El inagotable tirón del maquis Foucellas

toni silva A CORUÑA

GALICIA

La Voz

La casa natal de Benigno Andrade en Mesía atrae a turistas 66 años después de su muerte

22 abr 2018 . Actualizado a las 17:24 h.

La aldea de As Foucellas aportó el apodo a Benigno Andrade pero este le arrebató el nombre para siempre. Foucellas se ha incrustado en la historia de la posguerra en Galicia. Él ha sido el fugitivo más famoso, el más combativo y uno de los más escurridizos: tardaron 16 años en pillarlo, en 1952, y a los pocos meses le aplicaron el garrote vil.

A las nuevas generaciones la figura de este maquis les queda muy lejano, pero su memoria se ha inoculado en algunos libros de texto. Han pasado más de 65 años desde su ejecución, y van más de 40 de democracia. Pero al lugar de As Foucellas siguen llegando turistas y visitantes que preguntan por la que fue la casa del fugitivo.

«Veñen ate autobuses», señala Concha Bermúdez. Ella es la propietaria de la casa que un día acogió a Foucellas. Realmente siempre fue de su familia. «El viviu en moitas casas, non lle quedaba outra, e esta alquiloulla a miña avoa á nai de Foucellas», explica la mujer. Para dar cuenta de cómo se encuentra la vieja casa del fugitivo basta decir que Concha implora que no tomemos fotografía del interior. Hasta no hace mucho fue un alpendre, y hoy está casi vacío, con un juego de viejos sillones y sofás rojos y un preocupante agujero en el tejado. En el exterior sobrevive una viejísima placa de madera grabada en la que cuesta leer el nombre y la sucesión de apelativos: «Guerrilleiro antifascista Combatente Galego».

Víctor Naveira, sacerdote que vive y desarrolla proyectos a muy pocos metros de esta aldea, ha llevado ya unos cuantos autobuses escolares a la casa. «A maioría non sabe quen era Foucellas e eu lles digo que pregunten aos seus avós», indica. El verano pasado una asociación que visitaba la zona se llevó la sorpresa de disfrutar de una recreación de la vida de Foucellas, caracterizado por Manuel, el hijo de Concha, y con la complicidad del sacerdote. «De cando en vez chaman ao Concello para preguntar ónde queda a casa do Foucellas, se aínda ten familia e se poden visitar algo del», explica Mariano Iglesias, el alcalde de Mesía.

A varios kilómetros de allí, en el lugar de Barbeito (Oza-Cesuras), Dolores Barral ve con relativa frecuencia coches que paran ante su casa. Buscan la cueva donde detuvieron a Benigno Andrade aunque ya hace muchos años que la cavidad fue eliminada. Una placa muy gastada deja entrever el rostro de Foucellas y, más arriba, por donde tenían la entrada él y sus amigos, crece una plantación de grelos.

CESAR DELGADO

Manuel Sánchez señala con el dedo índice la cocina de su casa. «Aquí xogaba á brisca con el». Vecino de As Foucellas, tenía 10 años menos que su ilustre vecino, de quien habla con admiración. «El axudaba á xente, miraba polos demais». Y la gente también ayudó a Foucellas, como la madre de Manuel. «Un día veu cunha cuadrilla e petou na porta ‘‘Pepa, danos de comer que vimos locos coa fame’’», narra. Y entonces Pepa y su hijo Manuel comenzaban a cortar pan y jamón y se lo llevaban a un souto cerca de casa. Entre los vecinos de Cabrui y de la comarca en general, Foucellas despertaba más respeto que la propia Guardia Civil. Por eso Manuel guardó silencio el día que dos agentes le preguntaron por su escondite. Estaban especialmente agresivos porque acababan de enfrentarse a Foucellas y uno de ellos aún se quejaba de una herida en el brazo. Ese día Manuel Sánchez estuvo a punto de morir. Lo cuenta así: «Cando iba pola vaca ao monte os dous guardias preguntáronme por Foucellas e díxenlles que non sabía nada, entón o ferido enfadouse e lle dixo ao compañeiro: ‘‘lévao a aquela esquina do monte e pégalle un tiro’’. Así que o compañeiro me colleu polo pescozo para matarme e entón polo camiño lle dixen que eu era primo do cabo Bello, un guardia a quen mataran os fuxitivos... ‘‘hombre, eso se dice antes’’». Y gracias a eso lo puede contar hoy con 92 años. Igual que la habilidad de Benigno Andrade «coas troitas ou cazando coellos no monte». «Pedía que lle puxera un papel de fumar no oco dun hórreo e o atravesaba dende 30 metros dun disparo. E xogando ás cartas nunca se enfadaba, estaba por riba desas cousas», recuerda.