No vivimos tiempos de concordia. Y España los necesita para no repetir los de discordia y de odio que en el pasado la condujeron a la más cruel de lascontiendas: la guerra civil, que nadie gana. Acabo de vivir momentos en los que la concordia surgió espontánea al reconocer la mirada y sentir el aliento de quien buscaba, también, revivir el tiempo de reconciliación y diálogo en el que se destruyeron muros y bandos, para construir, entre todos, la democracia. Me ocurrió el día 5 en el homenaje a las diputadas constituyentes, en el Congreso, al calor de los recuerdos y de una celebración sin más colores que los de las libertades recuperadas y ampliadas desde 1977, cuando alumbró, con la fuerza imparable de millones de españoles, un proyecto de democracia que nacía en las entrañas de una nación que aún no había cerrado las heridas de guerra y de posguerra, pero fue capaz de defenderlo con una única bandera: la de la reconciliación. En ese acto evoqué el día en el que las primeras Cortes democráticas iniciaron el camino. Y la imagen de R. Alberti, erguido, mirando al cielo, quizá en busca de la paloma que, entonces no se equivocó y acompañó el vuelo de los españoles hacia la libertad, me confirmó que no faltarían caminantes. Gracias a la presidenta y al Congreso por regalarnos tan noble espacio para el recuerdo. En él las constituyentes nos reconocimos unidas en la lealtad a la Constitución del consenso. Nos abrazamos con la esperanza de que se recupere la concordia, porque tenemos todavía memoria y la más hermosa y eficaz arma contra los muros de odio y de rencor: la palabra, pura y fiel a su esencia.