El rianxeiro José María Vicente Somoza descubrió el casco de Leiro en 1976, una pieza arqueológica de 270 gramos de oro datada entre el año 1000 y el 800 a. C. que se exhibe en el Castelo de San Antón
28 nov 2018 . Actualizado a las 21:07 h.Podría decirse que la vida no siempre le puso las cosas fáciles a José María Vicente Somoza (Rianxo, 1936), pero también que su perseverancia y bondad acabaron recompensándole. Lo que nunca se hubiera imaginado es que sería a través de un singular premio, en forma de un casco de 270 gramos de oro y 24 quilates del final de la Edad de Bronce -entre los años 1000 y 800 a. C.-, que halló en O Curruncho dos Porcos, un lugar ubicado en la parroquia rianxeira que da nombre al afamado casco de Leiro.
Corría un duro 1976 para José María Vicente. Pescador desde los 11 años, cada día se dedicaba a salir a faenar sobre Romanciño, un humilde barco de siete metros de eslora al que le había añadido un motor. Él conformaba la mitad de una tripulación que se ganó las miradas altivas de compañeros de gremio, vecinos e, inevitablemente, unas cuantas multas. Y es que siempre trabajó codo con codo con su «armador», su esposa, Concha Mosquera Gómez.
«Eran outros tempos e daquela as mulleres non podían ir ao mar. Estaban discriminadas, pero había que traer os cartos á casa e eu quiteille o caderno, pero claro, sempre viña de polisón», indicó Vicente con una sonrisa de satisfacción para alegar: «E que ía facer? Da ponte para a proa o barco era dela». Mas los encontronazos con las autoridades no eran su único problema.
«Había un grupo de persoas que se dedicaban a roubar o gasóleo que deixabamos apartado os mariñeiros para recargar o combustible ao longo do día», recordó el rianxeiro sobre los bidones que posaban en unas rocas cerca de 40 profesionales.
La caseta
José María Vicente sabía que los ladrones sustraían parte del gasoil con una goma, pero también que rellenaban los recipientes con agua, llegando a causar daños en los motores de los barcos. Este fue el motivo que le llevó a hablar con el propietario de unos terrenos frente a donde trabajaba y al que su hermano ya le había comprado un pedazo de tierra para construir una caseta donde guardar los útiles de pesca y el combustible.
«A meu irmán pedíralle 2.000 pesetas por dúas cuncas [700 metros cuadrados] e a min pediume o dobre», señaló el marinero. No le importó pagar más, la parcela a la que le había echado el ojo era perfecta porque podía acercarse a recargar desde el mar. Así empezó a adecentarla cada día un rato, junto a su mujer. Hasta que llegó el mediodía del 7 de abril.
Mosquera se marchó a hacer la comida, pero su marido quería retirar una gran roca antes. Hizo palanca con unas ramas, la sacó y se dispuso a sachar unos 70 centímetros de tierra. El primer golpe no entró, el segundo tampoco y «ao terceiro quitei o casco e ata pensei que tamén viña o dono». No, no había cuerpo, pero en cuanto posó la pieza otro marinero le indicó lo que ya sabía: «José María, iso é ouro».
A medida que regresaba a casa, el rumor prendía como el fuego y, si en la primera parada se rieron de él -«que caldeireta de lata levas aí?»-, cuando llegó a la puerta de su domicilio una pariente ya le estaba esperando para negociar. «Ata me ofreceron un porco por el», destacó. Durante tres días su hogar fue un punto de peregrinaje, hasta que el capellán de O Araño le aconsejó que lo protegiese. Así pasó 18 días y noches custodiado en el cuartel de la Guardia Civil de Rianxo, pero el sargento no podía tener a dos agentes parados durante las 24 horas. La solución llegó de la mano de Felipe Senén, entonces gerente del Castelo de San Antón, que solicitó su traslado al museo coruñés. Vicente solo puso una condición: «Moitos dixeron que o fundise, pero o casco perténcenos a todos». Finalmente, el organismo le entregó 6.000 euros. Una merecida recompensa.