El violinista que rompió barreras III Foro Internacional de Turismo de Excelencia de Turium Ara Malikian: «Todo lo que sé es por mis viajes. Son un gran aprendizaje de vida»
Ara Malikian es uno de los violinistas más originales y eclécticos de la actualidad. El violín ha sido para él un salvavidas en todos los retos que ha debido superar: crecer en medio de una guerra civil, ser refugiado... Con motivo del III Foro Internacional de Turismo de Excelencia de Turium, recorremos una a una las cuerdas de este genial músico libanés, ya nómada por elección.
En el escenario, su violín llora, ríe y se rebela. Casi como si se tratase de él mismo. Ara Malikian, el virtuoso del violín de origen libanés, establece un vínculo profundo con el alma de todos los espectadores desde el instante en que comienza a frotar las cuerdas de su instrumento. Una destreza que quedó patente en el reciente Foro Internacional de Turismo de Excelencia –la tercera edición de un espacio de referencia para la reflexión del futuro del sector– donde el violinista y el director de Turium, Germán Jiménez, conversaron sobre el talento, algo que para Malikian va más allá de ser una habilidad innata: su historia está repleta de desafíos y adversidades que tuvo que enfrentar desde que nació y que lo convirtieron en el violinista que hoy es.
Los primeros años de Ara transcurrieron en Beirut (Líbano) en plena guerra civil, donde la destrucción y el caos eran la moneda corriente. Junto a sus padres y dos hermanos mayores, vivió días sombriós entre bombardeos, ocultándose en los sótanos de su edificio y enfrentándose a duras pérdidas de sus seres queridos. Fue la música la que lo salvó de ese oscuro escenario, gracias a la insistencia de su padre, quien prácticamente le colocó el violín en las manos antes de que cumpliera cuatro años. «A los cuatro años desconocía si iba a ser violinista —cuenta Malikian en el evento de Turium celebrado en El Beatriz de Madrid—. Mi padre era un pesado y me colocó el violín en la barbilla prácticamente antes de nacer. Él decidió prácticamente por mí», una elección que, mirada en retrospectiva, lo cambió por completo: «Dar arte a los niños que están en medio de conflictos, te transforma y sana».
La vida lo llevó a obsesionarse y a enamorarse del violín. Practicaba siete horas al día, lo que lo convirtió en un auténtico genio de este arte. Aunque él mismo rechaza esta etiqueta: «¿Cómo me pueden llamar genio si llevo practicando siete horas desde que tengo cuatro años?», preguntaba entre risas al periodista Germán Jiménez.
Sin saber tocarlo, su abuelo se salvó del genocidio armenio por un violín. «Un turco le regaló uno para que se hiciese pasar por un miembro de una orquesta. Así pudo irse de gira y huir al Líbano»
Aunque su historia con este instrumento —que lo ha acompañado a todas partes desde entonces— estaba prácticamente predestinada. Su abuelo salvó su vida del genocidio armenio gracias a un violín. «Un turco le regaló este violín para que se hiciese pasar por un integrante de la orquesta musical y se salvase. Esto le permitió irse de gira y huir al Líbano. Fue un instrumento de salvación: pasó fronteras, historias trágicas y también de mucha esperanza...».
Su primer concierto llegó cuando solo tenía 12 años, y a los 14 el director de orquesta Hans Herbert-Jöris lo escuchó y le consiguió una beca musical en Alemania. Esta oportunidad le permitió a Malikian abandonar su país natal y escapar de la guerra. En condición de refugiado, Ara continuó su formación en la Hochschule für Musik und Theater Hannover, siendo el más joven alumno admitido. «Empecé a viajar por obligación, de hecho comencé como refugiado. Curiosamente, luego viajar fue mi trabajo».
Su estancia en Alemania no estuvo libre de dificultades. El visado de estudios solo era válido a partir de los 18 años y él tenía 15, así que podría ser deportado en cualquier momento. Un conocido le comentó que, si estaba enfermo, no podrían deportarlo, por lo que Ara decidió someterse a una operación de amígdalas, a las que más tarde —tan trascendental fue su decisión— les dedicó una canción. Con aquella cirugía, Malikian ganó tres meses más de residencia legal.
