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Historia Un comandante en pantuflas, una piloto imbatible... Personajes insólitos de la II Guerra Mundial

Un comandante en batín, un matemático excepcional, un escritor atormentado, un embajador torpe… Hubo personajes en la II Guerra Mundial cuya labor tuvo lugar en la trastienda, pero fue crucial. Estos son algunos de ellos.

Fotos: Cordon.

Lunes, 09 de Agosto 2021

Tiempo de lectura: 8 min

Al comandante Joseph Rochefort se le podía ver en pantuflas y enfundado en un elegante batín rojo por los Servicios de Criptoanálisis de la Armada estadounidense, situados en el sótano de un astillero en Hawai. Nadie se extrañaba de su aspecto extravagante, ya que vivía en ese despacho, que él llamaba ‘la mazmorra’, las veinticuatro horas del día. Su labor y la de sus cinco subordinados era interpretar los mensajes secretos de los japoneses.

El ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 desató un irrefrenable deseo de venganza en la opinión pública americana, que exigió a su gobierno una respuesta inmediata. A finales de ese mismo mes, el almirante Chester W. Nimitz asumió el mando de la Flota del Pacífico, que había sufrido graves pérdidas. Aunque sabía que debía actuar con suma precaución, comenzó a trazar planes para devolver el golpe a los japoneses. Nimitz tenía a su favor una herramienta estratégica nada desdeñable.

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Ataque a Pearl Harbour.

El sistema naval de códigos de los japoneses había sido descifrado meses antes por Rochefort, quien no podía reprimir su frustración al no haber podido evitar la destrucción de parte de la flota americana. El almirante Yamamoto había ordenado estricto silencio a los radioperadores japoneses durante la incursión aérea en Pearl Harbor, por lo que no hubo ningún mensaje del enemigo que permitiera a los estadounidenses adivinar el desastre que se les venía encima.

A Rochefort se le ocurrió enviar un mensaje no cifrado en el que alertaba de una supuesta falta de agua potable en Midway

Meses después, Rochefort se desquitó al lograr descodificar una serie de despachos enemigos que indicaban sus intenciones de atacar un punto del Pacífico que denominaban ‘AF’. El responsable de criptoanálisis de la Armada identificó estas dos letras con las islas Midway, la base estadounidense más adelantada en el Pacífico, a 1.200 millas al noroeste de Hawai.

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El comandante Joseph Rochefort.

A Rochefort se le ocurrió poner un cebo a los japoneses enviando un mensaje no cifrado en el que alertaba de una supuesta falta de agua potable en Midway. Tal y como sospechó, los servicios de inteligencia enemigos picaron el anzuelo y alertaron a sus fuerzas de la escasez de agua potable en el punto ‘AF’. Nimitz tomo buena cuenta del logro de Rochefort y ordenó reagrupar la flota para organizar un plan que sorprendiera al enemigo.

A partir de ese momento, los estadounidenses siempre fueron un paso por delante del enemigo. El enfrentamiento aeronaval le costó a la flota japonesa cuatro portaviones y un crucero, además de un acorazado gravemente dañado y doscientos cincuenta aviones. Por su parte, Nimitz sufrió la pérdida de un solo portaviones. La batalla de Midway fue una gran victoria para los Estados Unidos y marcó un punto de inflexión en el frente del Pacífico.

A miles de kilómetros del Pacífico, en Europa, las divisiones alemanas utilizaban la máquina de cifrado de mensajes Enigma para organizar sus campañas militares. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los británicos contrataron a un puñado de jóvenes brillantes en matemáticas para configurar el primer equipo de descifradores de Enigma en las instalaciones de Bletchley Park, cercanas a Londres, cuyo líder era Alan Turing. Su equipo encontró pautas en los mensajes alemanes, pero necesitaban algunos datos concretos para avanzar en su trabajo.

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Alan Turing.

En 1941, los aliados capturaron un submarino alemán que tenía su máquina Enigma operativa. Aunque se había dado un gran paso, pronto surgieron nuevas dificultades. Los alemanes empezaron a transmitir una porción creciente de sus mensajes más sensibles a través de otros medios, entre ellos, la máquina Lorenz, lo que dificultó todavía más el trabajo en Bletchley Park. En 1942, Bill Tutte, un estudiante de química del Trinity College, recreó sobre papel un posible modelo de la Lorenz.

Gracias a los hallazgos de Turing y Tutte, cuyos equipos decodificaron buena parte de los mensajes encriptados de Lorenz y, sobre todo, de Enigma, el Alto Mando británico supo de antemano algunos de los movimientos estratégicos del ejército alemán, así como las posiciones de sus submarinos, muchos de los cuales fueron hundidos.

La historia de la Segunda Guerra Mundial está repleta de personajes poco conocidos cuyos talentos fueron decisivos para sus países. Unos eran matemáticos, como los descifradores de Bletchley Park. Otros fueron guerreros, como la piloto soviética Lidia Litviak, cuyo bautismo de fuego se produjo el 27 de septiembre de 1942, cuando su escuadrilla cogió por sorpresa a diez bombarderos alemanes Junkers Ju 88 que volaban hacia Stalingrado.

Los aviones alemanes sufrieron de inmediato la embestida de la joven aviadora y del comandante Khovostiko, que fue derribado nada más iniciarse el ataque. Enfurecida por la mala suerte de su compañero, Litviak disparó contra uno de los bombarderos enemigos a una distancia de tan solo treinta metros hasta que este cayó a tierra envuelto en llamas.

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La piloto soviética Lidia Litviak.

