
De ninguneadas a espías estrella
De ninguneadas a espías estrella
Podías dominar varios idiomas, tener un máster, seguir un rastro financiero… A tus superiores les daba igual. Si eras mujer, tu puesto estaba detrás de una máquina de escribir. Así que el primer trabajo clandestino lo hacías por tu cuenta y consistía en librarte del empleo de mecanógrafa», cuenta la exagente de la CIA Jonna Mendez, que llegó a ocupar el puesto de jefa de Camuflaje en 1991, después de treinta años en la agencia, donde empezó pasando informes a limpio.
Hay historias que nunca se han contado porque a los expertos ni siquiera se les pasó por la cabeza que mereciera la pena. Una de esas historias es cómo una legión de amas de casa revolucionó la CIA desde dentro… Y desde muy abajo. Para ello tuvieron que superar los abusos y prejuicios de sus jefes y compañeros varones. Es la historia que ha recopilado la periodista norteamericana Liza Mundy, colaboradora de The Atlantic, en su último libro: The Sisterhood: the secret history of women at the CIA ('La Hermandad: historia secreta de las mujeres de la CIA').
«La imagen de la espía como una bomba sexual, del tipo de 'chica Bond', o como una mujer fatal, como Mata Hari, está muy lejos de la realidad», explica. Un tercio de los empleados de la Agencia Central de Inteligencia han sido mujeres. «Pero durante décadas sus superiores consideraron que no eran aptas para espiar. Según las encuestas internas: eran demasiado emocionales; nadie las tomaría en serio y no serían capaces de cumplir la tarea básica del espionaje: reclutar a ciudadanos extranjeros para hacerse con una red de informantes –cuenta Mundy–. Así que solo se les permitía ser asistentes, archiveras, mecanógrafas… Sin embargo, algunas no se conformaron con el papel de Miss Moneypenny, la secretaria a la que 007 trata con condescendencia… Y, a pesar de haber sido relegadas a labores de oficina, demostraron unas dotes extraordinarias para el análisis de datos y, poco a poco, consiguieron participar en misiones y dirigirlas».
La CIA, con sede en Langley (Virginia), se crea en 1947 a partir de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el servicio de inteligencia exterior creado tras el ataque japonés a Pearl Harbor. «Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres habían espiado, descifrado códigos, programado ordenadores… Al terminar la guerra, se les dijo que volvieran a casa. Había que hacer sitio a los veteranos. Si querían quedarse, o aspiraban a ingresar en la CIA, debían conformarse con el papel de oficinista», relata Mundy.
Las secretarias que se hicieron con todos los secretos
Un reclutador de la CIA visitó la universidad en la que estudiaba Heidi en 1968. A los chicos les habló de espionaje; a ella le dio un folleto para ser secretaria. Y así entró en la agencia. Mecanografiaba informes… y se los aprendió. Acabó liderando la red de agentes del Mediterráneo.
Las mujeres de los agentes proporcionaban la cobertura perfecta para las misiones de sus maridos. Destacó Shirley Sulick, gran conductora, que salía de casa derrapando y se internaba en las nevadas carreteras moscovitas seguida por los agentes del KGB, que descuidaban así la vigilancia de su esposo.
Sabía francés, alemán, ruso… Pero eso no impresionó a la CIA, que la contrató como mecanógrafa en 1954. Pasó a limpio memorandos hasta los años ochenta, cuando fue asignada a contrainteligencia. Desenmascaró a Aldrich Ames en 1994, un topo que espiaba para la Unión Soviética.
Era encantadora… e implacable. Page empezó en la Oficina de Servicios Estratégicos, predecesora de la CIA, en 1942. Cuando terminó la guerra, se instó a las mujeres a abandonar sus empleos para dejar paso a los veteranos. Page se negó. «Tenía información comprometedora sobre mi jefe y la exprimí».
Superó el mítico curso de entrenamiento de La Granja, la instalación secreta de la CIA en los bosques de Virginia. Pero la destinaron a oficinas. Diez años después volvió a hacer el curso y acabó primera de su promoción. Esta vez sus superiores no pudieron impedir que liderase operaciones. Llegó a jefa de división.
