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Isabella Rossellini Leyendas del cine «No sé qué ha sido del hombre que me violó; yo tenía 15 años»

Mito del cine e icono de la moda, a sus 70 años, Isabella Rossellini sigue ejerciendo como modelo mientras se dedica a estudiar a las gallinas. No es broma. Nos lo contó en esta entrevista confesional en la que habla a tumba abierta sobre violencia de género, envejecimiento, sus exparejas... Sin desperdicio.

Por Cavid Marchese | Fotografía: Brigitte Lacombe

Viernes, 28 de Octubre 2022, 10:58h

Tiempo de lectura: 13 min

Cuando eres una señora mayor como yo, haces lo que te viene en gana», bromea la leyenda del cine Isabella Rossellini. Dicho y hecho, Rosselini saca un cartón con huevos del bolso. «Mira qué bonitos son. Con formas distintas, tamaños diferentes... ¿Cómo se explica que los del súper sean todos idénticos? [Se ríe]. ¿Han logrado que todos los agujeros del culo de las gallinas sean del mismo diámetro?».

Resulta que las gallinas y la belleza son dos de los temas que ahora más interesan a la actriz y modelo. Su nuevo libro, My chickens and I ('Mis pollos y yo'), trata sobre su dedicación a la cría avícola y está sacándose el título de posgrado en comportamiento animal por el Hunter College. En paralelo, la hija de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman vuelve este año a ser una de las caras de Lancôme, después de 22 años. «Ahora, mi vida la controlo yo. No siempre fue así»

XLSemanal. Usted siempre está estudiando, pero ¿qué es lo más fascinante que ha aprendido últimamente?

Isabella Rossellini. ¡Muchísimas cosas! Las investigaciones de Menno Schilthuizen sobre los mosquitos en el metro de Londres. Los mosquitos que viven en la superficie se reproducen en primavera. Pero los que viven en estaciones subterráneas están reproduciéndose constantemente. Han perdido sus ciclos reproductivos. Una evolución interesante, ¿no le parece?.

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Madre con mayúscula. Ingrid Bergman con las mellizas Isotta e Isabella en Nápoles en 1953. Isabella resalta lo comprometida que era como madre la actriz sueca y critica la inusitada dureza con la que fue tratada al iniciar una relación adúltera con el director Roberto Rossellini cuando ambos estaban casados.Foto: Getty Images

XL. ¿Alguna vez se ha analizado usted misma de un modo tan sistemático como estudia a los animales?

I.R. No es lo mismo, pero en la Italia de los setenta estuve muy implicada en el movimiento feminista y montábamos pequeños grupos, de cinco o seis personas, cuya finalidad era la concienciación. Todo lo que decías dentro del grupo era confidencial. Y lo confesabas todo. No tardabas en darte cuenta de que existían problemas comunes. Por poner un ejemplo, la gente por entonces nunca hablaba del aspecto que tenía una vagina. No había imágenes de vaginas. No podías encontrar vaginas en Internet. Durante la adolescencia, yo era demasiado tímida como para preguntarles a mis padres sobre la sexualidad. Mi madre hablaba un poco del asunto porque era sueca.

XL. ¿Qué le decía su madre?

I.R. Yo estaba convencida de que a los niños los traía la cigüeña. Me resultaba imposible creer que el hombre tenía que penetrar a la mujer. «Mi mamá no hace esas cosas –me decía–. ¡Es imposible!». Pero me lo reconoció, y hasta me hizo un dibujo explicativo.

XL. ¿Ingrid Bergman se lo dibujó?

I.R. Sí, de forma esquemática, con unas figuras como palillos.

«Lo más interesante del movimiento #MeToo es que ha dejado claras las formas sutiles en que las mujeres pueden ser empequeñecidas»

XL. Me parece fantástico.

I.R. A ver. Estamos hablando de una madre que intenta explicar este tema a su hija. Usted ahora lo trivializa.

XL. Mis disculpas.

I.R. Es que me pone de los nervios, porque la gente siempre dice: «No puedo imaginarme a Ingrid Bergman cambiando unos pañales; no puedo imaginármela lavando los platos». ¡Perdón, pero hablamos de mi madre!

XL. No quería dármelas de listillo.

I.R. No pasa nada. Pues bien, el 'pequeño grupo' era el lugar idóneo para preguntar por este tipo de cuestiones. Porque siempre estabas preguntándote lo mismo: ¿soy una persona normal? ¿Seré una deforme?

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Scorsese, un discreto marido. Isabella le entrevistaba para hablar sobre El último vals, y la entrevista acabó en boda. El matrimonio duró tres años y fue una relación muy discreta.Foto: Getty Images

XL. Si no quiere responder, por favor, dígamelo, pero tan solo una vez se ha referido a la violencia sexual que sufrió. Fue en una frase que aparece en sus memorias casi de pasada.