Sus proezas en los cielos rusos, amplificadas por la propaganda soviética, contribuyeron a alimentar su papel como guerrera mítica en la lucha contra los nazis. Su hazaña más festejada en los periódicos oficiales fue el derribo de un caza alemán Messerschmitt BF 109 pilotado por el alemán Erwin Maier, que pudo saltar en paracaídas y salvar la vida.

Tras derribar otros dos aviones enemigos, Litviak pintó en el fuselaje de su caza Yak 1 un lirio blanco. Con ese símbolo nació la leyenda de la Rosa Blanca de Stalingrado, una piloto imbatible que, según afirmaba el Kremlin, hacía huir a los aviadores alemanes cuando se la encontraban en los cielos. El 1 de agosto de 1943 fue derribada en la decisiva batalla de Kursk. Faltaban 17 días para que cumpliera 22 años.

El barón Hiroshi Oshima, embajador de Japón en Berlín durante la guerra, fue un espía de los estadounidenses sin saberlo. Oshima desconocía que Estados Unidos había descifrado el código secreto Púrpura de los japoneses y que sus informes, así como los de otras embajadas niponas en otros países, los leían en Washington casi al mismo tiempo que en Tokio.

Todo lo que le contaban los jerarcas nazis a Oshima, este lo transmitía con celeridad a Japón. En 1944 el Alto Mando alemán le invitó a un viaje de cuatro días por la Muralla Atlántica francesa durante el cual tomó buena nota de todo lo que veía. Días después, el embajador describió al Alto Mando japonés las posiciones exactas de las divisiones alemanas desplegadas en las costas francesas, así como el tipo de artillería, las fortificaciones y otros detalles que fueron de un valor incalculable para los aliados, que en aquel entonces estaban organizando el desembarco en Normandía.

El objetivo era convencer a Hitler y su Estado Mayor de que la invasión aliada se llevaría a cabo en el paso de Calais

El 27 de mayo de 1944, Adolf Hitler invitó a Oshima a su segunda residencia de Berghof, en los Alpes Bávaros. Durante el tiempo que permaneció allí, el Führer le contó las noticias que le habían proporcionado sus agentes dobles en Londres. El embajador japonés redactó un despacho a sus jefes en Tokio en el que desvelaba que Hitler creía que el enemigo establecería cabezas de puente en Bretaña y Normandía, y que luego avanzarían con su segundo frente a través del estrecho de Dover hacia Calais, lo que demostraba que los alemanes habían mordido el anzuelo que proponía la Operación Fortitude.

El objetivo de este plan de desinformación y engaño urdido por los servicios de inteligencia británicos y varios agentes dobles, entre ellos el espía español Juan Pujol, era convencer a Hitler y su Estado Mayor de que la invasión aliada se llevaría a cabo en el paso de Calais. Finalmente, el Día D tuvo lugar el 6 de junio de 1944 el desembarco en la costa de Normandía, a unos 250 kilómetros de distancia de Calais.

Uno de los estadounidenses que desembarcaron aquel día en la playa de Utah fue el escritor J.D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno, una novela que conmocionó a la crítica literaria y al gran público cuando se publicó en 1951. Su experiencia en Normandía le marcó para siempre y fue una de las claves de su literatura. Al finalizar la guerra, Salinger ingresó en un hospital de Nuremberg aquejado de un grave estrés postraumático. Cuando regresó a Estados Unidos, apenas volvió a hablar sobre su experiencia en Francia.

En abril de 1945, el comandante en jefe de la Luftwaffe, el general Robert Ritter von Greim, recibió la orden de Hitler de personarse en Berlín de inmediato para nombrarlo nuevo comandante de la fuerza aérea alemana en sustitución de Göring, que había caído en desgracia. Von Greim despegó de Múnich el 26 de abril en una avioneta Fieseler Storch, junto a su compañera Hanna Reitsch, famosa piloto de pruebas en la Alemania nazi.

El viaje fue muy complicado, teniendo que realizar varios vuelos a muy baja altura. “El suelo bajo nuestros pies estaba lleno de soldados y tanques rusos. A la altura que volábamos podíamos ver sus caras perfectamente, y comenzaron a atacarnos con todo lo que tenían a mano”, recuerda Reitsch en sus memorias. Cuando sobrevolaban las cercanías de Berlín, el avión fue alcanzado por un disparo de DCA soviético y von Greim fue herido en la pierna. Hanna Reitsch consiguió hacerse con los mandos y posar el aparato cerca de la Puerta de Brandeburgo cuando el depósito de combustible estaba prácticamente a cero.

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Hanna Reitsch, famosa piloto de pruebas en la Alemania nazi.

El 28 de abril llegaron al Búnker donde se encontraban Hitler y algunos de sus seguidores más cercanos. Allí les comunicaron que los soviéticos se acercaban a la Potsdamerplatz para lanzar el ataque final a la Cancillería. El comandante en jefe de la Luftwaffe y Reitsch intentaron convencer a Hitler de que tenía que ponerse a salvo, pero este ignoró sus ruegos y les ordenó que salieran de Berlín para salvar sus vidas. Von Greim y su ayudante abandonaron el búnker, cruzaron el Tiergarten y por fin llegaron a la Jefatura de Vuelos que todavía estaba en manos alemanas.

Allí les proporcionaron un avión Arado 96 con el que despegaron entre ráfagas de ametralladoras y explosiones de artillería que zarandearon el aeroplano. Tras sufrir algunos impactos en el fuselaje, Reitsch logró elevarse en círculos a una gran altura, desde donde pudo ver la ciudad de Berlín en llamas, una imagen que anticipaba la inminente caída del Tercer Reich. La piloto pudo aterrizar en territorio controlado todavía por los alemanes. El 30 de abril Hitler y Eva Braun se suicidaron en el búnker.

[Los perfiles están extraídos del libro ‘El mundo en llamas’, de Fernando Cohnen].