Pese a sentirse un nómada, España es especial para Malikian. Aquí ha residido más de 15 años y es hijo adoptivo de Zaragoza, la ciudad de su pareja, con quien tiene un niño, Kairo, así llamado por su pasión por Egipto
Tampoco fue fácil enfrentarse a la soledad. Como él mismo reconoce, este periodo fue incluso más complicado que el de su infancia en Líbano. Sobre todo, porque tuvo que separarse de su familia durante siete años. Fue entonces cuando comenzó a tocar en la calle y en bares, lo que le permitía ganar dinero para sobrevivir. Aunque el verdadero sustento para pagar sus estudios fueron las bodas judías, algo que le llegó por mera casualidad en una conversación con una mujer durante la cual Malikian, asintiendo con naturalidad a cada una de las preguntas que se le hacían, camufló su desconocimiento del alemán. Un hombre francés tuvo que explicarle después que había respondido a la mujer que sabía tocar el violín, era judío y podía actuar el próximo fin de semana en una boda judía.
Más tarde, pudo ampliar sus estudios en la Guildhall School of Music and Drama de Londres. Desde entonces, y a pesar de todas las adversidades pasadas, la suerte parece estar aún más de su lado. Ara Malikian comenzó a viajar a Francia, Reino Unido y España. «Todo lo que sé es por mis viajes: culturas, opiniones, maneras de vivir e, incluso, el sentido del humor diferente. Es un aprendizaje de vida saber que hay lugares donde se vive de otra manera», asegura.
Esto se nota en su ADN musical. El músico libanés tenía claro su insaciable deseo de fusionar diferentes estilos de música como el árabe y el judío con la clásica, el rock e, incluso, el reggaeton y la música urbana. Su versatilidad le valió el reconocimiento temprano de la crítica. Con 19 años, ya había seducido al público del concurso internacional Felix Mendelssohn de Berlín y, con 25 años, recibió el Premio a la dedicación y el cumplimiento artístico del Ministerio de Cultura de Alemania.
Los conciertos en los mejores escenarios de más de 40 países de los 5 continentes, los numerosos galardones por su trayectoria y las peticiones para actuar con las más importantes orquestas del planeta han inundado la vida de Ara, que ha llegado a grabar más de 30 discos y a ofrecer 450 recitales en un mismo año. Su música ya recorre mundo, ha marcado un hito con su prodigiosa manera de romper barreras y acercar la música clásica a todos los terrenos con la ayuda de artistas como el rapero Nach, Enrique Bunbury o Extremoduro, entre otros.
En 2019, Ara Malikian tuvo que bajarse del escenario tras una rotura de los tendones de su hombro derecho. Dejar en una habitación su violín no le resultó nada fácil. «Todo ese periodo de rehabilitación pensé qué haría si no tocase el violín. Mi vida es lo artístico, y si no tocase el violín, haría cualquier otro arte, como componer». Con varios meses de rehabilitación consiguió, sin embargo, volver a deslizar el arco sobre su compañero musical.
A pesar de que se considera un nómada, España es un lugar especial en la vida de este virtuoso del violín, donde ha residido durante más de 15 años y donde incluso ha sido nombrado hijo adoptivo de Zaragoza, ciudad natal de su compañera de vida, Nata Moreno. Su historia de amor con ella comenzó en 2010 en uno de sus conciertos, y desde entonces, Ara y Nata han sido inseparables. Cuatro años más tarde del inicio de su relación, nacía Kairo, a quien decidieron ponerle ese nombre por la pasión que comparten por la ciudad egipcia. Malikian reconoce haber procurado replicar a su hijo su pasión por el violín, pero no funcionó, confiesa: «Intenté que mi hijo aprendiese violín porque me hacía ilusión, pero me di cuenta de que él no tenía esa pasión. Me tiró el violín a la cabeza».
Pero los años de Ara Malikian en España también han sido, en buena parte, una lucha. A pesar de pagar impuestos y de tener aquí un trabajo fijo, le denegaron la nacionalidad. El apoyo de sus seguidores y la presión pública ayudaron a ponerlo en el foco. Dos meses más tarde, lo consiguió. El violinista ha encontrado su lugar de inspiración y refugio en el hogar que ha formado en España, para ser más concretos en el sofá de su casa. «Por primera vez en mi vida —reconoce— he parado y he bajado el ritmo, me he dado cuenta de la importancia de cuidar mi casa y mi sofá».
Fue allí, en esa casa, donde Nata decidió empezar la aventura de contar el relato de coraje de su pareja. Cuando llegaron 25 cajas llenas de recuerdos del padre fallecido de Malikian, ella empezó a descubrir todos y cada uno de los vértices de Ara, incluso algunos que aún ni siquiera conocía. Y así fue como nació Ara Malikian, una vida entre las cuerdas. Un proyecto cinematográfico y artístico difícil de cinco años que acabaron con un premio Goya en 2020 al Mejor largometraje documental y un Premio Forqué en esa casa gracias a la autenticidad y pasión del violinista: «Es una suerte poder dar con el botón de su pasión. Yo tuve mucha suerte porque mi padre decidió por mí y me salvó, porque, si no, tendría una vida miserable».
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