Cambre organiza un curso de mozo de cuadra que se imparte en el centro de equitación La Posadilla No hay que ser Robert Redford para susurrar a un ejemplar de tres sangres valorado en millones de pesetas. Hace falta ser Silvia Cebeira y tener 24 años. Mostrar una pasión verdadera por los caballos y pasar por Cambre. Allí está la finca La Posadilla, donde se imparte un curso de formación en la demandada especialidad de mozo de cuadra. Que quiere decir la mano derecha del domador o el alma del picadero. Además, la escuela de equitación tiene acento de Jerez. El Concello organiza y pone el resto.
06 dic 2001 . Actualizado a las 06:00 h.Silvia Cebeira resume qué se «cuece» en la finca La Posadilla: «Me encantan los caballos y me apetecía aprender algo serio sobre su cuidado». Desde hace poco más de una semana, una quincena de alumnos recibe las enseñanzas de un equipo de profesores encabezados por Jesús Pinteño. Este jerezano de 43 años lleva tres en A Coruña y, mezcla su acento andaluz con la lluvia fina gallega, mientras camina con botas por las instalaciones del picadero. Serio y locuaz explica que el curso aborda todas las funciones y tareas que deben desarrollar los mozos de cuadra. Temas veterinarios, adiestramiento, detección de enfermedades... Todo tiene cabida en el programa formativo. Desde la limpieza de los animales a la atención de los caballos, «que son muy delicados y requieren que se sepa cómo son y cómo reaccionan», afirma Pinteño. Nueva vocación Es difícil encontrar a un grupo de aprendices que muestren tanta satisfacción por haberse embarcado en La Posadilla y navegar por la vida del caballo. Los adjetivos se agolpan para definir las virtudes del curso, pero la belleza de estos animales causa aún más fascinación. Desde que «son mimosos», a aquellos que dicen que «son como las personas, hay días que están de mejor humor y otros, enfadados», afirma María del Carmen Rodríguez, de 33 años de edad y vecina de Cambre. El programa de formación, organizado por el Concello de Cambre, comenzó a finales del mes pasado y, tras las jornadas iniciales, el contacto con los caballos se ha convertido en una pasión. «Cada día me apetece más seguir en esto y dedicarme de manera profesional», confiesa Carmen.