Hillary Clinton se resiste a asumir el encanto cinematográfico del perdedor
CULTURA
Presente en el festival con un documental de cuatro horas sobre su vida donde carga contra un Benie Sanders «con quien nadie quiere trabajar», declara que «por fin se ha hecho justicia con Harvey Weinstein»
27 feb 2020 . Actualizado a las 00:07 h.No sé en qué momento de su vida Hillary Rodham Clinton decidió que su camino pasaba por el de los seres providenciales destinados a cambiar el curso de la historia. En el monumental fime-documento de 250 minutos sobre su vida que presentó este martes en la Berlinale da la sensación de que esto no figuraba en los planes de la joven idealista que estudió en Yale y se mudó a Arkansas para conformar con Bill Clinton lo que se entendió como otro proyecto de dinastía norteamericana, en un país tan dado a las familias de poder heredado. Es algo que ella ha negado de manera reiterada y que se empeña en desmentir en pantalla, frente a la directora del filme, Nanette Burstein.
Tengo la impresión de que Hillary Clinton no ha tenido en consideración que -en el territorio del cine- el aura de los perdedores es un valor precioso que puebla de seres memorables el mejor cine de Huston, Kazan y Mankiewicz, entre tantos. Pero es arduo resultar verosímil si te asumes en el rol de looser cuando has sido sido consorte o protagonista del poder durante cuarenta años. Esa contradicción fatal -la del personaje que se pretende agonista o figura inmolada, y tal vez en parte lo sea; pero que ha renunciado a tantos principios a cambio del veneno de la corona del César- es la que da a este documental-río la fascinante forma de una vidriosa tragedia.
Asistes a esta vida en la pantalla -contada con razonable distanciamiento por Nanette Burstien- y recuerdas que no es baladí el argumento de que Hillary Clinton fue quien más lejos quiso llegar en la universalización de la medicina pública en Estados Unidos. Y que, desde ese momento, las grandes corporaciones del negocio invirtieron mucho en armar su leyenda negra. Pero cómo casar esa faz progresista, la misma que le lleva a alegrarse de que «por fin se ha hecho justicia con Harvey Weinstein», con su gestión de los papelones de Bill Clinton en el caso Lewinski, abordado in extenso en el documental. Y en los ciento y un lewinskis clintonianos.
«Soy humana»
Ves luego a la persona, en rueda de prensa, y descubres que esa imagen caleidoscópica, inquietantemente ambigua, sea quizás lo que más le preocupa sobre su paso a la posteridad. «Les sorprenderá ver que soy humana», dice antes de congelar sus críticas sobre Bernie Sanders y anunciar que apoyará al candidato demócrata sea este el que sea, aunque en el filme acabas de escucharla afirmar que «nadie quiere trabajar con Bernie Sanders. No ha trabajado en toda su vida».
No hay -de momento- noticia de que en España este riguroso retablo sobre el poder como drogadicción vaya a verse en ninguna plataforma. Espérenlo. Hay en él vetas -cómo no- de Shakespeare en quilates, de Eleanor Roosevelt, de Jeckyll y Hyde, también alguna esquinada porción de House of Cards en las sombras lúgubres del caso Whitewater. Concluyes que tendrá finalmente razón Hillary Rodham. Y que será humana, aunque fieramente. Y que cuánto daríamos por sentir hoy que algo con ADN de distante humanidad habita en la Casa Blanca.
Hong Sang-soo y el gato coreano
El cine del prolífico Hong Sang-soo es muy frecuente en las últimas berlinales. Pero nunca le han dado nada, algo imperdonable en el caso de la soberbia y sombría On The Beach at Night Alone, donde hacia un strip-tease de su tormentosa situación amorosa, poco menos que maldito en su país al conocerse su amor con la actriz protagonista de su cine en la última década, Kim Min-hee. Restos de este terremoto emocional aún parecen apuntarse en los recovecos del filme que presentó este martes, The Woman Who Ran. Pero esta vez en clave de humor, en otro de esos delicados encajes de ficción y de realidad, con amores y desamores de gente del cine o la literatura, esa bohemia que es luz y al tiempo escarnio del cine de Hong sang-soo. Y que aquí ofrece una secuencia cómica con un gato que hizo aplaudir a todo el Palast. Le quieren más que en Corea.
