Trump vuelve al escenario de un mitin una semana después del atentado

Mercedes Gallego GRAND RAPIDS, MÍCHIGAN / COLPISA

INTERNACIONAL

Cientos de seguidores de Trump hacen cola para asistir a un mitin del candidato republicano, junto a su aspirante a vicepresidente, J. D. Vance, en Grand Rapids, en el estado de Míchigan.
Cientos de seguidores de Trump hacen cola para asistir a un mitin del candidato republicano, junto a su aspirante a vicepresidente, J. D. Vance, en Grand Rapids, en el estado de Míchigan. Vincent Alban | REUTERS

Fuertes medidas de seguridad para un pabellón fortificado, al que había que entrar con las manos en los bolsillos

20 jul 2024 . Actualizado a las 21:44 h.

Entre los seguidores de Trump, el miedo no es una opción. Para quienes pensaban que el atentado del sábado pasado contra el ex presidente en un mitin multitudinario, que dejó tres víctimas entre el público, una de ellas fallecida y dos heridas, reduciría la asistencia, las colas para verle este sábado en Grand Rapids contaban otra historia.

«Si él no tiene miedo, nosotros tampoco», respondía empoderada Susan Graham, un ama de casa entregada a su movimiento de Make America Great Again (MAGA). Miles de personas como ella hacían fila desde el amanecer en colas interminables que escondían la verdadera dimensión de la asistencia, porque se doblaban con barreras metálicas en varias filas para aprovechar el espacio. El Van Andel Arena, con capacidad para 12.000 personas, en el que han tocado estrellas legendarias como Bob Dylan, Tom Petty, Eric Clapton, Green Day, Metallica, Bruce Springsteen y hasta Taylor Swift se le quedaba corto a Donald Trump. Algunos habían pasado allí la noche para mostrarle su apoyo y asegurarse un lugar en la historia. Se trataba del primer mitin que daba el expresidente desde que una bala le pasará rozando la oreja. Era, también, su estreno con el senador de Ohio J.D. Vance, su vicepresidente para el segundo mandato, encarnado en el cine por el actor Gabriel Basso en la película dirigida por Ron Howard que dio vida a su bookseller Hillbilly Elegy (Elegía rural).

Vance ha prometido ser el vicepresidente «que nunca se olvidará de dónde viene», dijo el miércoles en la convención del partido, al aceptar la nominación. Ese con el que se identifican los estadounidenses marginados del cinturón industrial, olvidados por las élites de Washington y machado por la apisonadora de la globalización.

Había en las colas de este sábado barbas desaliñadas y sobredosis de barras y estrellas. En las camisetas, los mensajes anti woke: «La verdad ahora se considera odio», denunciaba algunas. «Libertad y Justicia», buscaban otras. Sobre todo para su líder, condenado por 34 delitos, y con varios casos pendientes. Sombreros de ala, barbas a lo ZZ Top y, a buen seguro, muchos sueños truncados que tal vez nunca llegaron a florecer, en un ambiente sofocado por la pobreza y la drogadicción, que se mezclaba con las rubias teñidas que siempre acompañan a Trump.

El multimillonario que ha crecido poniendo su apellido en letras doradas sobre los rascacielos de Nueva York es ahora la última esperanza de la clase media depauperada para recuperar el sueño americano. Vance lo encarna. No hace falta leer el Wall Street Journal para conocer sus orígenes, solo ir al cine o poner Netflix. Es un héroe de película, uno de los pocos chicos de Middletown (Ohio) que logró escapar de un destino de miseria para estudiar en Yale, convertirse en senador de Estados Unidos, con la ayuda de Trump, y tal vez, un día, en presidente. El heredero del movimiento MAGA tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de granjearle la victoria electoral en estados clave como Pensilvania, Ohio, Wisconsin, Illinois y, sobre todo, el de Michigan, cuna del automóvil, en el que se estrenaba hoyr como candidato a vicepresidente. «Me gusta porque no tiene miedo de criticar a Trump», decía Michael Farage, que se dice primo del político británico del mismo apellido, y ha sido presidente de la Asociación de Contribuyentes de Grand Rapids. Admite que al principio vio a Trump como un personaje de la farándula que le generaba desconfianza, pero después de verlo gobernar se entregó a él.

Está convencido de que ganará Míchigan —lo hizo en 2016 y perdió por la mínima en el 2020— y con ello las elecciones generales de noviembre, «porque el margen de su victoria será tan grande que no podrán desmontarlo». Apabullante era también la seguridad en torno al pabellón deportivo fortificado al que no se podía entrar ni con un bolso. Las manos en los bolsillos, la bandera en el pecho y el puño en alto. «Fight, fight, fight», corea el público cuando le ve. Y, de algún modo, es como decírselo a sí mismo.

La energía se dispara con la música de banda sonora y esas miles de personas vuelven a casa dispuestas a salir del hoyo votándole en noviembre, porque la papeleta de Trump/Vance es su única esperanza.