El Gobierno orilla las amenazas de Junts: «Illa, "president" y lo demás, veremos»

Paula de las Heras MADRID / COLPISA

ESPAÑA

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un mitin del PSC en Barcelona, con una camiseta de Salvador Illa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un mitin del PSC en Barcelona, con una camiseta de Salvador Illa Enric Fontcuberta | EFE

Los socialistas creen que los posconvergentes asumirán que tienen más que ganar si la legislatura continúa, aunque no logren la Generalitat de Cataluña

27 jul 2024 . Actualizado a las 21:33 h.

Si no hay acuerdo entre el PSC y ERC para que Salvador Illa sea, en los próximos días, presidente de la Generalitat no será porque los socialistas no lo han intentado. El PP dio por hecho durante muchas semanas que Pedro Sánchez estaría dispuesto a sacrificar al líder de su formación hermana en Cataluña para no poner en riesgo la legislatura y retener el apoyo de Junts. El tiempo ha demostrado que se equivocaba.

Lograr que Illa se convierta en el primer president no independentista en doce años ha sido y es para el jefe del Gobierno una prioridad. Aunque es cierto que en su entorno creían, hasta este martes, que avanzar en la suerte de circo de dos pistas abierto tras los comicios del 12 de mayo sería menos complicado de lo que muchos vaticinaban y de lo que dejó entrever la formación de Carles Puigdemont en el último pleno del curso político en el Congreso.

La tesis dominante en la Moncloa era, hasta esta semana, que, pasara lo que pasara, y pese a haber logrado ya la aprobación de la ley amnistía, a Junts le seguiría interesando más que la legislatura siguiera adelante y jugar sus cartas tratando de sacar ventaja de su posición determinante que arriesgarse a forzar unas elecciones generales que lo conviertan en irrelevante. Pero su decisión de votar en contra de la senda de estabilidad presupuestaria, necesaria para comenzar la tramitación de unas Cuentas públicas imprescindible, ha hecho que esa convicción se tambalee.

El golpe no pudo pillar más desprevenido al Ejecutivo, que hasta horas antes de la votación daba por seguro el apoyo de los posconvergentes, igual que el del resto del bloque de investidura. Lo admitían sin tapujos en privado ya con el disgusto en el cuerpo. Pero por si alguien dudaba, un micrófono abierto pilló al ministro de Cultura, Ernest Urtasun, de Sumar, explicándoselo al diputado de ERC Francesc-Marc Álvaro. «Me ha dicho María Jesús esta mañana que lo tenían atado», dijo en alusión a la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda. «Bolaños se ha enterado de que no en la reunión en la que estábamos [un encuentro con la portavoz de Junts Míriam Nogueras para hablar del plan de »regeneración democrática« de Sánchez] . Nos hemos quedado de piedra», añadió.

Voluntad negociadora

El escenario ahora es mucho más volátil. Algunos quieren ver el aldabonazo de Junts -la víspera de que Sánchez se reuniera con Pere Aragonés en el Palacio de la Generalitat para sellar el traspaso del Ingreso Mínimo Vital y demostrar a las bases de ERC que cumple sus compromisos- como un intento de cobrar protagonismo y meter presión a los republicanos, no un aviso de lo que ocurrirá si Illa es investido.

Se aferran, entre otras cosas, a que la propia formación de Puigdemont remarcó en un comunicado, este miércoles, que el Gobierno debe remitir a la Cámara unos nuevos objetivos de deuda y déficit en el plazo de un mes; síntoma, a su juicio, de que tienen intención de negociar. En cualquiera de los casos, lo que entienden en el Gobierno es que lograr la investidura de Illa solo puede sumar para asentar la idea de que la política de distensión impulsada a lo largo de las dos últimas legislaturas ha tenido frutos y que renunciar a llegar ahora a la Generalitat no traería ningún beneficio.

La consigna sería: más vale pájaro en mano. «Illa, president —dicen en el núcleo duro del jefe del Ejecutivo—, y lo demás, veremos». La principal arma que tiene Junts en sus manos es la posibilidad de tumbar unos Presupuestos sin los que a Sánchez le resultará muy difícil seguir gobernando. No porque hacerlo con unas Cuentas prorrogadas por segundo año no sea técnicamente posible, sino porque quedaría probado que su proyecto carece de mayoría suficiente. Pero ese riesgo existe igualmente si hay que repetir elecciones.

El PSOE, de hecho, no quiere unos nuevos comicios en Cataluña porque sabe que —como ya ocurrió al convocar Aragonès anticipadamente el pasado marzo, cuando Montero, negociaba de forma tardía los Presupuestos de 2024— el fragor de la contienda haría imposible su aprobación, y no porque crea que a Illa puede irle mal. Al contrario, su pronóstico es que estaría en condiciones de mejorar su victoria del 12M. Para espantar el miedo a la venganza poscovergente, en el Gobierno recuerdan que ya sabían que tendrían que convivir con la imprevisibilidad cuando Sánchez decidió ir a por todas pese al complejo resultado del 23 de julio.

En el último año, han tenido que encajar situaciones rayanas en la humillación. No solo las negociaciones en Suiza con un mediador internacional. También aquella agónica sesión parlamentaria con voto telemático en la que, durante horas, ni siquiera tuvo la certeza de que sus cesiones a los de Puigdemont —la delegación de las competencias sobre inmigración, la publicación de las balanzas fiscales, la exención del IVA para el aceite o la supresión de un artículo de la Ley de Enjuiciamiento Civil— hubieran tenido como contrapartida que sus primeros decretos leyes salieran adelante. O el voto en contra de la ley de amnistía cuando se creía encarrilada. Pero esgrimen que, pese a todo, siguen en pie y presumen de buenos resultados, un crecimiento económico del 2,5 % o unos datos de empleo, presumen, «extraordinarios».