El rey semidiós de Tailandia
El rey semidiós de Tailandia
Maha Vajiralongkorn, rey de Tailandia, que subió al trono con el nombre de Rama X, pues es el décimo monarca de su linaje, tiene un curioso concepto de sí mismo. Rama X piensa que es un semidiós, como sus antecesores; seres híbridos, no del todo humanos, perfeccionados por un toque de genes celestiales.
Durante sus primeros años no fue educado; fue reverenciado, pues la dinastía Chakri, a la que pertenece, basa su legitimidad en su supuesto parentesco con las divinidades budistas. La propaganda lo muestra rodeado de una aureola. Que sus arrodillados súbditos no puedan sobrepasar la altura de su coronilla en su presencia resulta chocante, pero Maha lo ha interiorizado como algo normal. Hasta los doce años no se abrochó los cordones de los zapatos porque los criados lo hacían por él. Solo cuando fue enviado a estudiar a un internado inglés tuvo que agacharse y probar a hacerse el lazo. Sus compañeros de colegio lo recuerdan torpe y con la mirada ausente. Nadie quería tenerlo como amigo.
Maha, solitario y amargado en el desconcertante ecosistema de los mortales, desarrolló un tic nervioso. Y, cuando tuvo que elegir entre ser hombre o deidad, decidió tirar por el camino de en medio. Maha se cree un personaje mitológico. Caprichoso e indiferente, prefiere vivir en un panteón antes que en el mundo real.
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De momento, lo más parecido que ha encontrado al paraíso es una mansión en Alemania, a orillas de un lago de Baviera, donde reside habitualmente (cambió la Constitución para poder vivir en el extranjero y gobernar desde donde quisiera). Decidió recluirse allí durante la pandemia. Para no sentirse solo, se llevó a las 20 concubinas de su harén. Como no caben en la mansión, alquiló las 99 habitaciones de un hotel alpino en una estación de esquí. La cuarta planta fue bautizada por la prensa local como 'la sala de los placeres'. El séquito lo completan otros 119 cortesanos.
Cuando se aburre, Maha pilota su Boeing 737-800 y se va a dar una vuelta. Despega en Múnich y aterriza, por ejemplo, en Leipzig. Pero no desembarca, sino que vuelve a despegar sin detenerse, una peligrosa maniobra llamada touch and go ('tocar y salir'). Puede quemar todo el combustible que se le antoje porque es uno de los monarcas más ricos del mundo. Su primera orden como rey fue poner bajo su control la Oficina de Propiedad Real, que gestiona las inversiones y posesiones dinásticas, valoradas en 32.000 millones de euros.
Rama X, de 68 años, heredó el trono en 2016, pero los fastos de su coronación se celebraron en 2019. En poco tiempo ha dilapidado el prestigio de su padre, el rey Bhumibol, que reinó durante 70 años con el beneplácito de la mayoría de sus súbditos. Si bien era considerado un gobernante títere, pues los golpes y asonadas jalonan la historia reciente de Tailandia, tuvo la visión de situar a su país como un destino turístico de primer orden.
Los militares retomaron el poder en 2014. Hubo un breve periodo de concordia nacional provocado por el rescate de doce niños atrapados en una cueva, pero el Ejército y el rey Rama X se aliaron para entorpecer la transición democrática.
Tras varios retrasos hubo elecciones en 2019. Las ganó el partido promilitar. La campaña no estuvo exenta de sobresaltos. El propio rey tuvo que impedir (se ignoran los métodos) que se presentase al cargo de primera ministra su hermana mayor, Ubolratana Mahidol, dentro de una candidatura considerada enemiga de la monarquía y el Ejército. El culebrón de la familia real se entrelaza con la política del país de forma cuando menos inquietante.