I.R. Es un tema difícil, pero, sí, puede

XL. Tras la aparición del movimiento #MeToo, ¿se valora más compartir ese tipo de experiencias ahora que hace dos decenios, cuando usted publicó sus memorias?

I.R. Entiendo que algunas personas crean que es valioso hablar de sus propias experiencias, pero para mí no lo es. La persona que me violó... Verá, yo tenía 15 o 16 años, y él era un año mayor. ¿Por qué voy a desenterrar este episodio 48 años más tarde? No sé qué ha sido de él. Es posible que esté casado, que tenga hijos. En Italia soy una superestrella y, si doy su nombre, voy a destruirlo. Este hombre me hizo daño en el contexto de una cultura que todos estamos tratando de modificar. No me parece bien señalar a una persona y destruirla porque cometió un pecado en el contexto de dicha cultura... No tengo el corazón para hacerlo.

XL. ¿A qué cultura se está refiriendo?

I.R. En la Italia machista, a muchos hombres se los educa en el principio de que si la mujer te dice que no, en realidad está diciéndote que sí. Como triste consecuencia es frecuente la coacción sexual, hasta llegar a la violación. Sales con un chico que te gusta, sin tener intención de acostarte con él, pero él se toma tu 'no' como un 'sí'. Pero el tema es complicado, prefiero no seguir. Hablar de estas cosas puede provocar una tormenta que es mejor evitar.

XL. Entiendo.

I.R. Sí. Para mí, lo más interesante es que el movimiento #MeToo ha dejado claras las formas sutiles en que las mujeres pueden ser empequeñecidas. La violencia es una forma de agresión que todo el mundo reconoce. Pero hay otras. Puede ser ese jefe que te dice: «Me gusta la falda que llevas». Es como las personas que me comentan: «Estás muy bien para los años que tienes». Escuchar lo que otras mujeres tienen que contar es lo que me parece más útil de todo.

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Una belleza diferente. Rossellini en 1983, durante el rodaje de su primer anuncio para Lancôme. Ella misma reconoce que la belleza puede ser un instrumento y su rostro vendía. «Tenemos la suerte de que algunas personas nos encuentran atractivas y eso puede abrirte muchas puertas».Foto: Getty Images

XL. ¿Se siente tocada cuando los protagonistas de esas historias son hombres a los que conoce? Pienso en el fotógrafo Bruce Weber y en el chef Mario Batali.

I.R. Y también en [en el fotógrafo] Mario Testino. Y en mi vecino, [el periodista] Charlie Rose. Es difícil... Bruce Weber y yo hemos trabajado juntos 40 años. Mis hijos han trabajado con él. ¿Qué puedo decir? Nunca supe de esa faceta suya. No estoy diciendo que no hayan pasado esas cosas. Por supuesto, es muy posible que pasaran. Se trata de una situación muy triste. El trabajo que Bruce hizo para Calvin Klein... Por primera vez, la gente se encontraba ante unos anuncios en los que los gais aparecían como seres hermosos. Bruce ayudó en ese sentido, y es una lástima que ya nadie se acuerde. Pero me siento agradecida a las personas que hoy están hablando porque es la única forma de cambiar las cosas. Lo importante es cicatrizar las heridas.

XL. ¿Hasta qué punto ha cambiado la política sexual en Hollywood desde la época de su madre, a quien metieron en la lista negra?

I.R. Aquello fue una monstruosidad. Mi madre cometió un adulterio. Hizo mal, pero no le permitieron volver al país hasta ocho años después. Perdió su forma de ganarse la vida. Perdió su buen nombre. La tenían por una mala persona. Fue responsable de lo que hizo –porque el adulterio hiere a otros–, pero el castigo fue desproporcionado. No sé... Es complicado.

«Siempre me ha interesado por qué mi cara vende. Hay un tipo de belleza que atrae más a las mujeres que a los hombres, y eso es lo que yo tenía»

XL. Es sorprendente lo intenso que es ahora el debate político, ¿no? Da igual que hablemos de género o de Trump.

I.R. Es divertido. Hace poco pregunté a una amiga mía nacida en Sudamérica: «¿Qué opinión tienen en Sudamérica de Trump?». Su respuesta: «La verdad es que nos encanta, porque es clavadito a nuestros políticos corruptos».

