
En el libro que estoy leyendo, una mujer vive sus últimos tiempos en una residencia de ancianos. Supongo que la muerte es una presencia constante cuando llegas a una edad, pero en estos lugares, por muy modernos y equipados por los dineros que les sobran a los magnates que sean, el fin se cuenta todos los días con los cuerpos que se desploman sobre el yogur o con las ausencias que percibes a la hora del desayuno. Siempre hay alguien que no despierta. Todo es provisional y todo es más intenso porque «el bien y el mal ofrecen las últimas imágenes».
La protagonista narra lo que sucede a su alrededor. Dentro se repiten las miserias morales de fuera. Los residentes pueden ser violentos y homófobos y algunos cuidadores tratan a los ancianos como cosas sin alma que mantener limpias y mover de un lado a otro, pero también hay lugar para la amabilidad y el enamoramiento, para la bondad, la amistad, el afecto, la Misericordia.
La misericordia es imprescindible para acercarse al dolor del otro. Y en la vejez hay dolor, y también sufrimiento, aunque solo sea por el deterioro del cuerpo y por las puertas que se cierran. La señora Alberti tiene de ambos y lucidez de sobra. Quiere apresar, comprender, agarrar las palabras que se le escapan. La memoria aparece como capital imprescindible para la felicidad y cada palabra perdida es un lamento. Necesita saber cuál es el país que tiene por capital Bakú y conseguir la respuesta que su mente perdió en el olvido la tiene varios días enredada. También quiere entender a su hija. Le gustaría que escribiera sobre el Marqués de Pombal o Luís de Camões, pero ella prefiere hablar sobre seres sin importancia, anónimos, sin épica ni gloria. Seres como ella, una anciana que se queda detenida en el pasillo si nadie mueve su silla. Antes de caerse y romperse las muñecas era solo una mujer mayor. Ahora vive con otros setenta jubilados en un edificio con vistas al mar que se cierra a cal y canto cuando un virus amenaza al mundo. La madre de Lídia Jorge murió en aquellos meses. Los últimos cuarenta días no pudo verla. No sé si esta novela es un homenaje o un exorcismo o solo una manera de contar la existencia de los invisibles, pero es bellísima.