Cedeira añora a Tucha, hija de Paquito de la Chupina: «Bellísima y luminosa toda su vida»

ANA F. CUBA CEDEIRA / LA VOZ

CEDEIRA

Tucha no dejó de pintarse los labios de rojo y siguió luciendo su moño hasta el final
Tucha no dejó de pintarse los labios de rojo y siguió luciendo su moño hasta el final CEDIDA

Durante medio siglo, Antonia Leonardo regentó el Salabardo en el muelle con su marido, El Patrona

09 oct 2024 . Actualizado a las 12:38 h.

Antonia Leonardo, Tucha, siempre se presentaba como «hija de Paquito de la Chupina». Esta mujer «llena de alegría y de buen humor, que siempre saludaba con un ‘hola, mis amores' y siempre tenía una palabra agradable y un cariño para todos», como la recuerda su nieta Ana Simoneta Rubido, falleció hace unos días, a los 88 años. Hace casi cuatro años que había perdido a su marido, Manuel Loureiro, El Patrona. Juntos regentaron durante medio siglo el Salabardo, el bar que habían abierto los padres de Manuel en 1944 en el muelle, con una concesión por 99 años. En 1961 se casaron y tomaron las riendas del negocio. Como apunta la mayor de sus seis nietos, muchos aún echan de menos «sus tortillas y sus bocadillos del Salabardo».

Hace unos años, Antonia hablaba de aquellas tortillas, «conocidas en toda España, por los veraneantes». Igual que el pulpo, los calamares o el camarón, y los percebes que cocía para los turistas, y los bocadillos de parrochitas, chicharros, anchoas, jamón o queso con membrillo que preparaba para los marineros. Todo desde su casa, porque el bar no tenía cocina, «pero se servía de todo». También se acordaba, aún asustada, del conflicto de los percebeiros que se vivió el 1 de junio de 1999 en Cedeira, cuando se refugiaron en el local para escapar de las cargas de los antidisturbios: «Aquellos hombres enormes tiraron la puerta del bar, disparaban pelotas de goma, las campanas tocaban a fuego, fuera empezaron a arder los contenedores, era una escena de guerra... Pasamos muchísimo miedo y causaron muchos destrozos».

Ana Simoneta también añora la cocina de su abuela: «No creo que haya un recuerdo que me transmita una felicidad más pura que el de salir de la playa de Arealonga en verano con la toalla y el bañador, caminar hasta el Salabardo con el pelo mojado y pedirle un helado o un bocadillo. ¡Me sentía tan afortunada!». Muchos conocen «su memoria infinita, cuando recitaba los poemas y canciones que había aprendido de niña». Como en la noche de San Juan, «cuando se subía a una mesa y recitaba, sin titubeos, el Romance de la loba parda». A ella le enseñó a calcetar, a jugar a la brisca, hacer freixós y torrijas.

«Pero también me enseñó, sin darse cuenta, el valor del esfuerzo y del trabajo que demostró toda su vida en el Salabardo; su espíritu emprendedor, como precursora de los alquileres turísticos en Cedeira, cuando no existían internet ni Airbnb; la actitud siempre positiva y luchadora ante cualquier problema y la ilusión por la vida que mantuvo hasta el último segundo, con los labios pintados de rojo y con su mítica flor en el moño». Su madre le contó que a su abuela, en su última semana, «cuando se iba apagando poco a poco, nunca le faltó un momento para levantarse, mirarse al espejo y pintarse los labios. ¡Se veía tan guapa!».

De sus abuelos, además del «valor del trabajo duro», también aprendió «el de la alegría, el amor y el disfrute». En la romería de San Antonio, «bailando pasodobles, siempre riendo... le encantaba bailar». Por ellos conoció la nostalgia: «Saber que hacerse mayor es aprender a echar de menos, que tu abuela te haga un bocata de filete empanado el día de la Gira, junto a los acantilados, a última hora de la tarde, y pensar que ojalá los abuelos fuesen eternos». Cuenta que el verano pasado pasó un mes entero en Cedeira y dedicó varias mañanas a su abuela, en el bar Plaza. Allí le fue recitando poemas y canciones, que ha anotado en un documento titulado Abuela, cántame otra vez.

Ana Simoneta está convencida de que su actitud positiva «no es casual», sino heredada de su madre y su abuela. «La recordaremos siempre como dijo Alicia Freire el día que falleció: ‘Bellísima y luminosa como ha estado todos los días de su vida'».