Jocelyn Wildenstein, Catwoman’
Jocelyn Wildenstein, Catwoman’
La imagen de su rostro es esperpéntica. Ojos felinos, tan tensos que apenas puede parpadear; cejas dibujadas, lejísimos de los ojos; la frente alta y esférica; pómulos protuberantes; labios inflamados con forma de pato. Un rostro esculpido a corte de bisturí y millones de dólares que durante décadas ha sido ejemplo de cirugía estética extrema hasta llegar a lo grotesco. Es decir, un disuasorio póster médico de malas praxis, pero también, paradójicamente, una tendencia entre los ultrarricos de la que Jocelyn Wildenstein fue pionera y que le granjeó en la prensa el apodo de Lion Queen a fines de los noventa y de Catwoman en los 2000.
De ella se ha dicho que estaba obsesionada con parecerse a su mascota, un lince; o que quería tener cara de tigre porque a su marido le gustaba cazar en África, como si fuese parte de un juego sexual, pero Jocelyn insiste en que su apariencia felina es algo «natural». «Si te muestro fotos de mi abuela, lo que ves son estos ojos de gato y estos pómulos altos», dice convencida en una reciente entrevista en The Times.
Su primera cirugía se la hizo cuando cumplió 30 años, cuando ella y su entonces marido, el multimillonario marchante de arte Alec Wildenstein, acudieron al doctor Richard Coburn para una operación de párpados.
Hoy, a los 82 años (según Wikipedia, aunque ella afirma que tiene 77), su vida ha sido una sucesión de operaciones de estética, derroche y apariciones en los desfiles de moda junto con su eterno prometido –el canadiense, Lloyd Klein, de 56 años, con el que lleva desde 2004–. Jugosas escenas propias de un culebrón de amor y lujo de los ochenta que los paparazzi han documentado desde que su mediático divorcio la convirtiese en estrella oficial del despecho y la extravagancia.
Porque sí, claro, Alec Wildenstein le era infiel y… ella lo sabía. Pero el problema, según Jocelyn, no fue que él estuviese con otras mujeres, sino su falta de discreción. Y después, claro, llegó la escena con la pistola: la gran escena.
Jocelyn y el marchante se habían conocido en un safari, cazaron juntos un león y 20 años después él la echó de casa (o lo intentó) con una pistola. En aquella época solían comunicarse por fax y tres días antes de la fatídica noche, el 31 de agosto, el distanciado marido le envió un mensaje por fax a su finca de Kenia, Ol Jogi, donde ella vivía desde hacía varios meses. Quería avisarla de que cuando fuese a Nueva York la semana siguiente no se quedara en la casa familiar. Pero Jocelyn se presentó de todos modos.
Justo antes de la medianoche del 2 de septiembre de 1998 llegó al apartamento y lo que ocurrió después depende de a quién se le pregunte. Jocelyn dice que, cuando ella y su ayudante subieron al dormitorio de la pareja, su marido apareció en la puerta solo con una toalla y, en cuanto la vio, cogió una semiautomática de nueve milímetros cargada y la apuntó.
En la cama estaba su novia, desnuda, una modelo de 20 años. Alec, por su parte, dice que los confundió con ladrones y, en cuanto se dio cuenta de quiénes eran, guardó el arma. Pero esa noche el marido infiel abandonó la casa –esposado– y pasó 16 horas en los calabozos de Manhattan. Y aquel fue el kilómetro cero en que la familia más rica y discreta del mundo del arte se convirtió en un festín de sórdidos titulares para la prensa amarilla.
«Él no podía decir que lo traicioné porque nunca lo hice –explicaba Jocelyn–, así que su estrategia en el juicio consistió en alegar que me había convertido en un monstruo. 'No la reconozco', dijo, y le echó toda la culpa de lo que había ocurrido entre nosotros a mi cara».
Económicamente le sirvió de poco porque Alec Wildenstein perdió el proceso de divorcio y le tuvo que pagar 2500 millones de dólares a su exmujer, pero la batalla que sí ganó fue la del relato público: ella estaba loca, solo había que mirarla. Aunque no le duró mucho el sabor de esa victoria a Alec porque en 2008 fallecería de cáncer de próstata.