Violencia contra la mujer en clave indie
También en la competición por el Oso de Oro pasó el filme norteamericano Never Rarely Sometimes Always. Lo dirige Elizza Hittman, que es una criatura 100% Sundance. Pero pese a proceder de ese vivero de lubinas vagas e insípidas, de cineastas con mente de frío laboratorio, posee Hittman una mirada poderosa y bien definida en solo tres películas en las que aborda la hostilidad cruda que la sociedad norteamericana -y su impositivo y abrumador puritanismo- parece reservar la estación de paso de los adolescentes en su descubrimiento del sexo. Los universos de Hittman son siempre selvas depredadoras de la inocencia o de la libertad para tomar decisiones de sus jóvenes protagonistas. Sucedía así en su opera prima It Felt Like Love. Y, de manera aún más acusada en la durísima Beach Rat, multipremiada en Sundance y en varios festivales.
Parece que en su tercera película, la cineasta parece soltar lastre o entender que no es ya preciso cargar las tintas de esa violencia que sobrecoge a sus jóvenes zaheridos, al menos de un modo expreso. Así, Never Rarely Sometimes Always nos habla también de una situación extrema -la de una adolescente decidida a abortar- pero todo ese entorno de agresividad, de acoso, de castigos físicos o psicológicos que su protagonista, una actriz debutante prodigiosa: Sidney Flanigan. Quédense con este nombre, que debería tener premio aquí. Y que, en todo caso, tendrá otros muy pronto. Porque su mirada frágil pero no lacrimógena es capaz de esconder detrás todo lo que Elizza Hittman quiere dejar expresamente fuera de campo: el maltrato de su pareja, la orfandad emotiva ante una familia de la frialdad del zoo de cristal.
Situación dantesca
Por eso, el viaje de Sidney Flanigan -y de su compañera de huida hacia delante en una situación dantesca: la actriz Talia Ryder, en la ficción, su prima- se respira como cine emanado como serena denuncia de la entraña de una sociedad que oculta esa violencia contra la mujer que va desde la alcoba hasta el último puñetero vagón de metro donde un exhibicionista se siente impune. Y el valor mayúsculo que eleva a Never Rarely Sometimes Always a cine de grandiosa impugnación es ese «fuera de campo» y esa mirada de Sidney Flanigan que solo se quiebra en un momento, una secuencia de descomunal impacto, casi sin palabras donde -ahí sí- su lágrima habla por todas las violencias de género inferidas. Tiene que estar la película de Elizza Hitman en el palmarés de esta Berlinale. Para que su solidez y su verdad -más cercana a los Dardenne que a la frivolidad indie de Sundance- reciba altavoz a la altura de sus méritos creativos.
El extrarradio de Roma
Al lado de este gran filme de violencia constreñida por honestidad, la película italiana Favolacce, que sí que se vanagloria de mostrar todo tipo de bizarras situaciones sórdidas que rodean a un grupo de niños que habitan en el extrarradio de Roma, parece quedar desnuda en su ostentosa fealdad. Tratan sus directores -los hermanos D’Innocenzo, autores de una opera prima estimable, La terra della’abastanzza- de situarse a medio camino entre las primeras cosas de otros hermanos, los Farrelly, y el cine vocacionalmente obsceno de Todd Solondz. Pero no poseen ni la facilidad para el gag cómico de los primeros ni la contundencia nihilista del segundo. Y de esa forma, Favolacce se queda en un hiperrealismo impostado -algo quiere tener también de la magnifica Dogman de Matteo Garrone, de la que uno de los D’Innocenzo fue guionista- y un ejercicio gratuito de explotación de la inocencia carente de honestidad.
Así, queda en apenas nada la participación italiana en la competición de esta 70.ª Berlinale, completada con Volevo Nascondermi, el muy instatisfactorio biopic del pintor Antonio Ligabue, en la cual su director, Giorgio Diritti, quiere ser a la vez el eremita Ermano Olmi y el circense Guiseppe Tornatore, quiere vendernos de matute gato por liebre. Salvo que el jurado presidido por Jeremy Irons compre la interpretación pasada de rosca que el actor Elio Germano -también presente en Favolacce- realiza del pintor Ligabue, con todas las artimañas con las cuales los histriones encarnan a seres con graves problemas físicos o mentales, para ganar un Óscar o un potosí como mascarita de carnaval.