Chambers se unió a la CIA tras los atentados del 11-S y creó una fraternidad clandestina, solo para mujeres, que se hacía llamar Las Damas al Mando. Se animaban unas a otras y compartían información. Chambers fue decisiva en la liberación de las niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria en 2014.
Había dos maneras de librarse de aquel destino. Una era destacar sin que los agentes varones se sintieran amenazados. E insistir, insistir… La otra era conspirar contra sus jefes y colegas. Es lo que hizo Eloise Page, que trabajó como secretaria para Wild Bill Donovan, el mítico (y caótico) fundador de la CIA. «Tenía información comprometedora sobre él y la aproveché al máximo», confiesa Page. Facturas, cartas, llamadas, fotos… Page lo sabía todo sobre Donovan. Y no tuvo reparos en apretarle las tuercas. Siempre con una sonrisa en los labios, pero tan implacable que la llamaban 'la mariposa de hierro', llegó a dirigir la base operativa de la CIA en Atenas (Grecia).
«Irónicamente, la tendencia de la agencia a subestimar a estas mujeres hizo que se mezclaran mejor con el entorno, al pasar inadvertidas, y así se volvieron mucho más efectivas e influyentes –escribe Mundy–. Las mujeres a quienes se les pedía crear sistemas de archivo tenían acceso a todo. Las que tomaban dictados lo oían todo. Pasaban a máquina la correspondencia; cogían las llamadas de sus jefes; hablaban con sus esposas, sus amantes, sus colegas, sus enemigos…». «Sabían quién estaba enojado con quién, quién estaba machacando a quién, y quién estaba teniendo relaciones sexuales a la hora del almuerzo con una mujer que no era la suya», apostilla una exagente.
«La CIA funcionaba como un club de hombres machistas y bebedores. Fue así durante toda la Guerra Fría. Pero las mujeres lograron abrirse camino hasta el rincón menos atractivo de la agencia: el análisis. Por otra parte, desarrollaron una hermandad secreta, una cadena de solidaridad, se ayudaban unas a otras, pero en secreto. Porque cualquier atisbo de feminismo estaba muy mal visto», detalla Mundy.
A partir de 1970, la CIA empezó a recibir quejas por discriminación. Primero, con cuentagotas; luego, una avalancha… Y los atentados del 11-S volvieron a poner a la agencia en la casilla de salida: un entorno bélico. Fue a partir de ese trauma nacional cuando se normalizó que las mujeres podían contribuir a la defensa contra el terrorismo.
En 2018, una mujer dirigió por primera vez la CIA, Gina Haspel. Que ocupasen puestos de responsabilidad no impidió que sus informes acabasen con frecuencia en la papelera. Sucedió con la vigilancia a Bin Laden. Si se hubiera hecho caso a las agentes que alertaron del peligro, la historia del siglo XXI hubiera sido diferente.
Ellas tumbaron a Bin Laden
Licenciada en Economía y Política Exterior, empezó como mecanógrafa hasta que fue ascendida a analista. Se fijó en un oscuro millonario saudí, Bin Laden, que estaba reclutando a islamistas fanáticos y escribió un primer informe en 1993. Pero la CIA, entonces corta de personal, no lo consideró un objetivo prioritario.
Sude redactó un informe que fue remitido al presidente George W. Bush el 6 de agosto de 2001, un mes antes de los atentados del 11-S, en el que alertaba de que Al Qaeda preparaba un gran ataque aéreo en suelo estadounidense. La Casa Blanca consideró que exageraba y no hizo caso. «Fue muy desmoralizador».
Lideró el grupo de mujeres analistas que estudió cada pista sobre Bin Laden hasta localizar su guarida en Pakistán en 2011. No tenían imágenes del interior del recinto, pero un dron fotografió la colada y calcularon cuántos hombres, mujeres y niños acompañaban al terrorista; e indicaron a los comandos en qué habitación se escondía.