Fran Castaño, asesor familiar: «La comunicación se estropea porque acabamos siendo unos machacadores de los hijos»

LA TRIBU

El profesor de secundaria, que también es conferenciante, recuerda la importancia de saber poner límites a tiempo y analiza el periodo de la adolescencia
26 mar 2025 . Actualizado a las 13:43 h.Fran Castaño asesora a familias con hijos que tienen problemas de comportamiento. Lo hace con la intención de educar y orientar a todos los miembros del hogar. Es profesor de instituto desde hace 38 años, y siempre ha trabajado en las aulas de los chavales más problemáticos. Al menos, así son descritos.
Su vocación de formar a todos los niveles comenzó cuando hace unos años, el educador social que había en el Ayuntamiento en el que estaba su centro educativo, se puso en contacto con él para ayudar en la relación entre hijos y sus familias.
—¿Dónde suelen aparecer los puntos de conflicto entre las familias y los adolescentes?
—Lo primero de todo es que esta es una etapa en la que hay una revolución hormonal, el cerebro se está reseteando. Depende de lo que se haga entre los cero y los doce años, este momento será más o menos “divertido”. Cuando hay un problema de conducta de un adolescente, en la mayoría de los casos, no aparece en la adolescencia, sino que es algo que se va gestando desde que son pequeños. Lo que pasa es que las demandas o los problemas de pequeño se van gestionando medianamente, aunque cada vez menos. Cuando empecé con esto, hace unos quince años, me venían familias con chicos de 16 o 17 años, y ahora esta edad se ha reducido y me vienen muchas familias que no pueden con niños de seis o siete años. Es decir, la edad del comienzo de los conflictos se ha ido adelantando. Es cierto que el chico o la chica suele tener bastante temperamento o carácter. Hay que entender que hay niños o niñas que son más fáciles de educar, que va todo más rodado, y luego hay otros que nos ponen más retos. Pero esto se junta con que los padres, aunque intentamos hacerlo lo mejor posible, a veces no tenemos recursos para darle la vuelta a ciertas situaciones. Así, una comunicación inadecuada, una ausencia de límites, una excesiva sobreprotección o expectativas que las familias generan con sus hijos, por ejemplo, que tengan los mismos gustos, acaba produciendo presiones y, al final, conflicto. Por supuesto, la situación puede ir cambiando según el contexto.
—¿Esta rebeldía evoluciona con la edad?
—Claro. De niño se puede gestionar un poco mejor, pero claro, con la adolescencia y sus características como juicio crítico, posicionamiento o que le importa más lo que diga su grupo de amigos que sus padres, la situación se complica. Todo esto suma y es lo que acaba provocando problemas de comportamiento en la adolescencia.
—¿Por qué se adelanta la edad de los conflictos?, ¿los niños crecen antes?
—No, los niños no crecen antes. Siempre digo que un niño no es un adulto de tamaño pequeño y un adolescente no es ya un adulto. Creo que uno de los problemas que hay es que se les trata como adultos, intentamos hacer que comprendan demasiadas cosas, se les da demasiadas explicaciones según para qué. Yo no digo que no hay que explicar ciertas cosas aptas para su edad y personalidad, pero es cierto que veo que tenemos una educación demasiado laxa. Tenemos el objetivo de que nuestros hijos sean felices, pero malinterpretamos lo que es la felicidad. No es darles todo lo que quieren. Hay una frase que repito mucho que es: «Educamos a los hijos en Walt Disney y la vida es The Walking Dead».