Ahora, Jocelyn quiere contar la historia con su propia voz y ha filmado una docuserie de dos episodios sobre su vida para HBO. También ha grabado el piloto de un reality show con los mismos productores de las Kardashian. Jocelyn está encantada con ser el foco de atención, pero reconoce que si ahora ha dicho 'sí' a lo que antes se negó tantas veces es porque está en bancarrota y necesita cash.
Durante el juicio de divorcio salieron a relucir los costosísimos hábitos de los Wildenstein, un ritmo de vida que Jocelyn (que conservó el derecho a seguir utilizando el apellido de su marido) ha mantenido estos años gracias al botín de su acuerdo de divorcio (que ella acabó negociando con su suegro) y que constaba de dos partes. Además de la suma global de 2500 millones, Wildenstein estaba recibiendo 100 millones de dólares anuales «para poder seguir con el estilo de vida de sus 20 años de matrimonio».
El acuerdo se mantuvo hasta 2015, cuando la familia de su difunto esposo canceló los pagos anuales aplicando una estrategia legal. Así que, tras el cierre del grifo de la liquidez, en 2018 se declaró en bancarrota: sin ahorros y sin inversiones, empezó a dejar deudas en joyerías y sus tres apartamentos de lujo en la Trump Tower fueron embargados.
Sin embargo, no cambió su estilo de vida y ha seguido pagando una renta mensual de 18.000 dólares por un apartamento. Ocho años en los que ha seguido viajando por el mundo junto con Lloyd Klein, su eterno prometido.
Se conocieron en 2003 durante un desfile de la marca del diseñador, Lloyd Klein Couture. En 2017, el canadiense le propuso matrimonio con un diamante de 32 quilates, pero da la sensación de que el 'sí, quiero' nunca llegará, a no ser que un medio les pague lo suficiente. Además, no todo han sido buenas noticias en el paraíso.
En 2017, la socialite usó unas tijeras para descargar su furia sobre Lloyd porque le hacía más caso a las redes sociales que a ella. Sin embargo, poco después, y pese a las fotos donde se lo veía herido, le quitaron importancia al incidente y dijeron aquello de «todas las parejas se pelean».
Y es que Jocelyn, que en los años setenta solía hacer esquí acuático en África en el río Zambezi, infestado de cocodrilos, siempre ha sido una mujer de armas tomar. Nacida en Suiza con el apellido Périsset, hija de una familia de clase media (su padre trabajaba en el departamento de ropa deportiva de unos almacenes), antes de los 20 años ya se había mudado a París.
Cuando en 1977 conoció al que sería su marido en Kenia, llevaba cinco años siendo la pareja de un director de cine, Sergio Gobbi, y era una experta tiradora y también piloto.
Por su parte, los Wildenstein eran una de las familias más ricas y poderosas del mundo del arte (en parte gracias a que se beneficiaron de las confiscaciones nazis) con una actividad secundaria en la cría de caballos. Coincidieron en un safari con amigos. Cuando Alec llegó, organizó una batida para matar un león. Jocelyn lo acompañó y, cuando el animal cayó, compartieron su corazón... el del león, lo comieron allí mismo, «para honrarlo».
Menos de un año después se casaron en Las Vegas y en menos de dos años ya tenían dos hijos, con los que Jocelyn dejó de tener contacto tras el divorcio.
Ella y su ex dijeron que durante los 20 años que estuvieron juntos sus pasiones compartidas fueron el arte y África. Ella se enamoró del rancho Ol Jogi, donde se habían conocido, que pasó de ser un 'cabaña' a una reserva de lujo de 66.000 acres, con 200 edificios, 55 lagos artificiales y 366 sirvientes. Partes de la película Memorias de África se filmaron allí.
A sus 82 años, Jocelyn está dispuesta a seguir siendo protagonista de su propia historia, aunque la llamen Catwoman o se mofen de ella. De hecho, cada día y con cada foto que sube a Instagram (pese a los burdos filtros rejuvenecedores) más se asienta su estatus de diva e icono pop.
De hecho, más allá del documental y el posible reality show, el prometido de Jocelyn tiene más ambiciones mediáticas para su novia adicta al bisturí. «Quiero hacer una serie de películas sobre la vida de Jocelyn, y me gustaría que Jennifer Lawrence la interpretara de joven», dice. ¿Qué ve Jocelyn Wildenstein cuando se mira al espejo? ¿Ve a Jennifer Lawrence? Está claro que nunca veremos el mundo con sus ojos.