«Yo disiento» fue la gran sentencia verbal contra la discriminación de una líder de la igualdad que conquistó a los «millennials»
20 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.«Yo disiento». Una de las grandes sentencias de la jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg. «Notorius RGB», fallecida ayer a los 87 años, mantuvo hasta el fin el pico de popularidad entre los millennials al modo de una estrella del rap, aunque su tirón y merchandising pop le arrugue el ceño a un sector del feminismo. Ser el disfraz estrella en Halloween fue una polémica conquista popular de la magistrada de pocas palabras que solía encerrarse en el baño a leer. Los libros fueron un vicio; su as en la manga, su marido, un hombre al que no tenía que convencer, y su «yo disiento», el mazo con que rompió la historia interminable de la brecha salarial. La cita corresponde al 2007, al caso Lily Ledbetter, supervisora de producción en una planta de llantas en Alabama que en 20 años de vida laboral cobró 200.000 dólares menos que sus compañeros hombres, sin más justificación que la desigualdad.
Luchó contra la discriminación, la de mujer y hombre, con más trabajo que hacer en lo laboral por ellas, por ellos en la prestación por cuidados en el hogar. Merece mención aparte el caso Moritz, que evidenció la discriminación fiscal a un hombre que ejerció como cuidador de su madre porque se consideraba el papel propio de una mujer. «No pido ningún favor para mi sexo. Lo que pido es que se quiten los pies de nuestro cuello», explicó RBG, que arrancó el maratón por la igualdad en los 70, sin ahorrar pasos del pensamiento a la acción. En 1972 fundó la sección de derechos de la mujer en la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, para empezar a acabar con la «excepción de la mujer», pero la desigualdad estaba en casa, en esa fuerte mentalidad de las Mrs. América, mujeres contrarias al cambio doméstico y social.
La jueza se sintió al principio, en sus propias palabras, «como una maestra de escuela porque los jueces no creían que existiese discriminación sexual», pero su magisterio fue vitalicio. Y no entendido por todos.
Sus comienzos en la judicatura son de cine; están, de hecho, en el biopic Una cuestión de género, donde muestra que el problema no es el juez, sino en buena medida la ley.
Defendió la soberanía personal de la mujer, a mujeres embarazadas ante despidos y vetos improcedentes, su entrada en academias militares, el matrimonio igualitario, el cambio progresista frente a la injusticia establecida. Y fue justamente adorada por ello (y por sus tablas de gimnasia también...). La segunda mujer en llegar al Supremo, tras ser nombrada por Bill Clinton en el 93, no quería jaula pero tampoco pedestal. Distinguió la carga del privilegio.
La «notoria» sufrió dos cánceres y hace dos años una aparatosa caída que le costó alguna costilla y la jugada de Trump de tratar de aprovechar su ingreso para relevarla elegiendo a otro juez. Pero ella se puso en pie con el anuncio de que no habría retirada hasta los 90.
Sus principios son claros. Nació en Brooklyn, en una modesta familia judía, y perdió a su madre, que le contagió la pasión por los libros, el día de su graduación en el instituto. El mismo Nabokov le dio Literatura Europea en la Universidad de Cornell, donde estudió con una beca y conoció a su marido, Martin D. Ginsburg, fallecido hace una década. Es una gran sentencia romántica, de las buenas, oírle hablar sobre él en el documental RGB.
«Rest in Power», se lee en pancartas que la despiden ante el Supremo de Estados Unidos. Es poderosa la llama de la jueza que nunca desestimó la prioridad de la mujer. Mantener viva esa llama es su última voluntad... (y que sea otro presidente y no Trump quien elija su relevo).