¿Hace más justo el VAR al fútbol? La herramienta tecnológica lo ha convertido en más perfecto. ¿Pero es así más honesto? No me lo pareció el pasado sábado. En el partido entre Alemania y Dinamarca, correspondiente a los octavos de final de la Eurocopa, a la selección danesa le anularon el que hubiera sido el 1-0 por milímetros. Andersen remató un córner a la red, pero en el barullo del área su compañero Delaney tenía la punta de la bota más adelantada que el último defensa de Alemania, por lo que el árbitro invalidó el lance tras el aviso del videoarbitraje. La decisión era intachable. Ahí estaba la imagen para corroborarla, y hasta el ejemplo de otros deportes, como el tenis, para señalar la diferencia de títulos, carreras de éxito y millones de euros que separan golpear la bola unos milímetros más acá o más allá. Sin embargo, me atrevo a decir que la anulación de este gol encajado por la selección anfitriona fue profundamente inmoral.
El fútbol había gestado su éxito desde esa capacidad para jugarse en cualquier rincón del mundo (vale con un trapo enrollado y dos mochilas como portería), pero también por esa misteriosa capacidad para ser incompleto, pues está por escribir en cada acción. Es su bendita imperfección la que nos mantiene enamorados. Nadie le pidió excelencia, sino mayor justicia: que la tecnología señale todos los goles que botan dentro de la portería; que las cámaras (y hasta los sensores acoplados al balón) cacen a los tramposos; pero no que el fútbol se convierta en algo irreconocible.
Hace años, a Romario lo describieron como un jugador de dibujos animados en el afán por explicar su genial capacidad de asombrarnos en cada jugada. Quiero seguirme sorprendiendo con los romarios que el fútbol nos regale. Pero abomino de este deporte de laboratorio que me ha robado el fútbol.