El venerado Bhumibol se dirigía a sus súbditos al menos una vez al año, pero el actual monarca no es de discursos. Más aun: quiere que la monarquía tailandesa vuelva a ser absoluta, como lo era antes de 1932, cuando se convirtió en constitucional. Además de reforzar a los partidos vinculados al Ejército, ha creado su propio 'ejército privado', integrado por cinco mil soldados de élite, elegidos escrupulosamente por su lealtad. Su ausencia del país no es solo física, es espiritual. Y ha terminado de fracturar a una sociedad muy dividida, excepto por el respeto a la institución monárquica, que actuaba como elemento de cohesión.
Las calles y las redes sociales en Tailandia, un país de 70 millones de habitantes, arden en contra de Rama X. La etiqueta «¿Para qué queremos un rey?» se ha hecho viral. La revuelta es sobre todo estudiantil. Y hay que tener la osadía de la juventud para unirse a ella, porque el delito de lesa majestad se castiga con entre 15 y 35 años de cárcel. Un delito en el que cabe cualquier crítica o comentario que se considere irrespetuoso o sarcástico, incluso un hashtag. Las detenciones, secuestros y desapariciones de opositores están a la orden del día, según denuncia Human Rights Watch. Y hay casi 2000 civiles procesados en cortes militares.
Además de sus excentricidades, al ahora rey lo llegaron a vincular con organizaciones criminales. Su propio padre dudaba, antes de morir, en 2016, de que fuese el heredero adecuado y fue instado por algunos consejeros a promover para la sucesión a la princesa Maha Chakri Sirindhorn, mucho más popular. Pero, aunque la ley permite que el cargo lo ocupe una mujer, el viejo monarca no quiso que lo sucediese una reina.
Según cables diplomáticos, el carácter de Maha es «violento e impredecible». Y Rupert Christiansen, un compañero en el colegio inglés, escribe: «No era ni inteligente ni deportista. Solo era meticuloso con el uniforme, en los desfiles y en el saludo militar. Pero se convirtió en un vil matón y trataba a otro chico, un pobre diablo, con un sadismo obsesivo. Aquello era más que acoso, era la revelación de una cruel psicopatología».
Que Rama X tiene una vida amorosa complicada es un eufemismo. Se ha casado cuatro veces (la primera vez, con su prima) y se ha divorciado tres. La tercera esposa, Srirasmi, es la que sufrió peor suerte. En 2014 fue arrestada, al igual que algunos de sus parientes, por «explotar sus conexiones reales». Se llegaron a difundir fotos de la exesposa real con la cabeza afeitada, en presunto castigo. Y ahora vive exiliada en un pequeño pueblo.
Tres meses después de su fastuosa boda con la reina Suthida, exazafata, el rey convirtió a su amante, Sineenat Wongvajirapakdi, en consorte imperial. Se enfadaron pronto. En octubre, el rey la repudió. «Es una desagradecida. No se conforma con el título que se le ha otorgado e intenta elevarse a la altura de la reina», se podía leer en el boletín oficial del Gobierno tailandés. Poco después fue perdonada y readmitida en la corte. Según el reportero británico Andrew McGregor, la vida en el harén de Rama X es cualquier cosa menos placentera. Las concubinas pasan buena parte del tiempo sedadas. Sufren una presión psicológica constante. Todas acaban formando parte de la fuerza aérea, se les cambia el nombre y llevan el mismo apellido.
En 2010, Wikileaks publicó unos telegramas del embajador norteamericano en Bangkok. En uno de ellos describe una cena de gala a la que asistió el entonces príncipe con Foo Foo, su caniche. «Foo Foo iba vestido de etiqueta. En un momento dado saltó a la mesa principal y se puso a beber de las copas de los invitados». Cuando Foo Foo murió fue enterrado con honores militares, pues tenía el grado de mariscal del Aire, y el funeral duró cuatro días.
Hoy, el extravagante rey puede seguir viéndose a sí mismo como un semidiós, pero tiene un problema. Sus súbditos ya no lo ven como tal; por lo menos, no todos.