—¿Les damos soluciones de más?
—Claro, tú les estás vendiendo a los niños una vida que es irreal. Les facilitas todo, les das todo, les solucionas todo. Y, claro, cuando ellos empiezan a darse cuenta fuera de casa que eso no es así, comienzan a tener problemas. Y luego, hay otra cosa muy importante, la educación emocional.
—¿Qué es?
—Nos equivocamos cuando creemos que la educación emocional es conseguir hacer que los hijos tengan un bienestar el 100 % del tiempo. La educación emocional es validarles, enseñarles lo que son las emociones, que las conozcan y sepan gestionarlas. En otras palabras, no es hacer que mi hijo esté siempre contento. La educación emocional es que cuando esté enfadado o esté triste, y sea pequeño, tú le enseñes y le preguntes por qué está así y empatices con él, pero no es intentar por todos los medios que deje de estarlo, comprándole cosas, por ejemplo. Está triste y tiene que aprender a convivir con esa sensación, porque cuando va creciendo y hay cosas que le producen tristeza o enfado y no han estado nunca enfadados o tristes porque siempre lo hemos tapado, tienen una sensación en el cuerpo de malestar que es lo que produce esa emoción tan fuerte. No lo saben gestionar y esto les genera mucha rabia, mucha impotencia y malestar.
—Si los problemas vienen de antes, entiendo que la comunicación también se debe trabajar en su etapa infantil.
—Claro, pero es que la comunicación no es interrogar. Al adolescente siempre le preguntamos qué ha hecho, dónde ha estado y con quién. Y las respuestas siempre son nada, por ahí y con los colegas. Comunicación es prestar atención y hablar de las cosas que les interesan, que un día pueden ser los Lego y otro, el youtuber. Lo que no puedes hacer es que si viene tu hijo a casa todo emocionado y te cuenta que ha metido un gol por la escuadra y ha regateado a tres, tú le digas: «Más te valía pensar en el examen que tienes mañana en vez de tanta tontería». Claro, ¿qué te va a contar tu hijo? Otra cosa diferente son las responsabilidades que tengan, pero muchas veces, cuando en una familia, el hijo o la hija tiene problemas de comportamiento, solo se acaba hablando con ellos para decirles qué hacen mal o qué han de hacer. Eso no es comunicación. Eso son normas, límites y responsabilidades que tienen que tener. La comunicación es hablar con ellos de cosas que les gusten. Fíjate, no puedo estar todo el día con el monotema de que estudien o recojan su habitación, porque al final, la comunicación se estropea porque acabamos siendo unos machacadores de los hijos. Creo que a veces se cae en esto porque no sabemos poner límites.
—¿Cómo se pone un límite?
—Para educar hace falta firmeza y cariño. Si solo educas con cariño, te llevan al huerto. Por ejemplo, te promete que hará algo mañana a las siete, pero llegan las ocho y no lo ha hecho, así que como padre te sientes impotente, incapaz y enfadado, por lo que le acabas echando la bronca. Eso no es ser firme. Ser firme es que, cuando pongo una hora o norma, la hago cumplir. Esto no significa que haya que ser autoritarios, o tratarlos a voces, sino mantenernos en lo que hemos dicho, porque la carencia de firmeza genera inseguridad, porque si hoy le dejo que venga media hora más tarde, mañana querrá hacer de ello una norma, y cuando no le dejo, tenemos un problema. Segundo, hay que tener claro que una norma no busca fastidiar a su hijo. Es decir, tú a un niño lo acuestas a las nueve porque tiene que dormir lo suficiente y piensas que es lo mejor para él.
—¿Y si no se cumple con el límite?
—Pues a veces, si no cumplen un límite, se ha de poner una consecuencia, que ojo, no es un castigo. Yo siempre hago el símil del fútbol y esto lo explico cuando doy charlas a adolescentes. Les digo: «¿Para qué son las reglas del fútbol? ¿Para fastidiar a los jugadores? ¿Para fastidiar a la gente? No. Son para saber a qué hay que jugar». Todos los que van a jugar al fútbol saben que son once contra once, que si no se puede tocar el balón con la mano, que si se toca con la mano, hay una falta, y un largo etcétera. Todos saben que esto permite un orden, y que si alguien coge el balón con la mano y sale corriendo, pues habrá un problema. Además, hay un árbitro, que en casa son los padres, porque no siempre podemos confiar en que se cumplan las normas. Es así, está claro que todos los humanos lo hacemos. Y claro, muchos padres o madres pretenden que el niño no haga algo porque sabe que no lo puede hacer, pero también un jugador de fútbol sabe que no puede tocar el balón con la mano, pero si no lo van a ver y se puede llevar el balón, hace la pequeña trampa. Total, que les digo de nuevo: «Cuando el árbitro pita falta, ¿lo hace porque es muy mala gente? Pues no. Simplemente son las normas. Y en casa funciona igual». Es decir, las normas nos dan tranquilidad, nos dicen a qué debemos atenernos. Cuando tú lo sabes y tienes las técnicas adecuadas, funciona. Y lo que hace es que los niños estén tranquilos y, por lo tanto, tengan menos sobresaltos emocionales y un mejor comportamiento.

—¿Qué hago si no me gusta el amigo de mi hijo?
—Primero hay que entender que ellos escogen al amigo con el que se encuentran bien, no a uno para fastidiar al padre o a la madre. Por eso, habrá que preguntarse por qué va con este amigo. Cuando viene una familia y me plantea este problema, yo les digo: «¿Qué pinta tu hijo con los que se van toda la tarde a la biblioteca si con ellos se aburre?». En este sentido, tenemos que recordar que para un adolescente lo más importante son sus amigos, más que cualquier otra cosa. Si a ti no te gusta el de tu hijo y lo criticas, lo más probable es que tu hijo se enfade y se una más a él.
—Pero hay razones y razones para que no gusten.
—Claro. Es cierto que puede haber muchas razones por las que no nos gusta un chico. Digamos que no te gusta porque se va mucho de fiesta o falta mucho a clase. Lo primero que tienes que hacer es decirle que no te gusta su amigo, que no es lo mismo que criticarlo. No es igual decir que este chaval es malo que simplemente no te gusta y que a casa no va a venir, aunque fuera él decida con quién va. Él o ella se irá dando cuenta, porque si en tu hogar hay una situación estable, con unos límites adecuados y un ambiente, se acaban dando cuenta. Hay una frase de Mark Twain que dice que las buenas decisiones vienen de la experiencia, pero la experiencia viene de las malas decisiones. En una adolescencia normal, tenemos que dejar que tomen malas decisiones para que adquieran experiencia. Por supuesto, si ese amigo termina haciéndole daño, no le recrimines las cosas.
—¿Lo que le van diciendo las familias, aunque parece que no les hagan caso, les queda en la memoria?
—Sí, aunque hagan caso, les va quedando. Es decir, si tú le adviertes de que si tiene equis comportamiento se puede hacer daño, es posible que lo haga igualmente cuando vaya con el grupo, porque no quiere ser el “pringado”, pero él o ella sabe que no está bien. Y cuando sale de esta fase, sigue quedando el pozo de lo que se le deja. Por eso es tan importante tener una buena comunicación, gestión emocional, normas y límites, que esos son factores de protección para evitar que tengas situaciones de riesgo elevadas, por así decirlo.