En las casas do maior de Ferrolterra: «Isto danos a vida, na aldea hai días que non ves a ninguén»
CARIÑO

En la comarca hay siete centros abiertos, con capacidad para 35 usuarios
10 feb 2025 . Actualizado a las 15:44 h.Las dos Pepitas, Pilar y Guadi no perdonan la partida de brisca después de comer, mientras «los chicos» de la casa echan la siesta en el sofá o ven la tele. Está a punto de cumplirse un año desde que Sonia Nevado, madrileña de 30 años que lleva diez en Cariño, y Diana Armada, cariñesa de 38, abrieron sendas casas do maior, con dos salas independientes y servicios comunes, en la planta baja del local social de Landoi, cedida por la comunidad de montes. «Seguimos con los mismos usuarios desde el principio y tenemos lista de espera», cuenta Sonia, auxiliar de enfermería.
«Vimos la necesidad que había, y también nos animamos por la conciliación familiar y laboral. Y los días que no hay colegio traemos a nuestros hijos y organizamos alguna actividad intergeneracional. Intentamos crear un ambiente familiar», comentan. Compartir espacio les facilita el trabajo. «Son majísimas, de diez», dicen a coro las jugadoras. «Estamos moi contentas, isto danos a vida, nas aldeas non hai xente e moitas veces non se ve a ninguén. O domingo xa estamos desexando que sexa luns», repiten las usuarias, en plena forma (alguna camina tres kilómetros al día). No quieren madrugar y ninguno llega antes de las nueve, y se van a las cuatro.

La comida se la sirve a diario el restaurante Casa Rodrigo (de San Claudio, Ortigueira), y de toda la programación semanal, lo más esperado es el chocolate con churros y el bingo de los viernes a media mañana. Lucho y Pepita, y Manolo y Guadi son matrimonios y acuden juntos. Unos van en coche propio y otros, en el servicio transporte que les ofrecen Sonia y Diana, gratuito, igual que la estancia (el único desembolso es para la comida, siete euros diarios cada uno).
Son las normas de la Xunta, que financia las casas do maior con una ayuda para adecuar los locales y una aportación anual para las profesionales autónomas o las cooperativas de trabajo asociado que las atienden. Se trata «dun servizo gratuíto de atención diurna para maiores de 60 anos», derivados por los departamentos municipales de Servizos Sociais, por libre concurrencia o con dependencia reconocida de grado uno, para ayuntamientos que no cuentan con otro recurso de este tipo, como un centro de día.
En Moeche también hay dos, en el antiguo centro de salud, cedido por el Concello. Vanessa Toro montó Casa Branca, como autónoma, y después constituyó una cooperativa con una compañera, María José Otero, que se ocupa de la otra, Beldade. «Temos nove, só hai unha praza libre. Son todos autónomos, menos dúas, que xa están en grao dous ou tres, pero como aínda non lles fixeron a revisión (da dependencia) seguen aquí, aínda que xa necesitan outro tipo de recurso, máis especializado [...]. Encaríñaste moito con eles. A primeira usuaria que nos morreu foi a primeira que tivemos», repasa Vanessa. Como en el resto de las casas, organizan actividades de estimulación cognitiva, ejercicio o excursiones.
Son todas mujeres, y los jueves se quedan todas a comer (cocinan en el centro). «Aprendo moito con elas, calceta, gancho... algunhas xa se coñecían, foran á escola xuntas e ata tiveran o mesmo noivo. Falan de como era a vida antes, varias tiveron negocios e cóntanche as súas experiencias persoais e profesionais...», explica esta graduada en Administración y Finanzas. A veces acompañan a alguna a la peluquería o al médico, o le preparan la medicación de la semana, «porque ou non teñen fillos ou viven fóra e non están no día a día».
En As Somozas, Lourdes Cabezón, que creó una cooperativa de trabajo asociado con Alba Dopico, está al frente de la casa do maior. «Ahora solo tengo una plaza ocupada y dos en espera, se ralentizan mucho los procedimientos (de valoración de dependencia)», señala. Es una queja compartida y perjudica a los potenciales usuarios.
Irina Liga Ionita, trabajadora social de 49 años de origen rumano, abrió Respiro en 2019 en el bajo de su casa, en Monfero: «Aquí hay un gran problema con las personas mayores que viven solas». Ahora atiende a tres usuarios, con dos pendientes de ingreso. «Hacemos lo que le interesa a cada uno, coser, dibujar, jugar... es importante porque pueden seguir en su entorno y hacer algo, sentirse útiles. Aprendo mucho de ellos, me cuenta su infancia y su forma de vida», destaca. La primera usuaria que recibió le dijo que había hablado más aquella semana que en todo el año.

Las casas do maior sirven para combatir la soledad en el rural. En Meirás (Valdoviño), Sonia Fernández puso en marcha el centro Anduriña en 2022, en el bajo de su vivienda. Hace unos días celebraron el cumpleaños de Vicente, 98, con sus compañeros María y Andrés. «Son de Meirás y están muy bien. Vicente tiene mucha fuerza de voluntad y valora mucho lo que haces. Cuidé a una hermana suya, que falleció a los 90. Te mentalizas, pero no lo pasas bien cuando pierdes a uno —reconoce—, sientes mucho aprecio por ellos, te enseñan, te cuentan sus vivencias, han visto tantos cambios, desde cuando no pasaba más de un coche al día por Meirás o no había teléfonos ni electrodomésticos... hasta en la alimentación o en las relaciones, el modo de pensar, las parejas... Todo eso se va perdiendo si no hay quien los escuche».