Al abeto griego de la ceense Fundación Fernando Blanco lo tumbó de un derechazo un vendaval con puño de hierro. Sus raíces, ahora al aire, llegan hasta la isla de Cuba, a donde en la primera década del siglo XIX emigró el filántropo Fernando Blanco de Lema y en la cual logró reunir una considerable fortuna con la que, andando el tiempo, financiaría la edificación de un colegio de primaria y otro de secundaria en su villa natal. El abeto griego, plantado en las estribaciones del año 1886, era vigoroso como una deidad griega, con la altura del coloso de Rodas, pero el dios griego Eolo no tuvo reparos en abatirlo. Y abatidos también se quedaron los habitantes de Cee, para quienes el árbol era un vecino más. La gente se hacía con él fotos y más fotos, para las que el abeto posaba con la mejor de sus sonrisas. Y de muchas parejas ejerció como testigo de boda.
No se resignó nadie a dejarlo morir del todo, y para ello fue acogida con entusiasmo la idea del lutier Daniel Romar de construir con su tronco un instrumento musical llamado clavicémbalo, primo carnal del piano. Es curioso que, habiendo sido derribado por el viento, el abeto no vaya a ser convertido en un instrumento de viento, sino en uno de cuerda pulsada. Al que suscribe lo reconforta pensar que este árbol, que en pie sonaba con la cabeza llena de pájaros, de nuevo se colmará de notas musicales.
Por la madera del clavicémbalo volverá a circular la savia del abeto cuando el teclado interprete alguna obra puede que de Johann Sebastian Bach. Y el músico sentirá, en sus pies, la fresca sombra del abeto griego en un día de verano en el pueblo marinero.
*Carlos López es integrante de Pinto & Chinto.