churchill.
La Unión Británica de Fascistas la fundó sir Oswald Mosley en 1932, y en 1936 añadió 'y nacionalsocialistas' al nombre de la formación. En 1940, en plena guerra con Alemania, fue prohibida en Gran Bretaña para evitar que sus integrantes trabajaran para el enemigo y encarcelaron a sus miembros. Winston Churchill intervino en aquello de manera muy personal: una de las encarceladas fue su prima Diana Mitford.
Diana, una de las díscolas y glamurosas hermanas Mitford, fue una mujer con una historia vital poco convencional que contó ella misma en sus memorias, Una vida de contrastes, escritas cuando tenía 67 años y que ahora Ediciones del Viento publica por primera vez en español. Sus percepciones son siempre chocantes. Tardó en darse cuenta, por ejemplo, de que su primer marido, heredero del imperio de las cervezas Guinness, era millonario. En serio. Había estado en su inmensa finca de Irlanda, pero como había dormido en una cabaña del jardín... Conocía Grosvenor Place, la casa de sus suegros en Londres, una enorme mansión de ambiente medieval con ventanas emplomadas, puertas góticas de piedra, repleta de vajillas de peltre para las cenas de cien invitados, pero Diana Mitford, la cuarta hija de lord y lady Redesdale, no se dio cuenta de lo rico que era su prometido.
Demasiado rico
A los padres de Diana, terratenientes de más abolengo que dinero, no les gustó ese compromiso porque el chico «era demasiado rico». Los Mitford eran así: extravagantes, radicales, con una impertérrita afición a ir a contracorriente.
Diana Mitford más tarde fue la mujer de Oswald Mosley, el líder de los fascistas británicos. Se convirtió así en un personaje molesto para su primo Winston. A Mosley lo conoció cuando ambos estaban casados. Ella quedó hipnotizada por la brillante oratoria del político, 13 años mayor que ella, y dejó a Bryan Guinness para mudarse con sus dos hijos pequeños cerca de su amor. El escándalo fue mayúsculo. «Expliqué a mis padres que como Mosley nunca le había sido fiel, a su mujer no le importaría», cuenta Diana en Una vida de contrastes.
Hitler, testigo de su boda en casa de Goebbels
Cuando estalló la guerra, Diana Mitford y Oswald Mosley ya se habían casado: la mujer de él había muerto de apendicitis. La boda se celebró en 1936, en Berlín, nada menos que en el salón de Josef y Magda Goebbels (íntima amiga de Diana). Solo hubo cuatro testigos, dos viejos amigos de Mosley, su hermana Unity Mitford y Adolf Hitler, que regaló a los recién casados un retrato suyo enmarcado y unas flores. Ese retrato «presidió los salones de las casas de Diana hasta mediados de los años cincuenta», cuenta Annick Le Floc'hmoan, autora de Las hermanas Mitford (Circe).
Tras comenzar la guerra en Gran Bretaña, encarcelaron a los Mosley y a otros militantes fascistas de acuerdo con la norma 18B, que permitía la prisión preventiva sin cargos ni juicio. Es interesante conocer las vivencias carcelarias de Diana y su percepción de la guerra, el nazismo o las represalias contra los judíos. Para ella, Hitler es un gran político: con él, «el desempleo estaba disminuyendo y se había restaurado el orden», afirma.
Respecto a los judíos, su destino fue culpa suya, según Diana. Su versión es que los judíos del este invadieron una Alemania empobrecida y plagada de desempleados. Los judíos ricos y poderosos emigraron y abandonaron a los demás, piensa ella. «Que se vayan», pide sin rubor. Y más adelante menciona los millones de muertos provocados por Mao o Stalin: «En lo que a atrocidades se refiere, Hitler no fue único», concluye.
A Diana, Hitler le parece un absoluto seductor. Le encantan sus ojos azules y su conversación aguda
A Diana Mitford Hitler le parece un absoluto seductor. Le encantan sus manos finas, sus ojos azules, «su conversación aguda e inteligente»… Lo conoció bien porque vivió una temporada en Alemania y pasaba algunas tardes en la Cancillería del Reich: «Unas veces veíamos una película; otras charlábamos sin más», cuenta. De Hitler le deslumbra el «atractivo intrínseco de su extraña personalidad». Aunque reconoce también que «su camarilla estaba atenta para no irritarlo».
Cuando regresa a Inglaterra de sus agradables días en la Alemania nazi, los Churchill la invitan a comer: «El primo Winston quería saber de Hitler», dice ella. Podía ser una informadora de primera mano porque disfrutó de los Juegos Olímpicos de Berlín desde un palco; acudió en distintas ocasiones al Festival de Bayreuth y en los descansos cenaba con Hitler y con la señora Winifred Wagner; y acudió feliz varios años a las pomposas convenciones del partido nazi.
Diana pide 'al primo Winston' que interceda para mejorar sus condiciones en la prisión de Holloway
Bombas desde la cárcel
Cuando se declara la guerra, las cosas se tuercen para la familia Mitford. Su hermana Unity se pega un tiro, su hermano Tom –a pesar de sus simpatías nazis– se alista para combatir en el Ejército británico y a Diana la encarcelan.
