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Confesiones de la hija de Romy Schneider

'Durante años tuve una relación fría y casi neutra con mi madre'

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Era de una belleza celestial pero, según ella misma contó, la habitaban los demonios. Romy Schneider falleció al no poder soportar la muerte de su hijo, David. Una niña los sobrevivió a ambos: Sarah Biasini, la hija pequeña de la actriz, habla por primera vez sobre sus recuerdos de infancia.

Por Jochen Siemens

Domingo, 14 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 9 min

Solo una vez la nombra. En algún sitio, hacia la mitad del libro, dice. Se refiere a la única mención que aparece del nombre de Romy Schneider. En esta conversación no lo pronuncia, se limita a decir «el nombre de mi madre». Pero este distanciamiento no es intencionado; es, digámoslo así, objetivo. Porque Sarah Biasini tenía 4 años cuando su madre, Romy Schneider, murió. Aquello fue en 1982. Hoy, Sarah Biasini tiene 44 años, lo que quiere decir que ha vivido muchísimo más tiempo con la fama póstuma de su madre que con su presencia real.

París, una soleada mañana de octubre, un café al sur del Bois de Boulogne. Sarah Biasini dice que vive cerca y que aquí todo el mundo la conoce, quizá por eso nadie se vuelve a mirarla. En cualquier otro lugar no pasaría, Biasini guarda un sorprendente parecido con su madre. Pero nadie se libra nunca de una madre tan famosa como la suya. Oh, sí, dice, claro que sí, en Francia también le preguntan constantemente por ella, a lo mejor no de primeras, pero al cabo de un par de frases siempre llega el «¿no será usted…?». En esos casos suele asentir con la cabeza y continuar la conversación como si nada. «Durante años tuve una relación fría y casi neutra con mi madre. La conocía mejor por lo que me contaban de ella que por mis vivencias».

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La sombra de su madre. Sarah Biasini, de 44 años, siguió los pasos de su madre, Romy Schneider, y ha actuado en teatro, cine y series de televisión. Tiene una hija de 4 años, la misma edad que tenía ella cuando su madre falleció.Getty Images

Pero, ahora, Sarah Biasini ha abordado por primera vez la figura de su madre de una forma distinta. Más intensa, más privada y –el detalle es importante– siendo ella misma madre. El resultado es un libro titulado La beauté du ciel, 'la belleza del cielo'.

Asalto en el cementerio

La escena con la que arranca el libro marca el camino desde la primera página. El 1 de mayo de 2017 sonó el teléfono en la casa de Biasini y un agente de la gendarmería le comunicó que, durante la noche, alguien había profanado la sepultura de su madre en el cementerio de Boissy-sans-Avoir, una localidad al oeste de París. Era la primera vez que ocurría algo así, y Biasini se dirigió inmediatamente al cementerio. Los autores habían dañado la losa y la habían desplazado a un lado hasta dejar una rendija por la que se podía mirar en el interior de la fosa, si bien no se veía nada porque los ataúdes estaban protegidos por una cubierta adicional de hormigón. ¿Los ataúdes?

Es aquí, al comienzo del libro, donde Biasini relata de una forma casi lacónica la historia de los dos muertos y del drama de su madre. Apenas un año antes del fallecimiento de Romy Schneider, en el verano de 1981, su hijo David, de 14 años, hermanastro de Sarah, resbaló mientras trepaba por la verja de su casa y una de las puntas le atravesó la arteria femoral de la pierna.

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La bella atormentada. Romy Schneider es la protagonista de La beauté du ciel ('La belleza del cielo'), el libro de Sarah. Romy, nacida en Austria, se hizo famosa en toda Europa en los años 60 con la saga de Sissi. Arrasaba con los personajes románticos e inocentes, pero los abandonó en los años 70 para intentar otras interpretaciones más maduras y sensuales. Su profesión iba bien, pero su vida personal empezó a naufragar pronto, con problemas de depresión y alcoholismo.Cordon

En un primer momento, a David lo enterraron en otro cementerio. Fue Alain Delon quien, cuando murió Romy Schneider, hizo que los dos ataúdes reposaran en la misma sepultura. De pie ante la tumba ya reparada, Biasini sigue manteniendo la distancia. «No quiero pensar que es mi madre quien descansa bajo esta tierra, la mitad de mi yo cuando nací, parte de mi historia. Mi hermano también descansa ahí abajo. Enterrados juntos los dos», escribe. Pero esa distancia se desvanece exactamente tres semanas más tarde, cuando Sarah Biasini, casada con el director teatral Gil Lefeuvre, recibe la noticia de que está embarazada.

