Gloria Villalba, neurocirujana: «No permito que nadie hable ni que pongan música cuando estoy operando»

ENFERMEDADES

La reconocida experta, pionera en la aplicación de la neuromodulación cerebral en algunas enfermedades graves, explica el día a día con sus pacientes
27 mar 2025 . Actualizado a las 10:15 h.Gloria Villalba (Barcelona, 1975) aparece de tanto en cuanto en la prensa que recoge alguna de sus hazañas. Pionera en España en las cirugías de neuromodulación cerebral, esta especialista se dedica a estudiar y a tratar de solucionar problemas relacionados con el dolor, los tumores cerebrales malignos y la enfermedad mental, cuando el quirófano es el último paso que queda. La neurocirugía es su pasión y adicción, reconoce que es feliz cada vez que coge el bisturí. Precisamente, ahora publica Al otro lado del bisturí (Sinequanon, 2025), un libro en el que recoge la historia de doce pacientes y lo que aprendió en cada caso.
—Dice que, a lo largo de su carrera se ha encontrado con muchos prejuicios como que se acuse a los cirujanos de una falta de humanidad. Sin embargo, tengo la sensación de que se les llega a ver como dioses.
—Hay opiniones para todos los gustos, pero la imagen general de dos especialidades como la neurocirugía y la cirugía cardíaca es que son muy distantes. Y yo creo que son mitos porque cada uno es como profesional como lo es como persona. Eso es lo que se intenta desmentir. Y, por otra parte, y aunque el machismo no sea igual que cuando comencé hace 20 años, lo sigue habiendo. Está más encubierto porque está mal visto, pero existe. Eso también lo explico un poco.
—¿Ha sido difícil ser mujer en un mundo de hombres como la neurocirugía?
—Ha sido, y lo sigue siendo. Aunque hemos mejorado muchísimo en el aspecto machista, en las especialidades quirúrgicas y, en concreto la neurocirugía, que es una de las que tiene un nivel más alto de ello, sigue habiéndolo. Hay un techo de cristal en muchas ocasiones para que las mujeres puedan acceder a cargos de responsabilidad dentro de la neurocirugía. Esto lo vemos. Ha progresado mucho en cuanto a cómo nos ven los pacientes y los familiares. Me acuerdo que, hace 20 años, me preguntaban cuándo iba a pasar el neurocirujano. Esto no ocurre ahora, pero dentro del mundo médico los cargos de responsabilidad todavía no son muy accesibles para las mujeres.
—¿Recuerda qué sintió la primera vez que viste un cerebro en una operación?
—Sí, lo recuerdo perfectamente. Primero, como estudiante de medicina. Me impactó tanto que supe desde ese primer día que quería dedicarme a esto, lo tuve claro. Me apasionan muchas cosas, no el cerebro anatómicamente que ya me parece fascinante, sino todo lo que se deriva de sus enfermedades, cómo con operaciones podíamos resolver ciertos problemas. Me fascinó y me sigue fascinando porque hay tantas cosas que no sabemos del cerebro que te obliga a estar estudiando constantemente y eso es fabuloso.
—Cuenta doce historias de pacientes en doce capítulos. ¿Podría quedarse con una?
—No, no puedo hacerlo. De hecho, ha sido muy difícil escoger las doce. No son treinta por una cuestión de espacio, porque podría estar escribiendo historias maravillosas, impactantes y con una lección de vida. No hay una mejor que otra. En todas hay tres protagonistas: la enfermedad y los tratamientos, el paciente y la familia y yo como médico y como persona.
—¿Tiene una parte favorita del cerebro?
—Sí, por supuesto que tengo una parte favorita. La que más me apasiona se llama cíngulo, que tiene una forma de C y está en la mitad del cerebro. Tiene que ver con muchas cosas, pero entre ellas con nuestras emociones, con el estado de ánimo, con que nos comportemos de una manera o de otra. Da lugar a que podamos colocar electrodos en diferentes partes de este cíngulo e intentar resolver enfermedades que hace años ni nos imaginábamos.
—¿Tiene alguna manía en el quirófano?
—Sí, sí que tengo manías y forman parte de mi personalidad. No es que me enorgullezcan porque yo sé que no es fácil trabajar conmigo en equipo, porque soy muy dura y muy exigente, pero no lo hago por mí, lo hago por el paciente. Dentro de mis manías está que no permito que nadie hable cuando se está operando, ya ni mucho menos poner música. Tampoco quiero que se abra y se cierre la puerta por una cuestión de probabilidad de infecciones. Exijo mucho al equipo y reconozco que no es fácil.

