El boson y la vida
El boson y la vida
Les presentamos a Peter Higgs, un anciano tímido y humilde que se ha convertido en el físico más importante desde Einstein. Y si aún no entiende qué es un bosón, se lo ponemos fácil.
«No dije eureka. No fue una revelación. Fue más bien algo gradual. Me fui percatando poco a poco de que el bosón tenía que existir», recordaba Peter Higgs, que acaba de fallecer a los 94 años. Aprovechó un fin de semana lluvioso para encerrarse en su piso de Edimburgo, garabatear fórmulas matemáticas y escribir un texto a toda prisa.
Al principio, no le hicieron caso. Pero Higgs era cabezota. Con 21 años desafió a sus profesores con un discurso premonitorio. «¿Cómo pueden estar seguros los científicos de que sus observaciones son reales?». No podía sospechar que miles de ellos intentarían durante 48 años comprobar su idea.
Pero Higgs no trabajaba en equipo. Era solitario. Duro de oído, prefirió no ponerse un implante coclear porque así tenía una excusa para aislarse. No solía responder a las llamadas. «Hacerse viejo tiene la ventaja de que tardo bastante en llegar al teléfono». Tampoco usaba el correo electrónico. Prefería las cartas. Le gustaba tomarse su tiempo para comprar un sello, pasear hasta el buzón, esperar la respuesta. El correo postal da tiempo para pensar. Y Higgs es, básicamente, una cabeza que piensa. «Todo este asunto va sobre intentar comprender el mundo».
Pasó su infancia postrado por brotes de asma y neumonías. «No es nada divertido cuando no hay medicamentos». Así que apenas estuvo escolarizado. Su madre le enseñaba en casa. «Estaba muy motivada para espolearme». En cuanto a su padre, ingeniero de sonido de la BBC, apenas tuvo relevancia en su educación. «Creo que le daban miedo los niños». Cuando la enfermedad o la guerra se lo permitieron («una de las primeras cosas que me pasaron cuando pude ir a la escuela fue que me caí en el cráter de una bomba y me rompí un brazo»), estudió en Bristol, en la misma escuela que Paul Dirac, uno de los padres de la mecánica cuántica. Higgs quiso emularlo y eligió la física teórica. Si hay una figura paterna en su vida, es Dirac. «No hablaba apenas». El adolescente Higgs lo adoptó como modelo. Incluso su carácter taciturno. E hizo suya una opinión de Dirac. «Una teoría no solo debe ser correcta, debe ser bella».
Todos pensaban que un alumno tan prometedor estudiaría en Oxford o Cambridge, pero Higgs tenía otros planes. «Mis padres veían esas instituciones como los lugares en el que los niños ricos iban a perder el tiempo. Si te tomabas en serio tus estudios, debías ir a otra parte». Y fue al King’s College londinense. Higgs carece del don de gentes de Einstein o del entusiasmo didáctico de Stephen Hawking. Cada vez que alguien le pide que aclare qué demonios es el bosón emite un titubeante eeeeeeh , luego empieza a hablar, tartamudea y se rinde. Lo que sigue a continuación es una de esas explicaciones para legos que tanto le disgustan.
Imagine el lector una sala atestada de periodistas. En esto llega alguien famoso y los reporteros lo rodean con sus cámaras, impidiendo sus movimientos, ralentizando su marcha; en cierto sentido, cargándolo de peso. Ahora piense en Higgs, el padre del misterioso bosón que ha traído de cabeza a la comunidad científica durante medio siglo. Hace unos años hubiera atravesado esa sala sin que nadie lo reconociera, tan ricamente y a toda velocidad. Pero eso era antes de su personal ‘big bang’. Higgs era entonces una partícula anónima y leve, sin apenas masa. Hoy es un fenómeno mediático. A Higgs le gustaría salir huyendo. Pero no puede. Muy a su pesar, se ha convertido en una partícula masiva. Un peso pesado de la ciencia.
Ahora imagine el comienzo del universo, hace 13.700 millones de años. Una pelotita infinitamente densa y comprimida que explota. Justo en el momento del Big Bang, las partículas elementales de las que estaba hecha esa pelotita no pesaban nada. Y hoy seguirían viajando sin rumbo a la velocidad de la luz, tan ligeras como el Higgs anónimo. Pero un instante más tarde algo empezó a frenarlas hasta que adquieron masa, hasta que pesaron como el Higgs famoso y formaron la materia. galaxias, estrellas, nosotros… «Ese algo tiene consecuencias. Si no existiese, no estaríamos aquí», sostiene Higgs. ¿Y qué las frenó?
¡Buena pregunta! Los científicos se la venían haciendo desde que Newton acuñó el término ‘masa’ allá por 1687. Higgs propuso que quizá fuese un campo de energía que debe de estar en todas partes y del que no sabemos nada, excepto que rellena el vacío y para ciertas partículas resulta tan pegajoso y difícil de atravesar como esa nube de periodistas, mientras que otras lo cruzan raudas y como si tal cosa. Eso explicaría por qué existe tanta diferencia de masa entre las diferentes partículas subatómicas. Son los fermiones (electrones y quarks): lo más chiquitito e indivisible que existe.