Al descubrir de repente que ha engendrado un hijo, muchos de sus pensamientos se vuelven al pasado... y a la figura de su madre. Sarah dio a luz a una niña, no podía ser de otra manera: «Si a una mujer como yo se le da la posibilidad de quedarse embarazada, tendrá inevitablemente una niña. Reencontrarse con la niña que ella misma fue. Reencontrarse con la madre que perdió y ocupar su lugar», escribe Biasini en su libro.

«En el libro, cuando escribo sobre mi madre, no lo hago sobre la actriz como leyenda o mito, sino como mi madre», dice. Eso no significa que no la viera en sus películas. De pequeña se rio mucho «de las Sissis», pero su madre solo empezó a parecerle interesante como mujer cuando se casó con el escritor Daniel Biasini, admite en el libro.

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El padre de Sarah. Romy con su segundo marido y padre de Sarah –el periodista y guionista Daniel Biasini– en enero de 1978. Hoy tiene 72 años. Su primer novio conocido fue Alain Delon; luego, se casó con el actor y director Harry Meyen, quien se suicidó en 1979, dos años antes de la muerte de su hijo en común con Romy.getty images

Su padre fue el segundo marido de Romy Schneider. Estuvieron casados casi seis años. Cuando la actriz murió, ya vivía con su nueva pareja, el productor Laurent Petit. Él fue quien, la mañana del 29 de mayo de 1982, la encontró sin vida sobre una silla ante su escritorio. La causa de la muerte fue un fallo cardiaco. Sarah recuerda aquel momento como los niños recuerdan siempre los golpes del destino: de una forma imprecisa. Estaba en el jardín, o no, estaba en el coche, tanto da, lo que recuerda es que tiene que ser fuerte, no llorar, su padre tampoco llora, se miran, asienten los dos con la cabeza.

'Mamá se ha marchado con David'

«Hasta hoy nunca había pensado en aquel momento. Ahora lo traigo de nuevo a mi memoria, 36 años después. 'Mamá se ha marchado para estar al lado de David'. Esas fueron las palabras de mi padre. Aún hoy sigue sin decir 'muerte', siempre dice 'marcharse'». Así recoge Sarah el momento en el que su padre se entera de la muerte de su madre.

Cuando murió, Romy Schneider se encontraba en la cima de su fama. La pizpireta Sissi de los años cincuenta era desde los setenta una de las mujeres más destacadas del cine francés. El director Claude Sautet, con quien trabajó en Une histoire simple, dijo una vez de ella que era «la síntesis de todas las mujeres». Por su última película, Testimonio de mujer, rodada medio año después de la muerte de su hijo, Romy Schneider fue nominada a título póstumo para el César, premio que ya había ganado en dos ocasiones. Hoy, su hija dice que ha visto casi todas las películas de su madre, a diferencia de su padre. «Él no puede verlas, ni solo ni conmigo. Imagino que debe de ser para él como una bofetada violenta». Ella misma no hace muchas comparaciones entre la madre y la mujer que aparece en la pantalla, «pero percibo y admiro su credibilidad; nunca impostaba, se mostraba ante el público como era en realidad», explica Biasini.

