Los océanos son la gran esperanza contra el cambio climático: absorben el 33 por ciento de las emisiones de CO2, equilibran el 90 por ciento del calor acumulado en la tierra, generan el 50 por ciento del oxígeno que respiramos... y, sin embargo, el último informe de Naciones Unidas sobre su estado es demoledor. Hablamos con los expertos que proponen soluciones a la destrucción de los mares. Porque el futuro del planeta es azul... o será negro.
Martes, 07 de Junio 2022, 12:55h
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Lo que pasa en el mar no se queda en el mar. Los océanos producen al menos el 50 por ciento del oxígeno del planeta, albergan la mayor parte de la biodiversidad y son la principal fuente de proteínas para más de mil millones de personas en todo el mundo.
Además, según estima la ONU, para 2030 serán clave en nuestra economía, ya que en torno a cuarenta millones de personas trabajarán en industrias relacionadas con ellos. Y mientras sus gritos de auxilio nos llegan en forma de récords históricos de calentamiento y contaminación, todavía hay quien prefiere mirar hacia otro lado.
Por eso, y con motivo del próximo Día Mundial de los Océanos, que se celebra el 8 de junio, la ONU ha decidido llamar a la acción colectiva. ¿Que a usted no le afecta? Se equivoca. Allá donde se encuentre, el clima y la repercusión que tenga sobre su vida están determinados por lo que sucede en esa enorme masa de agua azul. Y la razón es que el océano hace que los efectos del cambio climático sean menores porque absorbe el 90 por ciento del calor acumulado en la Tierra y el 33 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono de la actividad humana.
Un alivio para nuestra existencia, pero una mala noticia para el ecosistema marino y sus habitantes, ya que, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el año pasado se batieron récords históricos y los océanos son ahora más cálidos, más altos y más ácidos. El informe advierte: o reducimos drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero o nos enfrentaremos a cambios catastróficos en el clima mundial.
Pero no todo está perdido
«Es hora de despertar y actuar –asegura la oceanógrafa del Instituto de Ciencias del Mar-CSIC de Barcelona Cristina Romera Castillo–. Porque no solo es posible revertir algunos de los errores medioambientales que hemos cometido, sino que podemos conseguir que el océano se convierta en un gran aliado para mitigar los efectos del cambio climático antropogénico». Es decir, el daño provocado al planeta por la especie humana.
Licenciada en Química y doctora en Ciencias del Mar, la científica lleva años investigando el ciclo del carbono oceánico y, con su libro AntropOcéano, (Espasa) quiere mandar un mensaje de esperanza. Aunque los indicadores de temperatura que recoge la OMM alertan de que el mundo se acerca al umbral del 1,5 ºC, más allá del cual se espera que los efectos del calentamiento sean drásticos, Romera-Castillo respalda el propósito de la ONU de restaurar la vitalidad de los océanos.
Y una forma de hacerlo, aunque resulte sorprendente, es consumir más alimentos sostenibles procedentes del mar, ya sean de pesca salvaje o de acuicultura. La explicación es que así reduciríamos la ingesta de carne, cuya producción es uno de los grandes responsables de las emisiones de CO2. Pero la oceanógrafa va un paso más allá y pone el foco en la necesidad de reducir el desperdicio de alimentos.
Lo que cuesta producir la comida que tiramos es un demoledor foco de contaminación atmosférica. «Para que nos hagamos una idea de su dimensión, si esos desechos formaran un país, sería el tercer emisor de CO2, después de China y Estados Unidos». Comida que destruye el planeta y ¡ni siquiera consumimos! «El panel de expertos para una economía del océano sostenible (High Level Panel) mantiene que «esta alimentación procedente del mar podría contribuir a mitigar el cambio climático».
«Comer más alimentos procedentes del mar reduce las emisiones de CO2. Sobre todo los bivalvos: mejillones, ostras... las gambas contaminan más»
Oceanógrafa«Se podría hacer un cambio de dieta a alimentos más sostenibles, comiendo menos carne terrestre y sustituyéndola por proteína de origen vegetal y de productos marinos, que tienen menos huella de carbono». En este sentido, la experta afirma que los alimentos que garantizan menos emisiones son los bivalvos (mejillones, ostras, almejas), mientras que las gambas –no los animales, sino la forma en la que se pescan– son las que producen más emisiones.
«Otro de los motivos para la falta de acción ante los problemas medioambientales que afectan a nuestros océanos es la creencia de que el coste económico para ponerle remedio sería muy alto», continúa. Por eso, la investigadora cierra filas con el historiador Yuval Noah Harari respecto a evitar una catástrofe climática si se invirtiera el 2 por ciento del PIB mundial: «Los costes económicos que tienen las consecuencias de la falta de protección de los océanos son mucho mayores que los que se necesitan para llevar a cabo su protección».
