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 La gran aventura de los emigrantes españoles en Estados Unidos

Ohio, Hawái, Nueva York...

La gran aventura de los emigrantes españoles en Estados Unidos

Foto cedida por José Losada

A principios del siglo XX, decenas de miles de Españoles emigraron a Estados Unidos. Los asturianos de Ohio, los extremeños de Hawái o los gallegos de Nueva York pasaron por mil vicisitudes. El investigador James D. Fernández (nieto de asturianos), que ha participado en las jornadas 'America&Spain250' de la fundación Areces, nos cuenta cómo salieron adelante... y hasta triunfaron.

Viernes, 07 de Junio 2024

Tiempo de lectura: 6 min

El viaje es gratis, a bordo de un vapor de marcha rápida con «comida a la española condimentada por cocineros embarcados expresamente para ello». Lo proclama el anuncio con letras mayúsculas. Luego, en Hawái, los varones recibirán un sueldo de «20 duros americanos oro al mes. Sus esposas ganarán 12 duros americanos oro, y los hijos mayores de 15 años recibirán 15 duros si son varones y 10 duros si son hembras». Además, se les dará casa gratis, con agua y lumbre, que se les entregará en propiedad –junto con una fanega de tierra– tras tres años de trabajo. Y para los menores de 12 años la escolarización es gratuita. 

Para acceder a esta oferta realizada por Hawái para trabajar en sus ingenios azucareros entre 1907 y 1913 había unos requisitos: ser «verdadero agricultor», no padecer de la vista, no tener defectos físicos, y las familias debían incluir un «hombre útil de entre 17 y 45 años».

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Asturianos en Ohio. En Canton (Ohio) se concentraron mineros asturianos. Luego se sumaron onubenses que emigraron tras una huelga en Riotinto. En sus pícnics sonaban gaitas y guitarras flamencas. Aquí: españolas en Canton hacia 1930. (Bob Vega).

Respondieron 8000 españoles; entre ellos, los extremeños Diego Barquilla y su mujer, Isidra Solís. Adjuntaron la correspondiente carta de su Ayuntamiento para certificar su buena conducta y se enrolaron en una inmensa aventura. Viajaron desde Madroñera –pueblo cercano a Trujillo– hasta Gibraltar, donde embarcaron en el Harparlion junto con su hijo Antonio y otros 1500 españoles.

Hubo Little Spain en Nueva York, arrancó como un barrio marinero con gallegos, vascos y asturianos. Y todavía quedan vestigios

La travesía, de 50 días (no estaba terminado el canal de Panamá), era muy dura. «En el primer barco murieron 50 españoles y nacieron otros 20», cuenta James D. Fernández, director de New York University en Madrid, investigador de la emigración española en Estados Unidos, comisario –junto con el periodista Luis Argeo– de la exposición itinerante Emigrantes invisibles y nieto de asturianos emigrados a Nueva York en 1920.

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Influencia de las guerras. La Primera Guerra Mundial facilitó la emigración española a Estados Unidos. Luego, algunos emigrantes se alistaron en su Ejército en la Segunda Guerra Mundial. Aquí: Eduardo Gonsales  Arisa con un guerrero indio en 1943. (Foto cedida por Michael Cáceres Cipresi).

La aventura hawaiana fue uno de los capítulos de la emigración española. «Entre 1880 y 1930 emigran a las Américas (norte, centro y sur) más de cuatro millones de españoles. En esos 50 años viaja allí el doble de españoles que desde 1492 a 1880. Decenas de miles de ellos se trasladan a Estados Unidos cuando a los estadounidenses los alistan en la Primera Guerra Mundial y quedan libres sus puestos de trabajo. La mayoría había viajado primero a La Habana o Buenos Aires y dio un segundo salto a Estados Unidos por sus ventajas fiscales», cuenta James D. Fernández. Hay dos peculiaridades de los emigrantes españoles, añade: «Llegan a un país donde conviven con una gran colonia de hispanos y establecen con ellos unos lazos de solidaridad, un hermanamiento, en la primera generación. Son sus descendientes los que aprenden a ser racistas».