La primera etapa en la cárcel de Holloway es la más dura, cuenta. Diana, madre reciente, tiene que sacarse la leche en una celda diminuta. Y los bombardeos nocturnos de Londres los vive con especial inquietud porque no sabe si su familia está bien. Pero también hay algunas comodidades entre las fascistas británicas encarceladas: tienen un gramófono y pueden recibir visitas cada 15 días.
Sus condiciones mejoran tras 18 meses de cárcel. Cuenta Diana que un día su hermano, Tom, fue a visitarla y después iba a cenar con Churchill en Downing Street. «¿Quieres que diga algo?», le pregunta Tom. «Sí, que nos pongan juntos», responde ella. El primo Winston es «famoso por saltarse el papeleo», añade Diana.
Se hace. Los Mosley pasan a ocupar –junto con el comandante Laessoe y su mujer– una casita en los terrenos de la prisión conocida como Bloque de Detención Preventiva. «Nuestra tumba viviente», la llama Diana.
Allí leen poesía, cultivan el huerto, Mosley estudia alemán y reciben visitas de sus hijos. Más adelante incluso los niños duermen allí dos noches a la semana. La prensa y muchos británicos protestan por esa 'dulce prisión', pero las quejas no hacen efecto. Después de tres años y medio de encierro, a los Mosley los liberan en 1943 –gracias de nuevo a la intervención del primo Winston, que lo autoriza argumentando la mala salud de Mosley– y pasan a estar en arresto domiciliario.
Su liberación enfurece a los británicos; hay incluso manifestaciones. Diana también se queja: su detención le parece intolerable en un país que se dice libre. Y lamenta que George Bernard Shaw haya sido el único que se atrevió a protestar por ello.
Cenas con los Duques de Windsor
Pero la vida no le fue mal a Diana. Viajó por el mundo. Estuvo también en España, donde almorzó con Serrano Suñer y «su encantadora esposa». Vivió en magníficas casas en Irlanda y en Francia. Asistió a fastuosos bailes y cenas, muchas en el Moulin de la Tuilerie de los duques de Windsor, grandes amigos suyos. Al duque, el antiguo rey Eduardo VIII, lo admira por sus dones, «no del intelecto, sino de la compasión», dice Diana. No le debía de parecer muy listo, pero sí un encanto: «Siempre está dispuesto a reírse y a que le diviertan», elogia de él. Diana es autora de una biografía de la duquesa Wallis Simpson, a la que admira por «su valor, animosidad y su eficacia perfeccionista». Sus cenas eran, por lo visto, de lo más exquisitas.
En Una vida de contrastes, Diana Mitford obvia muchas verdades. No menciona, por ejemplo, el rechazo a sus ideas de parte de su familia: se dice que Diana denunció a los Mosley y Jessica no le dirigió la palabra en décadas. Pero sobre todo elude los espantos provocados por sus admirados Hitler y Mussolini.
Diana Mitford, que se codeó con importantes personajes de la Historia, ofrece su visión parcial y esnob. Según Charlotte Mosley (su nieta y recopiladora de la correspondencia de las hermanas Mitford), «ocultaba su fragilidad bajo una armadura de frivolidad».
Toda una hermandad
LUCES Y SOMBRAS DE LOS MITFORD
UNITY. Nazi contumaz, amiga de Hitler y miembro de su círculo más cercano. Se pegó un tiro en Múnich, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, pero no murió. Discapacitada, regresó a Inglaterra. Nunca se recuperó. Murió en 1948, a sus 33 años, en Escocia.
TOM. Tras sus años en Eaton, estudió Derecho en Berlín. Allí empezó su simpatía por el nazismo. Murió a los 36 años, en 1945, en Birmania, combatiendo en el Ejército británico.
DEBORAH. La más joven de los Mitford. A sus 21 años, se casó en 1941 con el duque de Devonshire. Tuvieron seis hijos, aunque dos murieron al nacer. Publicó varios libros. En 1999 fue nombrada dama comendadora de la Real Orden Victoriana por la reina Isabel II por sus servicios al Royal Collection Trust. Falleció a los 94 años, en 2014.
DIANA. Se casó con el líder de los fascistas británicos, Oswald Mosley. Tuvieron un hijo, Max Mosley, expresidente de la Federación Internacional del Automóvil, fallecido en 2021. Ella murió en 2003 en París, de un accidente cerebrovascular a sus 93 años.
JESSICA. Escritora y periodista. Enamorada de su primo Esmond Romilly, sobrino de Churchill, se escapó a España a luchar con él con los republicanos en Madrid. En 1939, la pareja se marchó a Estados Unidos. Allí ella integró del Partido Comunista e investigó la industria funeraria norteamericana. Atea, murió en 1996, en Oakland, de cáncer de pulmón, a sus 78 años.
NANCY. Escritora de éxito, icono de la moda y una autora mordaz, con una lengua equiparable a la del Truman Capote más viperino, era la mayor de los Mitford. Vivió gran parte de su vida en Francia, donde mantuvo una intensa relación con el coronel Gaston Palewski, jefe del gabinete de De Gaulle. Murió de cáncer en 1973, en Versalles, Francia, a sus 68 años.
PAMELA. Casada con Derek Jackson, físico y millonario. Vivió en el campo. Era bisexual. Divorciada en 1951 de Jackson, pasó el resto de su vida como compañera de la italiana Giuditta Tommasi, con quien vivía retirada en la zona rural de Caudle Green, en Gloucestershire. Giuditta murió en 1993. Pamela un año más tarde en Londres. Tenía 86 años.
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