El Camino francés es también la ruta de los pies descalzos. No estrenes calzado, entrena, haz bien las curas y evitarás sorpresas desagradables
07 ago 2018 . Actualizado a las 19:46 h.En el albergue de Villafranca del Bierzo donde descansamos tras la anterior etapa vemos a un joven cojeando cuando nos vamos a las literas. Marco Julio, de Alicante, tiene una ampolla supurante en su pie izquierdo, justo detrás de los dedos. «No sé si podré seguir hasta Santiago», nos explica mientras se hace las curas. La imagen no es agradable para nosotros y el dolor es insoportable para él: «Siento un escozor que jamás había sentido, casi no puedo apoyarme sobre el pie». Las ampollas nos salen en los pies favorecidas por dos motivos: el roce continuo del calzado y la humedad excesiva. En este caso el error del dolorido alicantino fue doble.
«El calzado era nuevo y he elegido mal los calcetines», reconoce. Es recomendable entrenarse antes de realizar largas caminatas para habituar los pies, y elegir calzado usado, así como calcetines sin costuras que no sean de algodón. «Me arranqué la piel, llamé a mi novia, que es enfermera, para contárselo y no veas la bronca que me echó», continúa lamentándose el maltrecho peregrino. Jamás hagas lo mismo. Pincha con una aguja desinfectada la ampolla, seca el líquido y aplica un antiséptico. «Después tendría que haber enhebrado un hilo en una aguja y atravesar la bolsa hasta que se secase», explica sobre el consejo médico que recibió a través del teléfono.
Desde luego, no hay mejor manera de evitar la humedad en el pie y las rozaduras que desnudándolo. Pero ¿es posible hacer el Camino con los pies descalzos?. «Tu cuerpo es energía y el suelo es energía. Nacimos sin zapatos y el pie sabe cómo caminar», dice Gildas Nicot respondiendo afirmativamente a la pregunta.
Originario de la Bretaña francesa, cuando nos lo topamos en Hontanas (Burgos) regresaba tras haber llegado a Fisterra desde Roncesvalles. Más de 1.100 kilómetros en los que sus extremidades no se han resentido. «Con los zapatos, lo primero que pisa el suelo es el talón, sin embargo así es una posición más natural», prosigue ante nuestra cara de asombro. Gildas realiza una peregrinación que le lleva, sin detener sus desvestidos pies, al Vaticano. «Lo hago porque me gusta viajar, por la religión... no sé: simplemente siento que tengo a Dios de mi lado», expone sobre sus motivaciones jacobeas.
Tamino Henrich, de Aarau (Suiza), es otro caminante de pies descalzos que nos hemos encontrado en nuestro recorrido a Santiago. También en la provincia de Burgos, en Castrojeriz: «¿No quieres ampollas? ¡Quítate los zapatos!», exclama sin dudarlo. «Si habitúas la planta del pie al contacto con el suelo, ya no querrás usar calzado», continúa. Lejos de interpretarse como una penitencia, para él es todo un placer: «Estás en contacto con la naturaleza en cada paso».
Mañana, etapa 14: Triascastela-Portomarín
¿Miedo a la etapa? Mejor dividirla en dos»
Una ruta jacobea en familia para Rosa, José Miguel y sus hijos, Laura y Antonio. Son de Granada y en esta ocasión los mayores han conseguido convencer a los pequeños. «Mi mujer y yo quedamos maravillados el año pasado al completarlo desde Sarria a Santiago y este quisieron venir con nosotros», cuenta el padre. El reto esta vez es mayor. Partieron desde Astorga y, aunque ganas les sobran, el benjamín habla claro: «Lo mejor es comer al acabar la etapa». Hemos coincidido con ellos en Villafranca, a punto de afrontar una de las jornadas más duras. «¿Miedo a la etapa? Para nada, mejor dividirla en dos, nos quedamos en Hospital y acabamos mañana», comentan satisfechos con la decisión. Se tarda más, pero se llega.
«Ni Mallorca ni Ibiza, la mejor excursión de fin de curso es esta»
En La Laguna, aún en Castilla y León, la entrada al único bar de la localidad está plagada de esterillas, mochilas y sacos de dormir. Noventa estudiantes de bachillerato del colegio Nuestra Señora de Las Maravillas de Madrid devoran bocadillos este mediodía. Al frente del grupo Leire Barturen, Mónica Pardo y Álvaro de Pedroso. «Fuimos exalumnos peregrinos y ahora nos encargamos de que no olviden la experiencia», responden explicando su papel. «Se trata de mejorar las relaciones sociales y a la vez es una invitación a la reflexión», prosiguen. Entre su equipamiento, una furgoneta con bebida y comida para todos. Y para el final, una reflexión: «Ni Mallorca ni Ibiza, la mejor excursión de fin de curso es hacer el Camino».
Una etapa rompepiernas con dos subidas: la de O Cebreiro y la del alto de O Poio
Me acuerdo hoy de las historias que Esteban Cacciamani, el hospitalero argentino de Mansilla de las Mulas, contaba en el albergue. La de los dos ciegos que con una joven lazarillo voluntaria consiguieron su compostela tras más de 800 kilómetros. La del hijo que pidió una excedencia de seis meses en su trabajo para hacer a pie el Camino con su padre nonagenario. Si ellos subieron a O Cebreiro... ¿Podremos nosotros?
Una vez alcanzada la cima, podemos decirte que no hagas caso de guías, advertencias y habladurías. Hay pendientes, pero ya has superado muchas si has llegado hasta aquí. ¿Te vas a amilanar ahora?. Es más, hasta Vega de Valcarce el recorrido, en paralelo por la N-VI, es llano. En Ambasmestas y Ruitelán sí empieza a notarse un ascenso que se hace palpable a partir de Las Herrerías. Tras el barrio de Hospital, si vas en bicicleta, coge el desvío para ellas o tendrás que llevarla de la mano. Hasta La Laguna, último pueblo de Castilla, la subida es pronunciada. Desde allí, a menos de tres kilómetros, te saludarán las pallozas cebreiregas. Si acabas en Triacastela, no te confíes. Desde el alto de San Roque al de O Poio aún subirás otros 150 metros.
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