Última oportunidad para sacudirse el dedo de Aznar

ELECCIONES GENERALES 2008

Rajoy afronta la renovación del PP tras perder dos elecciones y haber dirigido las dos campañas que ganó su predecesor

12 mar 2008 . Actualizado a las 09:31 h.

Los delfines suelen arrastrar durante un tiempo un complejo de gratitud hacia la persona de la que heredan el cargo. Con el paso de los años, de la misma manera que algunos aciertan a matar freudianamente al padre biológico, otros afrontan la tarea de hacerlo con el padre político. Mariano Rajoy Brey, que dentro de 15 días cumplirá 53 años, se embarcará a partir de ahora en la tarea de construir un partido más a su medida después de haber sido el líder del centroderecha español en una formación que aún estaba bajo la impronta y la inercia del aznarismo.

La tarea es ardua. Rajoy se embarca en una nueva etapa después de haber perdido dos elecciones generales, como José María Aznar. Pero en lugar de recoger el partido descompuesto y desmoralizado de 1989, este gallego nacido en Santiago fue designado a dedo por Aznar en septiembre del 2003, cuando el PP gozaba de mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y la maquinaria popular parecía invencible.

La paradoja atormentaría a cualquiera que no gozara de la flema de Rajoy. En los comicios de 1996 y del 2000, Aznar le encargó dirigir las campañas electorales del Partido Popular. Sus habilidades políticas fueron decisivas para que Aznar ganara primero a Felipe González y después a Joaquín Almunia. Entonces, con una ironía que a menudo recuerda a la de Winston Churchill, definió así su trabajo. «Solo he sido el director de un equipo que ha tomado muy pocas decisiones, pero buenas». La paradoja inquietante es que no pudo vencer en las citas electorales en las que el principal candidato era él mismo.

Sus más próximos colaboradores aportan dos adjetivos para defender su decisión de presentarse al próximo congreso del PP en junio. «Leal», dicen unos; «reflexivo», otros. Y razonan que su sentido de la lealtad le obliga «a no dejar colgados» a los más de 10 millones de españoles que confiaron en su forma de hacer política. Como los puros son un buen instrumento para la reflexión, pues esperan pacientemente al fumador hasta que decide volver a ellos, parece que Rajoy se ha fumado muchos estos días. «Es una decisión muy meditada, pues no se puede embarcar en esta nueva etapa sin estar plenamente convencido», dice un colaborador.

El congreso al que ahora se enfrenta quizás no tenga mucho que ver con el que, en octubre del 2004, ratificó la elección de Aznar con más del 98% de los votos de los compromisarios. Desde marzo, Ángel Acebes ya era el secretario general elegido por el aparato y, aunque en el PP se insiste en que es un hombre de confianza de Rajoy, su discurso bebe más la escuela FAES que de la política sigilosa y dialogante que en realidad siempre le gustó a Rajoy. Finalmente, el regusto que queda de la pasada legislatura y de la labor de oposición es más el de los dirigentes airados que esa defensa del sentido común a la que siempre apela el presidente del PP. Las polémicas estériles sobre el 11-M engulleron la política del realismo.

«Aznar y yo somos distintos», confesó Rajoy poco antes de las elecciones de marzo del 2004. Pero ahora quizás sea necesario que el partido también sea distinto al que Aznar tenía en la cabeza cuando, en 1990, le encargó la difícil misión de poner orden en los reinos de taifas locales. Rajoy lo hizo como hace casi todo: relativizando la importancia de las cosas hasta límites insospechados. Ahora necesitará alguna alforja más para este viaje y podría hallarla en hombres como Francisco Camps, al que en un mitin reciente le espetó: «Sabes que no lo he pasado bien, Paco, pero ahora he cogido fuerza».