En cuanto a los motivos para confiar en que todavía estamos a tiempo de cambiar algunas de las actividades humanas que más emisiones producen y, por tanto, que más daño provocan en los océanos, la científica mantiene que «la historia reciente cuenta con varios ejemplos de pifias medioambientales perpetradas por la humanidad que posteriormente han sido rectificadas, incluso revertidas».
La prohibición de sustancias como de los DDT, un insecticida altamente tóxico; la gasolina con plomo; o los CFC, una familia de compuestos químicos constituidos por carbono, flúor y cloro, son algunos ejemplos. De hecho, Romera-Castillo afirma que la primera revolución ecológica global sustentada en datos científicos vino de la mano del veto a los CFC. «Gracias a ello, desde 2000 el agujero de la capa de ozono se ha ido reduciendo y se prevé que para 2050 podría estar como antes del uso de esos compuestos». Y finaliza: «Por eso es hora de pensar en el mar de una forma consciente que nos permita ver cuánto influye en nuestras vidas. Cuidarlo es cuidarnos a nosotros».
Así mueren los mares
Más cálidos: los polos se derriten
Según el último informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la parte superior de los océanos –sobre los 2000 metros de profundidad– alcanzó temperaturas nunca vistas y se espera que siga haciéndolo en el futuro. Según señala su secretario general, Petteri Taalas, «es probable que ese calentamiento tarde siglos o milenios en revertirse». Todos los datos coinciden en que este cambio se ha acelerado en las dos últimas décadas. «Y si el océano se calienta captará menos CO2, que quedará en la atmósfera y contribuirá a calentar el planeta aún más», advierte la oceanógrafa Cristina Romera-Castillo.
Más altos: las costas se inundan
El nivel medio global del mar alcanzó un nuevo récord tras aumentar una media de 4,5 milímetros por año durante el periodo 2013-2021. Esto supone más del doble de la tasa registrada entre 1993 y 2002. La causa principal, explican desde la OMM, es la pérdida acelerada de masa de hielo. «Si esa agua que está en forma de hielo se derrite y se integra en el océano, este aumentará su volumen y subirá el nivel del mar», explica Romera-Castillo. ¿Las consecuencias?: pone en riesgo a millones de habitantes que viven en lugares próximos a la costa y, sumado al incremento de temperatura, aumenta la posibilidad de ciclones tropicales.
Más ácidos: las conchas desaparecen
Los océanos absorben alrededor del 33 por ciento de las emisiones anuales de CO2 antropogénico (el dióxido de carbono liberado por las actividades humanas) a la atmósfera. Este compuesto provoca una reacción química en el agua que reduce el pH; es decir, la acidifica. Esta situación amenaza sobre todo a los organismos calcáreos (desde moluscos o crustáceos hasta corales y organismos microscópicos como algunas algas de fitoplancton), que tienen dificultades para construir la concha o caparazón que les sirve de protección de sus partes blandas y les provoca graves malformaciones.
Cómo evitar el desastre
Pesca controlada
«Pescar más sin pescar». La oceanógrafa Cristina Romera-Castillo asegura que la pesca controlada es más rentable que la sobrepesca. «Cuando se protege una zona, los animales y la vegetación proliferan y la vida se expande por las zonas circundantes a ella. En esas zonas, donde sí está permitida la pesca, esta se vuelve más abundante y con piezas de mayor tamaño. Esto se ha demostrado científica y económicamente». Y cita los estudios del biólogo Enric Salas que muestran como las capturas alrededor de las reservas donde no se puede pescar aumentan cuatro veces.
Repoblar manglares
Los manglares, las praderas marinas y las marismas ofrecen importantes servicios a la población que vive cerca de ellos. «Los manglares son cámaras acorazadas que mantienen a buen recaudo una enorme cantidad de carbono y así evitan que pase a la atmósfera como CO2. El 41 por ciento de las especies que habitan en ellos son medicinales y secuestran el 14 por ciento de todo el carbono almacenado por los océanos. Por eso es primordial protegerlos –explica–. Expandir estos espacios es una estrategia en la que todos salen ganando».
Evitar el plástico
Cada año, más de 13 millones de toneladas de plástico acaban en los océanos y se estima que más de un millón de aves y más de 100.000 mamíferos marinos mueren como consecuencia de ello. «Y, aunque se están buscando sustitutos, esto también es un error porque va a tener impacto ambiental. La principal solución y la más coherente es consumir menos y dejar de generar residuo o disminuirlo en la medida de lo posible. Reutilizar. Como se hacía antes, cuando las bebidas venían en botellas de vidrio y el café se bebía en tazas de cerámica», concluye Romera-Castillo.
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