XL. ¿Ha conocido a Trump?

I.R. Una vez. En Nueva York, hace años. Me invitaron a una cena y me quedé de una pieza al ver que mi asiento estaba al lado del de Trump. Mi madre siempre decía que, cuando estás sentada a la mesa, lo indicado es hablar un poco con la persona a tu derecha y otro poco con la que está a tu izquierda. Justo lo que Trump hizo esa noche, a la perfección, durante unos diez minutos. Luego se levantó y fue a departir con todos los demás. Pensaba que iba a ser repelente, pero fue muy amable. Me sorprendió.

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El tercer hombre. David Lynch dirigió a Isabella en Terciopelo azul  y surgió el amor... La relación duró un par de años, pero siempre han sido amigos. La actriz tenía ya una hija, Elettra, de su matrimonio con el modelo Jonathan Wiedemann, que duró tres años. Después de Lynch, mantuvo una relación con Gary Oldman.Foto: Getty Images

XL. Ha dicho que frases como «estás bien para tus años» pueden resultar hirientes. Pero ¿la edad le ha dado sorpresas agradables?

I.R. La sorpresa más agradable –no estoy diciendo que a todos les pase igual– es que, gracias a Lancôme y a otras muchas cuentas, ahora tengo seguridad económica, lo que me permite estudiar y dedicarme a lo que me interesa.

XL. Ayer estuve leyendo un artículo sobre cómo es la vida de una mujer guapa. ¿Hasta qué punto la belleza física ha determinado su personalidad?

I.R. Primero tendrá que definir qué entiende por belleza física, porque cada persona tiene su propia idea. En el caso de las mujeres que han sido símbolos sexuales, como yo, muchas veces ha sido un instrumento de trabajo.

XL. Olvidémonos del trabajo. ¿El hecho de ser una mujer conocida por su hermosura influyó en su forma de ser? ¿Hasta qué punto?

I.R. Tampoco es que me pasara el día mirándome al espejo como en Blancanieves. No creo que las modelos o actrices siempre estén pensando en lo guapas que son. Más bien nos decimos que tenemos la suerte de que algunas personas nos encuentran atractivas y de que eso puede abrirte muchas puertas. A eso me refería cuando decía que la belleza puede ser un instrumento. Eso sí, siempre me ha interesado por qué mi cara se vende bien.

«El otro día respondí a una invitación: 'Gracias, pero estoy cansada de este tipo de fiestas'. Antes hubiera puesto una excusa: 'Me he roto un tobillo y no puedo ir'»

XL. ¿Se refiere a hallar una explicación psicológica a su éxito como modelo?

I.R. Sí. Me interesan las investigaciones que los publicitarios hacen para tratar de entender este misterio. Yo aparecí 23 veces en la portada de Vogue. Hubo un año en que me sacaron en cuatro portadas seguidas. Les pregunté el porqué, y su respuesta: «Porque tu cara vende ejemplares de la revista». Por supuesto, no tenían la más remota idea de por qué mi cara vendía tantos ejemplares. Por su parte, los estudios de marketing de Lancôme indicaban que mi imagen no intimidaba a las mujeres. Hay un tipo de belleza que parece atraer a las mujeres más que a los hombres, y eso era lo que yo tenía. Y voy a decir una cosa: cuando empecé como modelo, mi única responsabilidad era la de ser guapa y anónima. Comencé a trabajar casada (con Martin Scorsese) y tenía que quitarme el anillo de bodas cada vez que iban a hacerme fotos, porque se suponía que las modelos no teníamos identidad. Yo sabía que no era la mujer ideal, pero mi imagen facilitaba que otros se dieran a esas fantasías.

XL. Cierta vez le preguntaron cómo quería ser recordada. Respondió que preferiría ser olvidada. ¿Por qué?

I.R. Los americanos siempre están haciendo esa pregunta: «¿Cómo quiere ser recordada?». No la entiendo. Todos estamos destinados a ser olvidados.

XL. En su día la despidieron por ser mayor, ¿que sintió al ponerse a trabajar para Lancôme otra vez?

I.R. Llevaba 22 años sin trabajar con ellos, ¡22 años! Cuando me llamaron, me llevé una sorpresa. Les pregunté directamente: «Dicen que el sueño de toda mujer es ser más joven, pero, ahora que soy mayor, la compañía vuelve a pedir mi colaboración. ¿Qué ha pasado?». Françoise Lehmann, la consejera delegada, una mujer de 40 y tantos años, tenía clara la respuesta: «Los sueños ahora son otros. Quiero ser inclusiva. Soy una mujer. Estoy haciéndome mayor, y ya no cuento. No puedo aceptarlo». Lo que decía tenía sentido. Hace 30 años me preguntaba si mi comunicación con una empresa de cosmética sería distinta si los ejecutivos fueran ejecutivas. Ahora tengo claro que sí. Y hay algo más: mi carrera profesional es mía y de nadie más. Cuando eres joven, estás obligada a complacer a tus padres, a tu profesor, a tu bolsillo. Cuando eres mayor, tienes el valor de decir lo que quieres. ¿Sabe una cosa?.

