Will Smith
Will Smith
Violencia, drogas, infidelidad... la no tan feliz vida del actor más simpático (antes del bofetón)
Will Smith
Violencia, drogas, infidelidad... la no tan feliz vida del actor más simpático (antes del bofetón)
Lunes, 06 de Diciembre 2021
Tiempo de lectura: 11 min
Will Smith fue el protagonista de la noche de los Oscars de 2022, y no sólo por ganar la estatuilla a Mejor Actor por su papel en 'El método Williams', sino por el bofetón que propinó al cómico Chris Rock durante la gana por llamar Teniente O' Neil a Jada Pinkett haciendo referencia a la alopecia que sufre la mujer del actor. El incidente marcó un antes y un después en su carrera y muchos quisieron explicarlo en el relato de su infancia que Will Smith había hecho el año antes en su autobiografía. Smith confesó que su imagen alegre y optimista es, en realidad, un escudo para ocultar su traumática infancia.
Esta historia tiene de todo: sexo, drogas, violencia, infancia desgarrada, desamor... Y, como remate, un protagonista inesperado. Will Smith, paradigma hollywoodiense del optimismo, la alegría y el buen rollo confesó en sus memorias que la imagen que lleva años proyectando era, en realidad, una fachada para cubrir su dolor y su falta de autoestima. Smith ha admitido que, con nueve años, vio a su padre golpear a su madre y que siempre se ha sentido culpable, «y cobarde», dice él, por no haber hecho entonces nada al respecto.
Un traumático episodio que, cuenta en Will, título de sus memorias, lo ha perseguido toda su vida. «Ese momento en aquella habitación, más que cualquier otro de mi vida, ha definido quién soy. En todo lo que he hecho desde entonces: premios y elogios, focos, atención, los personajes y las risas, ha habido una cadena sutil de disculpas hacia mi madre por no haber actuado ese día. Lo que se ha llegado a entender como ‘Will Smith’, la estrella más grande del cine es en gran parte una construcción, un personaje cuidadosamente elaborado y perfeccionado para esconderme del mundo. Para ocultar al cobarde».
A sus 53 años, Smith decidió enfrentarse a pecho descubierto a sus fantasmas de un modo tan brutal como inédito entre las celebridades. No elude, de hecho, ningún asunto personal, por muy íntimo o tortuoso que sea. Matar a su padre, sin ir más lejos. La idea de venganza, asegura, rondó su cabeza durante años. «De niño, siempre me dije que cuando fuera mayor y fuerte, cuando ya no fuera un cobarde, lo mataría». Sintió el deseo de forma recurrente en sus entrañas hasta que, discapacitado William Carroll Smith por un cáncer terminal, poco antes de morir en 2016, su hijo vio la oportunidad, sintió el impulso. «Una noche –relata Smith–, mientras lo llevaba desde su dormitorio hasta el baño con cuidado, surgió en mi interior un pensamiento oscuro. El camino entre esas dos estancias pasa por la parte superior de las escaleras. Me detuve allí y pensé que podría empujarlo y quitármelo de encima fácilmente. Mientras las décadas de dolor, ira y resentimiento iban desapareciendo, negué con la cabeza y procedí a llevarlo al baño».
Años más tarde, todo parece indicar que el actor ha alcanzado cierto equilibrio sobre el recuerdo de su padre. «Era violento, pero también estuvo en cada obra de teatro y recital que daba –admite–. Era alcohólico, pero estaba sobrio en los estrenos de cada una de mis películas. Escuchó cada uno de mis discos. Me visitó en todos los estudios de grabación... Ese perfeccionismo intenso con el que nos aterrorizó lo llevó también a poner cada día comida sobre nuestra mesa. Mantuvo a cuatro niños alimentados, vestidos y calzados y encontró tiempo para estar con nosotros».