—En su epílogo explica que se despierta a eso de las 5. 30 horas y llega a casa pasadas las 21.30. ¿Todos sus días son así?
—No. Es verdad que cada día me levanto a la misma hora, a las 5.20 horas. Eso no cambia, pero la hora de llegar a casa es muy variable. Puedo llegar a las 21:30, a las 18.00 o puedo llegar a las 23.00. Es variable. También puedo llegar y tener que irme otra vez. Pero sí que es verdad que le dedico muchas horas, y lo hago con mucho gusto y por elección, no es una obligación. De hecho, soy feliz con ello.
—Dice que sigue haciendo guardias porque le curten. ¿Qué le aportan?
—Me aportan la realidad. Ir haciendo cosas más complejas está muy bien, pero la realidad del día a día es otra cosa. Son los accidentes de tráfico, las hemorragias y ese tipo de situaciones no las debes olvidar nunca. También a tomar decisiones rápidas y éticamente correctas, que requiere mucha experiencia. Y a mí esto me gusta no perderlo. Además, creo que aporto algo a la gente más joven que está haciendo guardias, como el apoyo, que es algo importante para ellos y para el paciente.
—Señala que los pacientes de dolor crónico son los grandes incomprendidos. ¿Por qué?
—Los pacientes con dolor crónico, muy severo y muy refractario, que son los que yo veo, tienen mucha similitud con el paciente de enfermedad mental. ¿Por qué? Porque no tienen una herida, no tienen un cáncer donde se les cae el pelo, donde la gente ve un problema y siente compasión por ti, por lo que estás pasando. En ellos no hay heridas, se les ve que caminan, que hablan, y la gente no entiende cómo puede estar tan mal alguien que puede comer y caminar. Y, sin embargo, el sufrimiento que lleva puede ser infinitamente superior a otro tipo de paciente, por eso tienen dos problemas. Uno es el propio sufrimiento y el otro es, encima, demostrar que lo están teniendo, que no se lo están inventando, que no están locos. Es una odisea lo que pasan. Yo me pongo en su lugar y les entiendo perfectamente.
—¿Cómo les ayuda la neurocirugía?
—De dos maneras. Una es intentando estar al día y ofrecer cosas más novedosas, cosas que han salido nuevas, que les abra una oportunidad a pacientes que hasta ahora ya habían probado todo y no les había sido útil. Y, por otra parte, a veces no podemos ayudar con cirugías ni con nada innovador. Así que, al menos podemos acompañarles, que no estén solos y siendo un apoyo. A veces, se consigue haciendo de coordinador con otros especialistas, y otras, escuchando simplemente. Con eso también salen reforzados y empoderados para seguir luchando contra una enfermedad crónica y con la que tendrán que lidiar siempre.
—Cuenta que probaron, por primera vez en España, la estimulación cerebral profunda para la anorexia, y que en uno de sus pacientes no funcionó. Para él fue un duro golpe, ¿y para usted? Entiendo que como cirujanos o médicos pondrán sus expectativas en tratamientos.
—Claro, desde luego. A ver, nosotros cuando hicimos este ensayo sabíamos que no iba a funcionar en todos los pacientes, porque no hay ningún tratamiento milagroso, y menos en un ensayo. Por eso ya asumíamos que habría algunos pacientes que no responderían. Pero cuando te vinculas mucho con alguien, te duele en el alma, muchísimo, que él sea el negativo. Iskandar nos lo puso muy fácil, porque él es un paciente que quita hierro a las cosas. De hecho, nos ayudó. Estábamos más apenados nosotros que él, que nos animaba, que nos decía que gracias por todo. Es duro. Hay que pensar que son personas que si entraron en ese ensayo es porque se iban a morir o estaban a punto.
—Algo contrario a esa idea de que el cirujano es distante es que, usted, por ejemplo, le da su número de teléfono a algunos pacientes. ¿Este nivel de empatía le hace llevar mejor o peor su trabajo?
—Creo que me hace ser mejor profesional y mejor persona. Esto no significa que yo no pague un precio por esto, porque el empatizar también te hace sufrir. Como siempre digo, intento hacerme fuerte de corazón manteniendo la ternura del alma, pero no siempre lo consigo, porque no somos robots, somos personas, y a veces también flaqueo. Pero me hace ser mejor médico y sobre todo mejor persona. No cambiaría nada de mi especialidad y volvería a escogerla, lo tengo clarísimo.