La segunda peculiaridad es que hasta 1936 los españoles de Estados Unidos se sentían de paso: su meta era regresar a España. Por eso predominaba una especie de endogamia: se reunían entre sí, bailaban y cocinaban a la española en sus centros culturales y asociaciones benéficas y se relacionaban poco con el resto. Pero cuando acabó la Guerra Civil se dieron cuenta de que no volverían y entonces se concentraron a tope en la integración. «Dejan de cuidar la lengua española, salen del barrio español y se dispersan. Hay una desintegración muy rápida en los años cuarenta y cincuenta. Son años de relativa prosperidad de la clase media en Estados Unidos y eso también influye», explica James D. Fernández.

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La idea de volver a casa. Hasta 1936, los españoles de Estados Unidos se sentían de paso. Querían volver a España: hablaban y cocinaban a la española. Pero con la Guerra Civil se dieron cuenta de que no iban a regresar y se concentraron en arraigarse allí. Aquí: españoles en Nueva York en 1939. (Gil Cividanes).

Antes de eso existió Little Spain en Nueva York. Primero fue un barrio de marineros con asturianos, vascos y gallegos aglutinados junto a los puertos en el East River y el Hudson. Esa Little Spain se ha diluido, pero todavía quedan algunos vestigios, como la pensión La Valenciana, que conserva el cartel; y el edificio de la calle 14, sede de una fundación cultural, la Asociación Benéfica Española, que sigue activa desde 1868 con un restaurante español y actividades culturales. Ese edificio lo compró José Camprubí –el hermano de Zenobia, la mujer del poeta Juan Ramón Jiménez–, que fue uno de los presidentes de la asociación.

Algunos triunfadores

Hubo otros emigrantes eminentes que destacaron. Vicente Martínez Ybor, por ejemplo, fue dueño de una fábrica de tabaco en Tampa y se convirtió en el hombre más rico de Florida: hay un barrio en Tampa que se llama Ybor City en su honor. Emilio Núñez, el primer juez hispano de Nueva York, era de Bilbao. El gaditano José María Lacalle tuvo mucho éxito con su canción Amapola; Prudencio Unanue y su mujer, Carolina Casals, fundaron Goya Foods, la mayor empresa de comestibles latinos de Estados Unidos todavía...

Vicente Martínez Ybor fue el hombre más rico de Florida y Emilio Núñez, primer juez hispano de Nueva York, era de Bilbao

No todos se hicieron ricos, pero salieron adelante. Había cierta solidaridad nacional ya desde España. Bajaban gallegos, vascos o asturianos a segar los campos castellanos y contaban que había trabajo en América. Y algunos agarraban el petate y acababan cogiendo fruta en California o liando puros en Tampa.

Se arrimaban por procedencia. Muchos asturianos se dedicaron a la minería: en Canton (Ohio) se juntaron con un grupo de onubenses emigrados tras una gran huelga en las Minas de Riotinto: en sus pícnics sonaban gaitas y guitarras flamencas.

Los que acudieron al azúcar de Hawái respondieron a una colonización racial, cuenta James D. Fernández: «Querían blanquear la población de las islas, que era muy asiática. Hay documentación. Acudieron decenas de miles de portugueses. De ahí viene el ukelele: es una guitarrita portuguesa». Y acudieron también españoles. Pero muchos no aguantaron y saltaron al continente, sobre todo a California. Luego, otros muchos regresaron a España azuzados por las penurias del crack de 1929.

Siguiendo las huellas españolas

James D. Fernández, director de New York University en Madrid y nieto de asturianos, comenzó a investigar la emigración española en Estados Unidos en 2006. Junto con el periodista Luis Argeo ha recogido testimonios, fotos y documentos de los descendientes de más de cien familias y que alimentan la exposición itinerante Emigrantes invisibles. Españoles en EE.UU. (1868-1945).

Esa fue la opción de Diego Barquilla y su mujer, Isidra. Volvieron y fundaron en Trujillo el mesón de La Troya, una casa de comidas centenaria que sigue en marcha, ahora con sus bisnietos Elena y Ulises (nombres muy troyanos, por cierto) al frente.

¿Por qué tras las oleadas de principios del siglo XX se detuvo el flujo de españoles a Estados Unidos? «Después de la Revolución rusa hubo miedo a las ideologías radicales y al anarquismo. Y se pusieron cuotas férreas», explica James D. Fernández.

Este investigador de nuestra emigración ha visitado a los descendientes de más de cien familias españolas en Estados Unidos. Son clase media acomodada. «Es una asimilación bastante exitosa. Viven bien», concluye.