Era guapa, risueña y norteamericana. Una lingüista que desembarcó en la Universidad de Edimburgo en 1962 para estudiar un posgrado. Se llamaba Jody Williamson. De repente, el abstraído profesor Higgs, que rehuía a las chicas y prefería pasear por el monte rumiando sus ideas, se enamoró. Y, para sorpresa de sus colegas, el flechazo fue mutuo. Se casaron en 1962 y tuvieron dos hijos:... Leer más
Un electrón pesa 350.000 veces menos que el quark ‘cima’. Más o menos la diferencia entre un boquerón y un cachalote. El electrón/boquerón va ligero porque interacciona poco con ese campo. El quark/cachalote se queda varado. Y luego están los bosones, partículas asociadas a fuerzas fundamentales como la luz, el electromagnetismo, la gravedad Si el campo de Higgs es una de esas fuerzas, debe tener un bosón asociado a él. Para demostrar que la teoría es correcta había que encontrarlo. Lo de buscar una aguja en un pajar se queda corto. Un aguja en un billón de pajares.
El hombre tiene su genio. Higgs estuvo medio enfadado durante años con un buen puñado de colegas. Empezando con el CERN. Sí, el mismísimo laboratorio europeo de investigación nuclear que demostró empíricamente que la partícula que él alumbró con un lápiz, papel y matemáticas existe. La revista de física del CERN rechazó su ensayo fundacional sobre el bosón alegando que no tenía relevancia . «¿No es irónico?», comenta Higgs con retranca. Escocido, lo envió a una publicación americana rival, que sí lo publicó. Comenzó entonces una carrera de inversiones multimillonarias entre Europa y EE.UU. para comprobar si la dichosa partícula era o no era. Ganó Europa, que gastó 4500 millones de euros en un acelerador capaz de emular las condiciones del universo en el momento de su nacimiento.
Higgs apenas se interesó por ello. Solo una vez visitó la sede del CERN en Suiza, ese túnel de 17 kilómetros donde 2000 físicos hacen chocar dos chorros de protones a casi la velocidad de la luz y luego husmean entre las chatarras subatómicas como un equipo de atestados. Porque le invitaron. Y sí, también le invitaron en Ginebra al gran anuncio a bombo y platillo. Y entonces se le saltaron las lágrimas. Tiene su corazoncito. «No sé por qué lloré. Me conecté emocionalmente, aunque siempre he sido muy cuidadoso a la hora de hacerme a un lado durante todo este tiempo», confesó a Le Temps. «Es muy agradable tener razón de vez en cuando. Al principio no tenía ni idea de si estaría vivo cuando se descubriese. El asunto podía haberse alargado».
Por supuesto que sentía curiosidad. «Le pido a mi médico de cabecera que me mantenga en este mundo unos años más», bromeó en 2007. Pero la justa. Por varias razones. En su fuero interno, sabía que el bosón debía existir sí o sí. Como el algodón del anuncio, las matemáticas no engañan… «Si se hubiese probado lo contrario, diría que no entiendo nada de lo que he estudiado. La existencia de esa partícula es crucial para entender cómo funciona el modelo estándar de la física teórica». Pero claro, la ciencia es puntillosa y el CERN quería estar seguro al 99,999995 por ciento. Y eso es caro. Y a Higgs le fastidiaba que se le relacionase con ese gasto estratosférico. A él, que siempre se apañó con una libretita. Ni siquiera usaba ordenador. Le cogió manía a las computadoras en sus tiempos de profesor, cuando pasaba la noche en vela esperando a que uno de aquellos armatostes hiciera un cálculo.
También le tiene ojeriza al laboratorio. Lo suyo nunca fueron los experimentos. «Ocurren accidentes…» , dejaba caer. Era un manazas. En cierta ocasión estuvo peleándose con un barómetro hasta que un compañero se apiadó de él y le quitó el envoltorio. Stephen Hawking apostó cien dólares a que no se encontraría ni rastro del bosón. «Pero no la hizo conmigo. Fue contra un científico de la Universidad de Míchigan. Que le reclame él su dinero. Yo lo único que sugiero es que no se le debería prestar demasiada atención a lo que diga Hawking, aunque sea una celebridad, porque no es un especialista en teoría de las partículas elementales», respondió Higgs. Por cierto, que Hawking le envió un piropo envenenado. Por una parte lo recomendó para el Nobel; por otra, aireó una cierta decepción en el mundo científico. Al fin y al cabo, el descubrimiento del bosón solo ha confirmado algo que ya se sabía. «Hubiera sido más estimulante no haberlo encontrado».
No obstante, para Higgs se abría una puerta a la teoría de la supersimetría. Esta idea plantea que cada partícula tiene su pareja en el universo. Y el bosón podría tener un compañero en la materia oscura, que representa el 96% del cosmos. «Usted puede llamarlo ciencia ficción, pero para mí se trata de teorías especulativas que solo ahora están comenzando a ser probadas». En cuanto a su utilidad inmediata, Higgs se resignaba. «No tengo ni idea. El bosón apenas tiene una vida útil de una millonésima de una millonésima de segundo. La verdad es que no sé qué aplicación podría tener algo con una vida tan corta». Un colega le echaba un capote. «Tampoco se sabía para qué podrían servir los electrones cuando fueron descubiertos «¿Y qué sería hoy nuestro mundo sin ellos?».