Un viaje de película a una vida maravillosa y bien contada

Miguel Anxo Fernández

CULTURA

Celia Agüero Pereda

El guionista, director y académico Manuel Gutiérrez Aragón hace un repaso a toda su carrera en sus memorias

02 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No basta con haber gozado de una existencia plena y activa, hay que saber contarla. Abunda la literatura memorística carente de pasión, que encadena hechos y anécdotas, pero desaniman al lector. Seguirán publicándose porque sus autores consideran que lo suyo es digno de saberse. Por eso Vida y maravillas me parece ejemplar, de lo más afinado en el género en los últimos años en el panorama español. Sobre todo, porque el también académico de la Lengua desde el 2016, Manuel Gutiérrez Aragón, ha sido un sobresaliente guionista y director de cine —y teatro—, que sabe cómo narrar una historia, cómo separar el grano de la paja y cómo ir al meollo sobre la convicción de que «la vida consiste en fingir que se vive».

Es imposible resumir unas memorias que son una magnífica película, comenzando por la sentida crónica de su infancia, aquel niño enfermizo que «era el centro de la telaraña familiar» y comenzó a nutrir su imaginación desde las «interminables páginas» de El tesoro de la juventud y «como no puede ir al cine, las películas le son contadas de palabra». Desgrana recuerdos por los que se pasean personajes descritos con alma de guionista, desde aquella natal Torrelavega, de padre veterinario por las tierras del Pas y madre con raíces familiares en Cuba, país que «está en el principio de casi todas las cosas. Cuba una y otra vez», y que el autor visitó por vez primera a finales de los setenta y recorre transversalmente la obra.

Habla de su entrada en el Partido Comunista con jóvenes alumnos de la Escuela Oficial de Cine «junto con algunos militantes salidos de largas condenas de cárcel o del exilio», y lo justifica «¿Qué se podía ser en contra de Franco y del capital monopolista sino comunista?», como también de las reuniones en casa de Juan Antonio Bardem, «nos abría la puerta con una espléndida sonrisa; magnífico, corpulento, rebosante de energía», así como de su salida del PCE cuando acababa de ser legalizado. Se lo comunicó a Bardem: «En ese momento me di cuenta de que perdía no solo a un camarada sino también a un amigo».

Curiosa la cita a Guillermo Fernández Zúñiga, aquel que había ayudado a Carlos Velo en su tesis sobre las abejas durante la República. Afirma Aragón que estaba «entre los viejos militantes, serios y disciplinados». Ese pasado comunista le daría una jugosa incidencia como jurado del festival de cine de Moscú en 1991 —en diciembre se disolvió la URSS—, que aprovechó para visitar la Nueva Galería Tretiakov y fascinarse con la vanguardia rusa ya liberada de la censura. Desde el certamen le informaron, preocupados —eran tiempos de perestroika—, de que «se ha detectado a dos comunistas entre los miembros del jurado». Claro, era uno de ellos —el otro, el actor Ettore Manni—, aunque ignoraban que ya no militaba. También visitó China, otro paraíso ideológico mitificado.

Como es natural, el cine está presente desde su ingreso en la EOC, con referencias a sus rodajes, desde la iniciática Habla mudita (1973) hasta su adiós con Todos estamos invitados (2008), pasando por Maravillas (1980), Demonios en el jardín (1982), La mitad del cielo (1986) y La vida que te espera (2004) ambientada en su querido valle del Pas, y sus dos celebradas adaptaciones de Don Quijote, para televisión con Fernando Rey y Alfredo Landa, y para el cine con Juan Luis Galiardo y Carlos Iglesias. De Galiardo traza un retrato desde la admiración y que «no había dejado de ser actor en el cine y fuera del cine, en el teatro y fuera del teatro», pero que «había sido paciente de decenas de psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos». 

Muchos grandes nombres pueblan sus vivencias de casi medio siglo con las cámaras, con particular detenimiento en José Luis Borau que «me había suspendido en segundo de carrera» para encontrar «en él un referente, por lo opuesto a mi manera de pensar el cine», y mención especial para Furtivos (1975), deteniéndose en la creación del guion junto a Borau y como, visto el filme, sentencia Aragón «el guionista escritor se rendía a la potente presencia de la imagen. Y la imagen era obra de su director, José Luis Borau».

Cuenta como decide refugiarse en la literatura, «que, comparada con el cine, es un placer solitario» porque el cine «pasaba a depender de su competidora, la tele». Escribe su primera novela, La vida antes de marzo (Premio Herralde, 2009) de la que Jorge Herralde fue su primer lector «y a la vez, el excelente editor que siempre había sido». Desde entonces suma ocho títulos con Anagrama, como A lo actores (2017), XIV Premio Muñóz Suay. Anota que «escribir es una actividad apasionada que termina en algo parecido a la eyaculación liberadora». 

Pone el cierre narrando su admiración por las máscaras fang, así como por las terracotas nok de Nigeria. Desde entonces mantiene una intensa relación con el arte negro y expone su teoría sobre los vínculos entre el mundo y las figuras. Concluye con un categórico: «Y escribir es parecido a viajar».