Nueva York convoca una cumbre
Nueva York convoca una cumbre
Miércoles, 08 de Marzo 2023
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Un grito estremecedor resonó en la noche. Una rata se había colado por la mosquitera de la cuna del pequeño Stuart, de 3 años, y le había mordido una pierna. «La encontramos escondida bajo su camita», recuerda su padre, William Lebango, un agricultor de Tanzania. «Pero el bicho asqueroso escapó». Desde entonces no hay día en que por su casa no aparezca una rata. A su mujer le han diagnosticado el tifus causado por estos roedores. «Esto no tiene fin –dice Lebango–. No hay quien pueda con las malditas ratas».
Historias de terror así son habituales en Tanzania y tienen terribles implicaciones. El ébola y la COVID-19 han demostrado que un patógeno puede transmitirse de un animal a un ser humano y extenderse de forma exponencial por el mundo. Cuando la última pandemia comienza a quedar atrás, hay miedo a que las ratas estén incubando la siguiente.
Además, las ratas están expandiéndose como nunca. Es difícil establecer cifras con precisión, pero durante la pandemia han ampliado su territorio. En Nueva York los avistamientos se han disparado; París vive la peor plaga en décadas; y en Londres hay quien estima que la población de ratas ya duplica a la humana.
En España, la población de ratas es de 19.570.000, según un reciente estudio de la empresa EZSA Sanidad Ambiental, lo que supone unos cuatro ejemplares por cada diez habitantes. Una cifra 'razonable', pero el estudio analizó 900 kilómetros de red de alcantarillado, lo que implica que puede haber más. Porque la rata que más se está expandiendo en las ciudades no es la de alcantarilla (Rattus norvegicus), sino la negra (Rattus rattus), que se mueve en parques y jardines. La Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental alertó en noviembre de 2021 de este incremento porque habitan en zonas verdes próximas a colegios y parques infantiles. Además, construyen sus nidos en los árboles y apenas se diferencian de los de las aves.
El año pasado, el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria dio la última alarma: identificó mutaciones genéticas en poblaciones de ratas de doce comunidades autónomas capaces de resistir a todos los raticidas conocidos.
Si hubiera que inventarlo, sería difícil crear un transmisor de enfermedades tan eficiente como la rata: musculosa, feroz, con incisivos capaces de horadar el metal y el hormigón y con el don de escurrirse por el más diminuto de los agujeros. Según la Organización Mundial de la Salud, hoy son responsables de más de 400 infecciones humanas al año, provocadas por las mordeduras, sus parásitos y sus orines. Cuenta con más de 60 patógenos susceptibles de infectar a las personas. Las ratas son el vector de la fiebre de Lassa, por ejemplo, una grave dolencia viral, no muy distinta del ébola, que todos los años infecta a 300.000 personas en África y causa 5000 fallecimientos.
Sus parásitos, asimismo, provocan brotes de peste bubónica en muchos países del mundo. El más afectado es Madagascar. Allí, el último gran brote provocó lo que los científicos más temen: la peste neumónica, transmisible de un ser humano a otro. Con el resultado de 209 muertes, por lo menos.
El mundo desarrollado ha erradicado la peste gracias al saneamiento y la minimización de nuestro contacto con los roedores. Sin embargo, hace pocos años, científicos de las universidades estadounidenses de Cornell y Columbia que investigaban la presencia de piojos, pulgas y ácaros en la rata neoyorquina hicieron un descubrimiento preocupante: entre los 6500 especímenes recogidos se localizó medio centenar de piojos de la rata oriental, conocidos por su relevante papel en la extensión de la peste negra, que acabó con el 60 por ciento de la población europea en el siglo XIV. Lo único que faltaba era el propio patógeno. El estudio también mostró que las ratas llevaban consigo 18 virus nuevos, desconocidos hasta la fecha.
Entre los científicos preocupados está el profesor Steven Belmain, que lleva décadas estudiando a este animal. Belmain ahora está ayudando a la puesta en marcha de un proyecto destinado a declarar la guerra a las ratas. La iniciativa –la primera en el mundo– tiene por escenario Tanzania y Madagascar y es ambiciosa: su objetivo es erradicarlas por completo a través del sacrificio sistemático de poblaciones enteras. La idea es aprender a controlar su población antes de que la próxima dolencia 'X' tenga oportunidad de desbocarse.
Steven Belmain trabaja en la Universidad de Greenwich y es famoso por dar caza a las ratas en el mundo entero. Este especialista echa por tierra el viejo bulo de que uno, en todo momento, se encuentra a menos de dos metros de distancia de una rata, pero confirma la creencia de que una rata famélica y de afilados incisivos puede estar subiendo por la cañería de desagüe del inodoro mientras estás tan ricamente sentado en el retrete.
Steven Belmain y su equipo están proporcionando 5000 trampas a media docena de aldeas en Tanzania y Madagascar. Los vecinos tienen instrucciones de usarlas de forma permanente, a perpetuidad. Además, tiene previsto pertrechar a un centenar de ratas vivas con collares bluetooth para monitorizar sus movimientos.
También van a analizarlas para detectar las dolencias que acarrean, a fin de explorar el impacto ejercido por la reducción de su población. Porque el programa tiene sus riesgos. Numerosos brotes de enfermedad se han iniciado con la muerte de ratas a escala masiva. La desaparición de los huéspedes obliga a sus parásitos a trasladarse a nuevos portadores humanos en los que alimentarse. Para evitarlo, Belmain va a cubrir las trampas con polvos antiparasitarios y tender trampas contra parásitos.
La población ha recibido a los cazadores de ratas con los brazos abiertos. En estas aldeas, estos animales muerden a los niños, atacan a las madres que están dando el pecho, corretean sobre las personas mientras duermen y devastan las cosechas.
Esas ratas son del tipo Rattus rattus, la especie que propagó la peste en Europa durante la Edad Media, también conocida como 'la rata negra'. Se cree que llegaron a Tanzania en el siglo VII a bordo de los barcos de los comerciantes. Si tiene éxito en su iniciativa, Belmain aspira a extenderla por todo el mundo en desarrollo. Según explica, en Europa es muy difícil llevar a la práctica un programa masivo de trampas como el de Tanzania, porque los salarios europeos lo convierten en prohibitivo, pero sí que cree posible llevarlo a cabo en las explotaciones de ganado, muchas veces asoladas por descomunales ratas engordadas con alimento animal. Se trata de ejemplares de 700 gramos y 60 centímetros de largo desde la cola hasta el hocico. Tan enormes que se liberan de las trampas de resorte tradicionales. Los campesinos y granjeros desesperados recurren a venenos anticoagulantes, pero hay una campaña para conseguir su prohibición por peligrosos, pues determinados depredadores de ratas, como las lechuzas, sufren intoxicación secundaria al ingerir el raticida.
En China y en Tanzania se están realizando ensayos de laboratorio con el objetivo de utilizar hormonas para reducir la prolífica reproducción de ratas. Belmain considera que se trata de una estrategia prometedora.
Pero, por el momento, sigue el miedo a que los roedores puedan hacer las veces de puente entre los animales silvestres y el ganado, creando las condiciones perfectas para nuevos brotes de enfermedad. Por eso, Steven Belmain subraya la necesidad de reducir la población de ratas a toda costa. «Si quiere que le diga la verdad, no sé si algún día llegaremos a vencer a la rata», manifiesta. Pero si no nos andamos con cuidado, la rata bien podría facilitar la difusión de una enfermedad que supondría su definitivo triunfo sobre el ser humano.