—¿Qué ha aprendido del acompañamiento con el Proyecto Carmen?
—En los hospitales españoles, el acompañamiento espiritual lo hace, normalmente, un cura o una monja, por lo que está muy ligado a la religión. Pero nosotros no lo entendemos así, porque pensamos que tiene que ir más allá de esto. Cuando lo planteamos, esta idea ya nos parecía muy buena. Es decir, ofrecerlo sin una connotación religiosa. Pero no pensábamos que fuese a tener una acogida tan buena, tanto por parte de los familiares, pacientes y nosotros mismos. Nos ha formado para tratar situaciones complejas y vemos que da resultado, que sabemos tener un mejor contacto con el paciente, darle las frases que puedan ayudarlo. Al final, el paciente lo valora en una encuesta y casi todos indican que les ha resultado tan útil como un tratamiento farmacológico o casi como una cirugía.
—¿Podría darme un ejemplo de su aplicación?
—Cuando a alguien le han dado una noticia muy devastadora, como puede ser un diagnóstico de un cáncer cerebral maligno con un pronóstico malo, entre un año y dos años de vida. Que se le dice que va a pasar por una operación, además. Es algo muy devastador, porque su vida se viene abajo. Hay pacientes que son muy fuertes, y otros se quedan en shock, no saben qué decidir, si operarse o no. Como se quedan en blanco necesitan que alguien les ayude a tomar las decisiones entendiendo su situación. A veces están tan nerviosos que no entienden las opciones terapéuticas que se les ha dado, y se les recuerda que se lo podemos explicar tantas veces como quieran. Hablamos con ellos y les preguntamos de qué tienen miedo. Te sorprende escuchar que a veces el miedo es que su familia lo pase peor que ellos o que queden con secuelas que sean dependientes para su familia. Puede faltar esa comunicación con su entorno y nosotros hacemos de intermediarios. Es un apoyo fundamental para que puedan tomar buenas decisiones, que tengan menos ansiedad y que lleguen a la cirugía lo más tranquilos posibles dentro de la gravedad.

—En el libro incluyó la historia de Ani, esa paciente que hablaba cinco idiomas y que todos se debían preservar.
—Operar a un paciente despierto es muy común en neurocirugía. Esto no es nada nuevo, se hace desde hace 25 años, y no solamente para el lenguaje, sino para preservar otros aspectos cognitivos como puede ser la atención, la memoria o incluso las emociones. Lo que sí que fue nuevo era que una persona necesitase conservar cinco idiomas. Primero porque casi nadie los habla y la gente que los habla no tiene un tumor o una lesión en la zona del lenguaje. Y, segundo, porque mucha gente los habla por placer. Pero, justamente Ani los necesitaba para trabajar. Ella no tenía un cáncer, sino una malformación vascular muy grave porque había sangrado. Era un reto monitorear cinco idiomas porque significa que el paciente al estar mucho rato despierta, el tiempo se va multiplicando por cada idioma que hemos de hacer los diferentes test del lenguaje. Esto es un reto porque la persona se cansa, se agota y, a veces, ya no puede más. Pero ella colaboró maravillosamente bien. Pudimos sacar su malformación y actualmente está trabajando, y todo está muy bien.
—¿Cómo se comprueba que el idioma no se ve afectado?
—Cuando operamos un paciente despierto para el lenguaje, tenemos a una neuropsicóloga dentro del quirófano y, en este caso, había también traductoras. El inglés y el francés lo podíamos manejar, pero el armenio y el ruso, no. Entonces, encontrar unas traductoras que no se mareasen dentro del quirófano ya no fue fácil, porque al final el cráneo está abierto y tenían que estar ahí viéndolo al lado de la neuropsicóloga. Se les va pasando una serie de test para medir diversos aspectos del lenguaje. Aparte de que cada idioma está en una parte del cerebro distinta — la lengua materna ocupa más espacio y la última que hemos aprendido, menos— cada acción relacionada con el lenguaje, como pronunciar, denominar unas palabras que vemos en imágenes, leer o repetir implican diferentes zonas también, y se hacía un test para cada una. Por eso es tan largo, porque no solamente es ir diciendo una palabra.
—¿Qué siente antes de entrar a una cirugía de ese nivel?, ¿se pone nerviosa?
—Independientemente de si una cirugía es novedosa, pionera, yo siempre pienso en el respeto al paciente y a su familia, que han depositado su confianza en el equipo que le va a operar. Da igual el tipo de cirugía que sea, tiene que salir como al paciente le hemos dicho que podría salir. Y cuando hay una complicación, cada uno la vivirá diferente, pero a mí me quitan la energía para unos cuantos días. No puedo concentrarme en otra cosa y es algo que me hace sentir fatal.