
Su consumo se extendió en ambos países en el siglo XX en períodos de escasez, y hoy sigue vigente. Cuenta la leyenda que el franquismo perseguía a los que comían estas semillas porque lo asociaban a un hábito comunista
07 nov 2023 . Actualizado a las 15:22 h.El zorongollo, el gazpacho de bogavante y el cordero que degustaron estos días los jefes de Estado y de Gobierno que participaron en la cumbre de la OTAN son platos typical spanish a los que no se les puede poner un pero. Estos mandatarios se vuelven para casa con una imagen cierta pero edulcorada de la gastronomía de nuestro país. Claro, si la idea hubiese sido que conociesen los hábitos alimenticios de un español a conciencia, estos días tendrían que haberse metido entre pecho y espalda un arroz con leche, un bocata de chorizo y un paquete de pipas. clásicos del día a día de un ciudadano medio que apenas tienen réplica en otros lugares del mundo. De hecho, este último snack es tan ajeno para muchos extranjeros que hace unos años se viralizó el vídeo de un británico que, al ver por primera vez unas pipas, pensó que se comían con cáscara.
Aquí estas semillas valen para un roto y un descosido. Las comen los niños en el parque, los mayores en el fútbol y en muchas casas es el sustituto natural de cualquier ultraprocesado para matar ese hambre emocional sin caer en tentaciones realmente nocivas. La psicóloga rusa Olga Uzhve explica que el consumo de pipas se utiliza como «un pasatiempo que puede servir para reducir el estrés, porque es un proceso monótono y automático y que, si lo llevamos a cabo en compañía, nos ayuda a evitar los silencios incómodos». Puede parecer casualidad que sea una profesional de San Petersburgo la que analice con tanto detalle este hábito ibérico, pero lejos de ser una coincidencia, el caso es que en Rusia también le dan rienda suelta al consumo de las semillas de girasol.
Allá por el siglo XVII, Pedro I de Rusia, segundo hijo del Alexis y su segunda esposa Natalia, vivía tranquilo y maravillándose con la modernidad occidental cuando, tras la muerte de su hermano, tuvo que subir al trono. Este imprevisto supuso que decidiese incorporar en su país tradiciones y normas que evocasen aires europeos, como la prohibición de las barbas y la imposición de vestimentas propias del Viejo Continente. Además, importó los girasoles, que los colonos habían llevado a Europa tras el descubrimiento de América. Rusia comenzó así a convertirse en el segundo productor más grande del mundo de semillas de girasol, superado como ahora la mayoría padece debido al conflicto armado, por Ucrania. Ambos países formaban entonces parte del Imperio Ruso.

Fue tras el estallido de la Revolución Rusa cuando se extendió el consumo de las pipas. Hasta ese momento era tan solo un tentempié que comían los campesinos en las zonas rurales, pero desde 1917 en las ciudades rusas se empezó a ver a soldados bolcheviques comiendo estas semillas y tirando las cáscaras al suelo. Hoy, como en España, este hábito sigue vigente en el país del vodka.
En nuestro país, la hoy extendidísima tradición de comer pipas germinó durante la Guerra Civil, al tratarse de un producto muy cultivado que, por sus propiedades nutricionales, servía de sustituto de aquellos más escasos. Tanto se popularizó esta costumbre que corre la leyenda de que el franquismo veía con malos ojos el consumo de las semillas de girasol por tratarse de un hábito comunista.
Ni tanto ni tan calvo, lo cierto es que los beneficios de las pipas son evidentes para la comunidad científica. Eso sí, nada de comerse un paquete entero de los que encontramos en el supermercado, que suelen contener entre 100 y 200 gramos de frutos secos. Los expertos advierten que para aprovechar sus propiedades no se deben consumir más de 30 gramos al día; o lo que es lo mismo, un puñado de pipas. Si seguimos esta recomendación, podemos aprovechar que las pipas son fuente de magnesio, fósforo, selenio, hierro, zinc y potasio; además de que la cantidad indicada de pipas cubre más del 100 % de la ingesta sugerida de vitamina E.
