Un populista con el bastón de Agolada

Rocío Perez Ramos
Rocío Ramos LALÍN / LA VOZ

GALICIA

miguel souto

Personalizó chalecos con nombres y cargos de ediles, se fijó sueldo sin la votación vecinal anunciada y acaba de ser amonestado por la Guardia Civil

16 mar 2021 . Actualizado a las 08:16 h.

Desde su toma de posesión en el 2019 las actuaciones del alcalde de Agolada, Luis Calvo Miguélez, no dejan indiferente a casi nadie, sumando forofos y detractores entre la ciudadanía. Hay quien ve en él al Trump rural de Agolada. Único regidor del Partido Anticorrupción y Justicia (PAYJ), fundado por él, pretendía ya en el 2016 obtener representación en el Parlamento gallego. Concurrió en las elecciones en septiembre de ese año convencido de que iba «a entrar con uno o dos diputados». Afirmaba que «el único interés es que la gente viva lo mejor posible». Y se definía como «ni de izquierdas, ni de derechas, ni de centro. Somos un partido para hacer justicia social. Seremos contundentes y no cederemos a ningún chantaje». Su logo: un pan partido y unas espigas.

No obtuvieron representación y en los comicios locales del 2019 el PAYJ presentaba candidaturas en Agolada y Lalín. Quedaron fuera de la corporación lalinense, pero en Agolada, con él a la cabeza, dieron una paliza al PP, que llevaba gobernando las últimas décadas. De los 11 concejales con los que cuenta este municipio de 2.304 habitantes, consiguieron 7, con 968 votos frente a los 4 de los populares, con 678 papeletas, 290 menos.

Su discurso populista consiguió ganarse el voto de los vecinos. Miembro de una familia numerosa y humilde -son 12 hermanos, 2 ya fallecidos- de la parroquia de Esperante, emigró a Suiza junto a varios de ellos. Trabajó en la construcción y regresó hace unos años ya como pensionista. Tiene ahora 50 años. Disfruta con los trabajos en el campo a bordo de su tractor y en las obras no es raro que se remangue para hacer las masas.

Con el avance del mandato demostró muy poca cintura con las críticas. Son frecuentes sus salidas de tono en los plenos, donde apenas deja hablar a la oposición. Una de las más comentadas por el vecindario fue cuando acusó a un edil del PP al grito de «¿Estasme chamando monólogo?», sin dejar que el concejal le pudiese explicar el significado de la palabra. O cuando expulsó a la portavoz popular cuando esta dejó caer a Calvo que igual podía trabajar al estilo de su homónimo ourensano, insinuando cierto parecido, algo que el alcalde se tomó como una gran ofensa.

El policía local, a dos ruedas

En junio del año pasado aprovechó la feria para presentar al vecindario una bicicleta adquirida para que el único policía local patrullase. El agente, que tiene algunas patologías de traumatología, se negó a usarla y sigue huérfana en el vestíbulo del consistorio con la sola compañía de un casco agregado después.

Adquirió chalecos y gorras azules rotuladas como uniforme para él y sus ediles. Ponen el cargo de su dueño en el pecho para que no haya dudas y los vecinos los reconozcan. El día de su toma de posesión ofreció el bastón de mando al pueblo en la plaza. En los primeros meses celebró varias asambleas abiertas para ofrecer su versión de la situación económica del municipio, incendiando la gestión del gobierno anterior.

Fijó los plenos a las 22.00 horas para que pudieran ir los vecinos. Las primeras sesiones se llenaron, pero con el tiempo muchas de aquellas actuaciones populistas pasaron a mejor vida. Como la consecución del Plan Xeral de Ordenación Municipal o los 2.500 euros por cada nacimiento. Con la pandemia se saltó la celebración de varios plenos. Hace meses que el Concello no tiene secretario titular y el cargo lo ejerce de forma accidental un funcionario y en las sesiones plenarias, que siguen siendo presenciales, ya no se admite a ningún vecino. Hace unos días la Guardia Civil lo amonestó por estar en una terraza sin mascarilla.

En julio del 2020 llamó él a la Guardia Civil para acusar a una pandilla en la que estaba algún miembro del PP de estar sin ella en una terraza, y tras entrar al consistorio para recoger mascarillas, las repartió a los clientes de la terraza del bar de enfrente, regentado por su hermana. Se equivocó, porque el uso obligatorio no entraba en vigor hasta esa noche.

En junio del 2019 supeditaba su sueldo a la votación de los vecinos. Sin ella, fijó su salario y hace poco se aprobaban nuevas dedicaciones a ediles. En febrero echó mano de bandos para quejarse de que Xunta y Diputación no contestaban a sus escritos. En menos de dos años no deja indiferente ni a vecinos ni a instituciones.