«Coa laca que lles poñía ás clientas, nin un terremoto lles desfaría o peiteado»
ZAS
Personas con historia | Esta baiesa, por cuyas manos pasaron «centos de cabezas», montó su negocio con 20 años y fue testigo de la transformación física y emocional de muchas mujeres. Esta es la historia de Lolita Gómez
20 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Tenía solo veinte años y acababa de salir de la academia cuando abrió el negocio en el bajo de su casa de Baio, en donde antes solía despachar para su padre materiales de construcción. Dolores Gómez, Lolita, fue la primera mujer en abrir una peluquería con todas las de la ley en el Concello de Zas. Corría el 1962, y en esos años el perfil de mujer emprendedora no era demasiado habitual. «Os homes daquela tiñan que estar en todo, pero meu pai nunca se meteu en nada do meu, só quixo que estivese sempre dentro da lei. El era moi amigo de pagar o seu, de feito el era contratista de obra e tivo sempre aos obreiros asegurados», cuenta Lolita.
Tras la apertura de la peluquería, vino un tiempo de adaptación. Hasta entonces había mujeres que cortaban o peinaban desde casa, pero no un negocio como tal, así que los primeros meses los recuerda especialmente caóticos: «Ao principio traballaba sobre todo as fins de semana e non había horarios: tanto te chamaban ás seis da mañá como ás oito da tarde. Tampouco había tanta clientela como máis tarde, cando empezou a vir a xente máis maior», rememora.
Esa es una transformación que recuerda especialmente: la de todas esas mujeres que guardaban interminables años de luto, con esas pañoletas negras que escondían largas cabelleras sin cortar ni cuidar. «Viñan convencidas polas fillas e ao mellor comezaban arreglándose para unha voda. Ao que se vían e se sentían ben, ían volvendo. Foi bonito ver esas transformacións. Antes botaban aínda que fosen corenta anos de loito», señala la baiesa, que acabó forjando una clientela local, pero también de lugares como Vimianzo o Laxe.
«Canto hai que calar!»
Lo que se dice en la peluquería, se queda en la peluquería. O no... Lolita reconoce que en la suya se contaban «moitos contos», pero asegura que ella nunca fue de «andar levando e traendo por aí», ni de hablar mal de ninguna clienta cuando esta salía por la puerta. Es consciente de que con ellas se ganaba el pan, aunque confiesa que con alguna que otra necesitó una dosis extra de paciencia. La vocación, no obstante, siempre pudo con todo: «Eu pasábao bárbaro. Nunca me pesou ter posto a perruquería e, de feito, tívenlle moita pena cando a tiven que deixar, o que pasa que despois xa tiña os anos e as enfermidades. Para facer isto tenche que gustar, porque é sacrificado e podías estar ata 15 ou 16 horas de pé. Facer unha cousa que non che gusta ten que ser moito traballo!».
Solo le queda una espinita clavada de esos «corenta e tantos anos» de trabajo: no haberle hecho fotos a los recogidos que elaboró durante ese tiempo. Peinar siempre fue su parte favorita e hizo, dice, verdaderas obras de ingeniería en aquellas cabezas. «Uns recollidos altos, elaborados... E cada día seu, porque as clientas querían cambiar, aínda que só fose mover un mechón de pelo», rememora Lolita, que añade: «Chegaban andando de seis ou sete quilómetros á redonda, pero non tiñan problema con despeinarse. Coa laca que lles poñía, que ademais antes era como cemento, nin un terremoto lles desfaría o peiteado!», bromea.
María Jesús y su acordeón
Si bien asegura que siempre trató a todas las cabezas por igual, independientemente de a quien perteneciesen, reconoce que alguna personalidad sí que llegó a pasar por sus manos. Recuerda, por ejemplo, a una jovencísima María Jesús Grados Ventura, conocida en el mundo artístico por María Jesús y su acordeón, que se peinó en su peluquería aprovechando que tenía una actuación en Corme. «E foi con ela coa que decidín poñer unha televisión no negocio, porque ela trouxo unha pequeniña, pediume se podía conectala e pareceume unha moi boa idea», rememora.
«Teño un libro electrónico e aprendín a usar Internet para ver series turcas»
A Lolita siempre le gustó estar enterada de las novedades de su sector. Participó en galas y jornadas de peluquería con profesionales llegados de diferentes puntos de España y se fue adaptando a los tiempos: «Renovarse o morir», sentencia. Ya retirada, y dado que la artrosis ya no le permite explorar su afición de la juventud, la pintura, opta por la lectura. «Teño un libro electrónico e aí leo libros de intriga e suspense, que os de amoríos non me interesan.Gústanme que teñan algo que me enganche», asegura. También aprendió a usar Internet «para ver as series turcas, que me encantan. Cando as poñen pola televisión teñen uns intermedios tremendos, pero así podo velas mellor e máis tranquilamente».
En febrero cumplirá los ochenta y de momento no tiene nada pensado para la celebración, aunque es consciente de que la situación sanitaria no le permitirá festejar como querría. Cuando se pueda, eso sí, habrá «festa redonda», promete.
Dos hijos
Lolita tuvo dos hijos, y aunque el menor le ayudó alguna vez en la peluquería y hoy día le corta y tiñe el pelo, ninguno de ellos decidió seguir con el oficio: uno es cámara y reportero de televisión y el otro estudió electrónica.
En el bajo de su casa de Baio, no obstante, tiene todo tal cual lo dejó. Le da pena deshacerse de las cosas, pero tampoco tiene en mente alquilarlo. Sí lo tuvo arrendado un par de años cuando dejó de trabajar, aunque confiesa que pasaba tanto tiempo en la peluquería casi como la inquilina. Una forma más suave de pasar la transición hacia la jubilación, bromea, y además muchas clientas estaban acostumbradas a sus manos.
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