La noche más larga

GALICIA

monica ferreirós

Maletas, mantas, objetos personales, hierros quedaron esparcidos por el perímetro que rodeaba unas vías en el lugar de Angrois en torno a las que algunos heridos trataban de entender qué había pasado, mientras los teléfonos móviles no dejaban de sonar

26 jul 2024 . Actualizado a las 15:32 h.

La noche del 24 de julio suele hacer calor en Santiago. Aquel atardecer de hace once años también hacía calor hasta que la noticia del descarrilamiento de un tren en la curva de Angrois heló el cuerpo de los agentes de la policía local y nacional encargados de la seguridad en el Obradoiro. Eran las 20.42 horas cuando la noticia les llegó por radio. En segundos fueron abandonando la plaza para acercarse hasta las vías del tren. La escena era dantesca. A los familiares la confirmación de la tragedia se la dieron las decenas de llamadas de teléfono que no tuvieron respuesta aquella noche, su noche más larga.

Maletas, mantas, objetos personales, hierros quedaron esparcidos por el perímetro que rodeaba unas vías en torno a las que algunos heridos trataban de entender qué había pasado, mientras los teléfonos móviles no dejaban de sonar. Lo que había ocurrido era que al pasar la curva de A Grandeira uno de los vagones del tren en el que iban 220 pasajeros había saltado por los aires superando un talud que separaba las vías del tren. El convoy se había partido en dos. La máquina y los cuatro primeros vagones habían descarrilado, otro que iba en medio acabó cayendo cerca de unas viviendas, otro destrozó el palco de la fiesta de la parroquia, mientras que el resto habían volcado.

La imagen fue una bofetada en la cara para los vecinos de Angrois. Pero lejos de quedarse paralizados, bajaron mantas para abrigar a los heridos que pululaban en torno a la chatarra e incluso usaron sus coches para llevar a algunos al hospital. La parroquia entera se desvivió por colaborar desde que escucharon el estruendo. Bajaron antes de que los agentes acordonaran la zona. Echaron una mano a los bomberos, policías de los cuerpos local y nacional, sanitarios, y nacional, miembros de protección civil, psicólogos, agentes de los equipos de rescate, médicos que estaban de día libre, de vacaciones o que habían acabado su guardia fueron articulando un operativo de emergencia improvisado por una oleada de solidaridad que incluso llevó a decenas de personas a hacer cola en los hospitales para donar sangre para los heridos. El Monte da Condesa también se habilitó para donar.

XOÁN A. SOLER

Aquella noche, por supuesto no hubo fuegos, había que librar una batalla contra reloj en la que lo prioritario era sacar a los heridos de las vías, liberar a quienes habían quedado atrapados entre el amasijo de hierros en el que habían quedado convertidos los vagones, responder preguntas de los familiares que iban llegando al edifico Cersia, reconocer a los muertos, trasladar los cadáveres hasta el pabellón de Sar donde se instaló la capilla ardiente, tomar muestras de ADN para poder identificar los restos que se iban encontrando o dar abrazos. Nadie estaba preparado para aquello, pero había que mantener la mente fría.

Fue una noche larga, muy larga. En las vías la policía judicial iba levantando las mantas blancas que cubrían los cadáveres para identificar a las víctimas. Desde lo alto, la gente que se iba agolpando en torno a la valla, contaba los muertos. Después un coche fúnebre detrás de otro recogía los cuerpos para trasladarlos hasta  el multiusos del Sar. Al término de aquella primera noche se habían contabilizado ya unos 78.  

Nadie durmió. No solo en las vías, tampoco en Angrois, ni en la ciudad, ni en el edifico Cersia, donde corría el café o los remedios para calmar los nervios. Allí los rostros serenos reflejaban la incredulidad de personas que solo unas horas antes se habían despedido en una estación de sus hijos, sus padres, sus amigos, sus primos....

La incertidumbre de no saber dónde estaban sus familiares era como un puñal que rasgaba esas caras. Solo el llanto era liberador. Pero muchos no tenían lágrimas. Las horas fueron pasando. A medida que se iban identificando los cadáveres o se sabía dónde estaban los heridos, la policía científica iba comunicando sus progresos. Pero eran los psicólogos los que iban comunicando los avances a las familias.  

Lo peor era no saber. Observar como los que estaban esperando al lado sabían ya algo. Hubo quien tuvo que aguardar varios días hasta confirmar que su familiar estaba muerto. Fueron jornadas largas, muy largas.