El niño Bruno Schulz pervive

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Dibujante, poeta, escritor, artista. A la izquierda, detalle de uno de los dibujos realizados por Bruno Schulz (1892-1942) para la ilustración de «El libro idólatra». A la derecha, Schulz, retratado mientras tomaba apuntes en la escalinata de la entrada de su casa en Drohobycz, una foto realizada en 1935.
Dibujante, poeta, escritor, artista. A la izquierda, detalle de uno de los dibujos realizados por Bruno Schulz (1892-1942) para la ilustración de «El libro idólatra». A la derecha, Schulz, retratado mientras tomaba apuntes en la escalinata de la entrada de su casa en Drohobycz, una foto realizada en 1935.

El sello Siruela rescata los cuentos del gran escritor polaco de los libros «Las tiendas de color canela» y «Sanatorio bajo la clepsidra» y otros escritos en el volumen «Madurar hacia la infancia»

23 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mis comienzos como dibujante se pierden en la niebla mitológica. Aún no sabía hablar cuando cubría todos los papeles y bordes de periódicos con garabatos que despertaban el interés del entorno. Al principio eran únicamente carros con caballos. El hecho de viajar en carro me parecía colmado de solemnidad y simbolismo secreto [...]. No sé cómo, en la infancia, llegamos a ciertas imágenes de significado revelador para nosotros. Hacen el papel de hilos sumergidos en una solución en los cuales cristaliza el sentido del mundo». Esto que Bruno Schulz (Drohobycz, 1892-1942) comenta sobre sus trabajos plásticos en una entrevista a Stanis?aw Ignacy Witkiewicz bien puede servir también como un esbozo de su poética como escritor.

Detalle de uno de los dibujos con carruaje de caballos realizados por Schulz.
Detalle de uno de los dibujos con carruaje de caballos realizados por Schulz.

Se trata además de uno de los más prodigiosos y singulares escritores del siglo XX —junto al propio Witkiewicz y Witold Gombrowicz, conformaban, en palabras de este último, «los tres mosqueteros de la vanguardia polaca de entreguerras»—. Solo un ignominioso y arbitrario asesinato perpetrado por el oficial nazi Karl Günther hurtó la posibilidad de conocer hasta dónde hubiera podido llegar su pluma, que viajaba grácil empujada por un velamen que inflaban desbocados los vientos de la imaginación, la libertad y la poesía.

En esa entrevista Schulz insiste en el poder del legado de la infancia, del niño que pervive: «Me parece que el resto de la vida no hacemos otra cosa que interpretar esas pautas, romperlas en todo el contexto que vamos consiguiendo, llevarlas por toda la extensión del intelecto de la que somos capaces. Esas imágenes tempranas marcan los límites de la creación a los artistas».

Detalle de dos de los dibujos de Bruno Schulz; a la derecha, uno de sus autorretratos.
Detalle de dos de los dibujos de Bruno Schulz; a la derecha, uno de sus autorretratos.

Él confirma las similitudes entre los dos artes que maneja: «A la pregunta de si en mis dibujos se teje el mismo argumento que en la prosa, respondería afirmativamente. Es la misma realidad, tan solo en diferentes secciones». Su realidad, en cualquier caso, no es la que propone un arte como mera confirmación de lo ya establecido; el papel, subraya, es el de «una sonda enviada a lo innombrado».

Y ahonda en su razonamiento sobre la naturaleza de su obra Las tiendas de color canela: «¿Cuál es el sentido de esa desilusión universal de la realidad? No sabría contestar. Tan solo afirmo que sería insoportable si no encontrara recompensa en alguna otra dimensión. En cierto modo experimentamos una profunda satisfacción de esta relajación del tejido de la realidad, estamos interesados en esta bancarrota de lo real».

Es más, no duda al considerar que los cuentos de Las tiendas de color canela conforman una novela autobiográfica. No solo porque estén escritos en primera persona y muestren «ciertos acontecimientos y vivencias de la infancia del autor». Habla incluso de «una genealogía espiritual» en cuanto que evidencia, dice, «el pedigrí espiritual hasta aquella profundidad donde escapa hacia la mitología, donde se pierde en el delirio mitológico». Esto, apunta, emparentaría su libro con el monumental proyecto de Thomas Mann Las historias de Jacob.

Concluye Schulz la charla con Witkiewicz de un modo franco, esclarecedor, muy elocuente: «De algún modo, estas historias son verídicas, representan mi manera de vivir, mi destino particular. Domina en él la soledad profunda, el distanciamiento de los asuntos de cada día. La soledad —incide— es ese reactivo que lleva la realidad a la fermentación, al precipitado de figuras y colores».

En todo caso, nada como la lectura para acercarse a la compleja esencia de Schulz. Siruela rescata ahora Madurar hacia la infancia, un tomo que reúne Las tiendas de color canela y Sanatorio bajo la clepsidra, además de otros escritos y textos (como la citada entrevista); también sus dibujos. El sello madrileño cuida desde hace varias décadas la obra de Schulz en castellano y suma su trabajo a anteriores esfuerzos editoriales nacidos en Vigo —impulsados por las casas Maldoror y Elvira— para publicar a un autor que, no hay que olvidar, es oriundo de la querida Galitzia polaca, fértil patria literaria que alumbró otras figuras imprescindibles como Joseph Roth y Paul Celan.

Kafka y su desenmascaramiento de la realidad

En la esencia de la obra de Bruno Schulz late —aunque de forma difícilmente descifrable— el convulso tiempo de entreguerras que le tocó vivir. El absurdo y la exageración frente el terror. Están también en sus dibujos, en los que no resulta descabellado hallar parentescos con la obra de Goya y los expresionistas. Y seguramente por ello encuentra Schulz un universo tan familiar y reconocible en El proceso de Kafka, novela para la que escribe un prefacio: «Su relación con la realidad está colmada de ironía, se muestra traicionera, llena de maldad, es la relación de prestidigitador para con sus atributos. Solo simula la exactitud, la seriedad, la precisión forzada de esta realidad para desenmascararla con mayor contundencia [...]. Más allá de sus alusiones místicas e instituciones religiosas —aduce—, la obra vive una vida poética propia, polivalente, insondable y no agotada por ninguna interpretación».