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El hijo 'pequeño'. La actriz con su hijo Roberto, a quien adoptó en 1992. Roberto es modelo, pero dice que prefiere estar detrás de la cámara. Es un apasionado de la fotografía marina.

XL. ¿Qué?

I.R. Ayer me invitaron a una gran fiesta del mundo de la moda. Y respondí: «Muchas gracias, pero estoy cansada de ir a este tipo de fiestas». Así de fácil. Necesitas tener más de 60 años para responder así. Antes hubiera dicho: «Vaya, lo siento, me he torcido un tobillo y no puedo asistir».

XL. En su autobiografía habla de su tendencia a lo que llama 'la coloratura', a contar mentiras inofensivas.

I.R. La coloratura no es una mentira. Es un desbordamiento de la imaginación. Isabel Allende es una de mis escritoras preferidas. Empezó como periodista, y cierta vez tenía que hacer una entrevista a Neruda; el poeta le indicó que tan solo se la concedería si podía leer el texto antes. Isabel redactó la entrevista, se la envió, y Neruda dijo: «Tendría usted que ser novelista, porque lo que ha hecho es escribir una especie de fantasía sobre lo sucedido». La coloratura viene a ser algo parecido.

XL. En sus inicios también trabajó como periodista.

I.R. A ver. Nunca fui una periodista periodista. Vine a América y no sabía mucho inglés. Hice unos cursos para aprenderlo y un periodista terminó por contratarme. Estuve trabajando 3 años. Cubrí todos los combates de Muhammad Ali. No había trabajo mejor en el mundo. Y cierta vez me tocó hacerle una entrevista a Martin Scorsese.

XL. ¿Cómo fue ese primer encuentro?

I.R. Yo siempre trataba de leer los libros o ver las películas del personaje de turno antes de hacer la entrevista. Pero, por las razones que fueran, no llegué a ver El último vals antes de la entrevista con Marty. Así se lo dije, de buenas a primeras: «Mire, he metido la pata y mañana voy a ver la película, pero la entrevista la tengo que hacer hoy». Él entonces propuso: «¿Le apetece verla hoy mismo?». Así que nos fuimos al cine a ver su película. Scorsese estaba hecho todo un cinéfilo, me decía cosas como: «Ese movimiento de cámara está inspirado en la película tal de John Ford». A continuación me miraba y me decía: «¡No puede ser que no haya visto la película tal de John Ford! Tiene que verla. Se la proyectaré en casa; venga a verla». Así empezamos. Creo que le caí en gracia.

XL. Martin Scorsese y David Lynch son dos cineastas muy diferentes.

I.R. El único parecido es que los dos tienen unos cerebros muy originales. La originalidad me divierte y estoy familiarizada con ella porque mi padre era muy original. Cuando reconozco la originalidad en alguien, al momento pienso en ayudarlo, en hacer lo que me indique. A la vez, mi madre solía decir que ella no escogió actuar, que la actuación la escogió a ella; era una especie de misión en su vida. David y Marty tienen una misión. Están obligados a hacer lo que hacen.

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Como madre e hija. Isabella dice que ha llegado a una edad en la que puede hacer lo que quiere. Aquí posa, en 1971, cuando tenía 19 años, con su madre, que entonces tenía 57 años, en una escena doméstica. Ingrid Bergman murió en 1982.Foto: Getty Images

XL. ¿Usted tiene una misión?

I.R. Pensaba que no, pero ahora que soy vieja sí que la tengo.

XL. ¡No es vieja!

I.R. [Risas]. No, ya. Durante mucho tiempo me vi como alguien que lo da todo por el arte de otros. Si David Lynch se proponía reflejar un estado de ánimo en Blue Velvet, yo estaba allí para encarnarlo. Muchas veces, el artista no sabe qué es lo que quiere hasta que lo tiene delante. Se trata de ir probando hasta llegar a lo que quiere. «¡Frío frío! ¡Caliente caliente!».

XL. Sí, entiendo lo que quiere decir.

I.R. ¡Frío, caliente…! Cuando estás jugando a este juego con un artista, con el tiempo llegas a seguir su creatividad. Siempre me había visto como una persona de este tipo. Como alguien a disposición del arte ajeno.

XL. Todavía no me ha dicho cuál es su misión en la vida.

I.R. Tiene que ver con los animales. Siempre quise dedicarme a ellos, pero me puse a trabajar como modelo, y después como actriz, y me olvidé de los animales. Ahora me dedico a ellos.