'Mi padre no puede ver las películas de mi madre. Ni solo ni conmigo'

Como heredera de su madre, ¿se siente responsable de su recuerdo? «Sí, pero ¿qué significa eso en realidad? La gente tiene su propio concepto de mi madre, cada persona tiene sus vivencias y su recuerdo de ella, no es algo que yo pueda controlar. A veces me dan ganas de decir '¡basta!', pero la gente siempre piensa lo que quiere pensar». Una vez sí que se quedó de verdad con las ganas de haber gritado ese '¡basta!' a pleno pulmón. Fue cuando los productores de la película 3 días en Quiberón le hablaron del rodaje y le preguntaron su opinión. «Vi la película y no me gustó nada. ¿Qué pretendía aquel proyecto? Ganar dinero con el recuerdo de mi madre, simplemente».

La película, que llegó a las salas de cine en 2018, cuenta las conversaciones que Romy Schneider mantuvo en 1981 con dos periodistas en Quiberón, la localidad francesa donde se encontraba la clínica en la que había ingresado para someterse a un tratamiento de recuperación, desintoxicación y pérdida de peso.

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El trágico final. Romy con su primer hijo, David –hermanastro de Sarah–, fallecido a los 14 años, en 1981, al resbalar mientras trepaba por la verja de su casa. Ella no lo superó y murió un año después, cumplidos los 43. Nunca se le realizó una autopsia y se especuló hasta con un intento de suicidio.getty images

La entrevista y las fotografías que surgieron de aquel encuentro tuvieron mucha repercusión porque hasta ese momento la actriz rara vez había mostrado con tanta claridad su lado más íntimo y personal. («Soy una mujer infeliz de 42 años, y mi nombre es Romy Schneider», decía al presentarse). «Aún hoy sigo sin entender por qué mi madre habló con aquellos periodistas, había ido allí para estar sola y recuperarse, se encontraba en un momento de gran vulnerabilidad. Pero bueno, pasó. ¿Qué necesidad había de rodar una película? Si hubiese estado en mi mano, habría dicho que no se hiciera», asegura hoy Biasini.

Cuando murió su madre, Sarah se fue a vivir con su padre y la familia de él, pero también pasó tiempo con los parientes de Romy Schneider. Dice que fue una adolescente normal, un poco rebelde, pero poco. De su padre, que durante años la llevó a museos y exposiciones, heredó la pasión por la pintura. Estudió Historia del Arte en París. «Me interesaba mucho la restauración de cuadros, pero lo dejé». ¿Por qué? Bueno, porque «tenía 22 o 23 años y también me interesaba mucho la interpretación». Pero no por ser hija de quien era, sino porque en París tenía amigos del mundo del cine y el teatro y «porque me di cuenta de lo maravillosa que es la profesión». Según dice, consiguió ignorar la presión que suponía la comparación con su madre. Ignorar o reprimir, qué más da.

'No quiero pensar que, bajo tierra, descansa mi madre, la mitad de mí, de mi historia. Mi hermano descansa junto a ella'

Tras estudiar interpretación en Los Ángeles y París, Sarah Biasini rodó diez películas de cine y varias producciones para la televisión. Una fue Un hombre y su perro, de 2008, el último trabajo de Jean-Paul Belmondo. Del rodaje, Biasini solo se acuerda del debilitado Belmondo, con quien apenas tuvo contacto.

Mucho más a gusto se sentía en los escenarios de los teatros parisinos, «delante de la cámara tenía que controlarme, sobre el escenario también, pero de otra manera», dice. Trabajó en muchas obras, «a veces con la sala llena, a veces no tan llena. Pero de las salas no tan llenas también se aprende», asegura. ¿Qué se aprende? «Que la vida no siempre consiste en éxito y aplausos».

Las mismas manos que su madre

Para terminar, un pasaje más del libro. En él cuenta que siempre se negó a aprender alemán. «Rechazo ese idioma», escribe. ¿Por qué? Biasini sonríe y responde: «Aquello fue en mi época rebelde, simplemente quería algo a lo que oponerme. ¿Y por qué tenía que aprender alemán? No había nadie con quien tuviera que hablarlo».

Ya casi es mediodía en París. Sarah tiene que marcharse. Anna, su hija de 3 años, la está esperando. Teclea algo en el móvil con sus dedos largos y finos. Los heredó de su madre, dice en el libro. «A mi madre no le gustaban sus manos».

@ STERN

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