Cuando jugué con Lucas Vázquez en el Ural cadete, entre ambos marcamos más goles que el resto del equipo. Éramos la pareja más atacante, aunque no teníamos posición fija y nos movíamos con mucha libertad. Pero lo que estaba claro es que él era el número nueve. Y eso que ya entonces era delgado, aunque nada bajo de estatura para la categoría. Tenía una calidad increíble y hacía de todo, pero si lo tuviera que definir, diría que era un nueve puro. Destacaba cada vez que recibía el balón, pero sobre todo por lo bien que entendía el juego. Por eso no me sorprendió cuando el Real Madrid se fijó en él, aunque el mismo Lucas me lo negase en un torneo de verano, cuando le pregunté si era verdad esos rumores que decían que se iba para allá. Quizás él aún no sabía nada. No sé. Con lo que sí quedé a cuadros fue cuando lo vi despuntar en el Real Madrid como lateral derecho. En la banda aún lo reconocía, pero ahí atrás... Me preguntaba qué hacía ahí el que para mí era el número nueve, que además no aportaba prácticamente nada en defensa. No porque no supiese, que si quisiese defender ya sería el mejor en aquella época también en eso, sino porque era un hombre puramente de ataque.
Se merece cada una de las palabras bonitas que le dicen en el vestuario. Era el más centrado de todos nosotros y un muy buen compañero. Por eso me alegro tanto de que haya llegado a conseguir el que siempre ha sido su sueño. Porque si algo mantiene de aquel Lucas que yo conocí y con el que repartí una tremenda cantidad de asistencias que llevó al Ural cadete al ascenso, es su madridismo.
Luis Marcote, de Fisterra, compartió vestuario con Lucas Vázquez en el Ural.