Son palabras que a Will Smith le ha llevado toda una vida pronunciar. Más de 40 años que tardó en digerir el gran trauma de su infancia, en ser capaz de identificar lo negativo en su padre sin negar la totalidad de su vida. «A partir de aquel día quise construir una vida externa que pudiera cubrir todo ese dolor. Esta imagen optimista y alegre proviene de una falta real de autoestima y respeto hacia mi mismo». Nada en todo caso, que, visto con la perspectiva del tiempo, el actor desee cambiar. «Esos traumas y la angustia mental que tuve que superar me hicieron convertirme en la persona que soy hoy».
Esa persona que, por ejemplo, se enamoró y creo una familia con dos hijos junto a la actriz Jada Pinkett, la otra figura clave de su vida y, por supuesto, de sus confesiones. Pinkett y Smith se casaron hace 24 años y mantuvieron un aura de relación idílica hasta que, hace cinco años, empezó a generar titulares cuando ella declaró que el suyo no era un matrimonio convencional. «Olvidemos las etiquetas típicas de marido, compañero o lo que sea –dijo Pinkett–. Will y yo somos una familia que nunca va a desaparecer. Olvidemos toda esa mierda de lo que debe ser una relación o un matrimonio porque yo voy a estar a su lado, pase lo que pase. Él sabe que puede contar conmigo para siempre. Punto». Poco después, Smith le daba la réplica: «No hay nada en el mundo que ella hiciera que pueda significar el final de nuestra relación. Va a tener mi apoyo hasta que muera».
Mantuvo su palabra, de cara a la galería al menos, cuando en 2020 Pinkett reveló haber vivido una aventura con el rapero August Alsina cinco años antes. «Para mí, eso fue hace años», dijo Smith, quitándole hierro al asunto. «Nuestra relación ha evolucionado», señalaba en su autobiografía. «Aunque al principio fue monógama, ya no lo es», subraya. «La gente creyó que Jada era la única que tenía otras relaciones sexuales. Pero no es así», añade. «Nos hemos dado confianza y libertad el uno al otro. El matrimonio para nosotros no puede ser una prisión. No recomiendo ese camino a nadie», sostiene. «Vivir esta libertad que hemos pactado y el apoyo incondicional que nos damos el uno al otro es, para mí, la definición más alta del amor», remata.
Confidencias como estas han hecho de Will un meteórico best seller en Estados Unidos. El libro, por cierto, incluye también detalles –432 páginas dan para muchas revelaciones– de la célebre pelea conyugal, allá por 2011, que precipitó su separación temporal. Ocurrió en la fiesta de tres días organizada por Will para el 40 cumpleaños de Jada, un evento a cuya organización dedicó tres años. «Me dijo que aquello era una exhibición desmesurada de mi ego», rememora Smith. La celebración incluyó actividades como golf, senderismo, un pasillo hasta un arco repleto de fotos de su esposa, un documental familiar que incluía audios de la difunta abuela de Jada y la actuación de sus artistas favoritos con composiciones específicas para la ocasión.
El festejo, sin embargo, no pasó de la cena inicial. Mary J. Blige salió a cantar a los postres en plan sorpresa y, lejos de mostrar entusiasmo, terminada la actuación, Jada le dijo que tenía suficiente. «Cancela todo lo demás», añadió. Se gritaron todo tipo de lindezas hasta que Smith le soltó un definitivo: «Está bien, me retiro. Renuncio a tratar de hacerte feliz. Tú haz lo tuyo que yo iré a lo mío». No optaron, sin embargo, por el divorcio. Prefirieron reevaluar su matrimonio.
Smith viajó entonces a Perú donde un chamán lo introdujo en los «caminos sanadores» de la ayahuasca. En sus memorias detalla las visiones de aquellos días, flotando por el cosmos hasta encontrarse con «una mujer invisible» que le mostró la senda hacia el equilibrio interior. «Soy hermoso y no necesito un taquillazo para sentirme bien. Soy hermoso y no necesito un número uno para sentirme digno de amor. Soy hermoso y no necesito que Jada ni nadie me valide», repetía en sus delirios psicotrópicos.
