La datación, el estilo y la posible autoría están ahora mucho mejor definidas que cuando se iniciaron estos últimos trabajos
10 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Los frescos de la iglesia románica de Moraime, en Muxía, que desde principios del siglo XVI le sirvieron a los monjes del monasterio contiguo para llevar reforzar su mensaje de fe ante una población analfabeta en su inmensa mayoría cumplen desde esta semana, ya sin andamios, una nueva función: la de dejar claro que la localidad de la Costa da Morte cuenta con una auténtica joya de la pintura gótica, ahora mucho más aprovechable como recurso cultural, turístico y fuente primaria para la investigación.
La restauración acometida por la empresa Parteluz, con Uxía Aguiar al frente, en la que la Consellería de Cultura ha invertido 38.225 euros, le ha puesto forma, color y contenido a lo que eran apenas unos trazos esbozados entre capas de nitratos, cloruros, sulfatos y carbonataciones que, ayudados por la humedad, mantenían oculta la grandeza de esta serie pictórica. Una composición que representa los siete pecados capitales, con sus correspondientes virtudes contrapuestas, que se abre con el símbolo de la cruz y se cierra con la representación de la muerte en forma de un infernal arquero, que deja bastante claras cuáles son las consecuencias de desviarse del camino de la fe católica.
El trabajo ha sido arduo, como explica la propia Aguiar, porque cada elemento incrustado en las pinturas, que incluía algas, microalgas, musgos y líquenes para un pequeño catálogo de zoología, respondía a una técnica diferente, desde las limpiezas más físicas a los rayos infrarrojos. Prácticamente tuvieron que aplicarle su propio método a cada centímetro cuadrado pero el resultado, a juicio por ejemplo de los guías que los enseñan de manera habitual, ha sido directamente espectacular.
Es más, todo el proceso va acompañado de nuevos estudios y recopilación de los existentes por parte de especialistas en Historia del Arte, con lo que lo más seguro es que todavía aparezca una nueva sorpresa. Por el momento, y según se afanaba en explicar ayer la restauradora, ya han descubierto figuras de las que no se conocía su existencia, como la escena de lucha que acompaña a la avaricia, y detalles aún más curiosos como que al personaje principal de la pereza no se le ha descolorido una mano, sino que ya fue pintado manco.
La actuación sirve también para fijar con mayor exactitud la obra en la perspectiva histórica. «As roupas, por exemplo ese brocado flamenco das vestimentas era a última moda de primeiros do século XVI», explica Aguiar, como detalle que les ha servido para datar la composición y también acercarse un poco más a su autoría, que circunscriben a los intercambios asociados al Camino y a los grandes monasterios del Císter que trajeron hasta este rincón de la Costa da Morte iconografía propia del Norte de Europa, en este basada en la Psychomachia de Aurelio Prudencio, poeta hispanorromano del siglo V. Una «batalla del alma», entre pecados y virtudes, que aquí se representa todavía con un estilo gótico internacional, cuando ya medio continente navegaba sobre las corrientes del Renacimiento clásico exportado desde lo que hoy es Italia.
No se trata simplemente de que vayan a convertirse en un recurso turístico de primer orden -ayer mismo las visitaba un grupo guiado de una decena de personas-, sino que la restauración de los frescos de la iglesia románica de San Xiao de Moraime abre un amplio abanico de posibilidades para los investigadores o para los simples aficionados al conocimiento del arte y la cultura de la Costa da Morte.
Mucho se ha debatido entre los conocedores de esta singular representación de los pecados capitales, las virtudes y la muerte, sobre si se correspondían con el siglo XVII o incluso podían ser anteriores. Ahora, a falta de que se concluya el estudio histórico artístico asociado a la restauración, parece más que asentado que pertenecen a principios del XVI.
Además, las curiosidades descubiertas sobre el enorme lienzo pétreo de cuatro metros de alto por de 14 de largo son más que numerosas. Por ejemplo, la figura del demonio que le habla al personaje representativo de la envidia continúa por la columna contigua, algo bastante inusual. Además, al propio personaje, que aparentemente se tapa la vara para no ver le salen ojos del antebrazo y del propio vestido, lo que cambia por completo su significado. La lujuria se ve claramente que cabalga sobre un cerdo representación de lo más negativo de la condición carnal del hombre. Los espejos de la vanidad, antes casi imperceptibles, relucen ahora como parte de lo mejor conservado. Incluso se ha descubierto una segunda línea de representación inferior y cuáles eran los límites originales de la pintura a la que, paradójicamente, ha protegido el olvido de siglos entre capas de cal.