La separación de Jada, finalmente temporal, hizo florecer en su mente –y en otras zonas de su anatomía– la idea de procurarse un harén con 25 mujeres famosas que incluyera, entre otras, a su colega Halle Berry o la bailarina Misty Copeland. Compartió la idea, incluso, con una asesora de sexo tántrico a la que acudió en su búsqueda hacia la iluminación. «Aquellos pensamientos, por mi educación cristiana, me hacían sentirme en pecado. Pero limpié mi mente, me permití saber que está bien ser como soy y ser quien soy. No soy una mala persona por estar casado y pensar en Halle Berry». De regreso a Jada, con todo ese aprendizaje en la mochila, Will y ella reiniciaron lo suyo en nuevos términos, menos monógamos, digamos.
La promiscuidad, en realidad, ya había formado parte de su vida antes de conocer a Jada. Se entregó a ella tras romper con Melanie Parker, el primer amor de su vida, infiel a Smith mientras él estaba de gira. Él, ya entonces un rapero de éxito curtido en los suburbios de su Filadelfia natal, se extiende en los siguientes términos sobre ello. «Necesitaba alivio desesperadamente y recurrí al sexo desenfrenado. Me convertí en una hiena del gueto. Con cada mujer que conocía, yo le pedía a Dios que ella fuera la que me amara e hiciera desaparecer mi dolor, pero tantas relaciones sexuales con tantas mujeres no me sentaron bien. Desarrollé una reacción psicosomática al orgasmo: me daban arcadas y, a veces, vomitaba. Así que ahí estaba yo, miserable ante los ojos de aquellas chicas, haciendo mi angustia cada vez más profunda».
Tardó mucho en encontrar a una que lo amara –se casó con su primera esposa, una empresaria llamada Sheree Zampino, a los 24 años–, tiempo en que su vida prosiguió rumbo hacia el vacío. Los errores en la vida, ya se sabe, pueden tornarse oportunidades. En su caso, un fraude de 2,8 millones de dólares a Hacienda por no pagar sus impuestos durante dos lucrativos años y medio en los que vendió tres millones de discos. Millonaria fue también la multa que el fisco le impuso. Intentó, en vano, pagarla con una nueva grabación y no le quedó otra opción que venderlo todo: «Mi preciosa casa, mis cuatro coches, mis dos motos...».
Tomó entonces una de las grandes decisiones de su vida: pedir 10.000 dólares prestados a un amigo suyo traficante de medicamentos sin receta. Y la jugada le salió redonda. «Gracias a ello pude mudarme a Los Ángeles y comenzar mi carrera como actor». Un productor llamado Benny Medina –acusado años más tarde de intento de violación por un actor– le ofreció protagonizar El príncipe de Bel Air, basada en su propio ascenso social desde un barrio marginal hasta la zona más lujosa de la ciudad. Smith no las tuvo todas consigo. Al fin y al cabo, actuar no era lo suyo. Fue Quincy Jones, leyenda de la música negra y la televisión americanas, el factor decisivo.
Fascinado con el proyecto, Jones invitó a la joven estrella arruinada del rap a una fiesta en su mansión en diciembre de 1989. Y allí empezó todo. «Stevie Wonder andaba por ahí, Steven Spielberg acababa de marcharse y yo no tenía ni idea de qué estaba pasando». Allí mismo, Jones puso en sus manos un guion y, ante aquella pléyade de celebridades, estrellas y poderosas figuras de la industria, lo retó a hacer una audición. Apenas diez minutos lo llevó prepararse y arrasar. «Todo era borroso, me daba vueltas la cabeza, pero me llevé una ovación». Y un contrato, de paso, que le cambió la vida.
Además, gracias a aquella serie conoció a Jada Pinkett. Tenía 19 años cuando se presentó a una audición para El Príncipe de Bel Air. No fue elegida, pero Smith se fijó en ella. Naufragado su matrimonio con Zampino, él, sin embargo, no la llamó hasta que, el día de San Valentín de 1995, Zampino le hizo llegar los papeles del divorcio. «Recuerdo que firmé, salí de allí y llamé a Jada». Se casaron dos años después. Al siguiente nació Jaden y en 2000 vino Willow. Trabajaron desde niños con su padre, participando sin saberlo en esa proyección de felicidad y optimismo que su padre acaba de destapar en busca de su propia paz interior.