Un accidente de tráfico mientras era estudiante de intercambio en la ciudad americana cambió su vida, una década después reflexiona sobre su pasado, su presente y su futuro: «Volví en silla de ruedas a mi mundo de siempre pero yo era completamente diferente»
11 jul 2022 . Actualizado a las 09:55 h.Alejandro Bocija es coruñés, pero casi neoyorquino de adopción. Tiene 24 años. Cumple el cuarto de siglo en apenas tres meses. Fue alumno del conocido colegio en la ciudad herculina, Obradoiro, y en cuarto de la ESO (Educación Obligatoria Secundaria) aprovechó, como muchos otros, la oportunidad de estudiar en el extranjero: «Con 14 años me fui a Nueva York durante el año académico». En una de las noches más deseadas de esta experiencia, la de Halloween, y con tan solo dos meses a sus espaldas en el país anglosajón, su vida dio un vuelco de 180 grados: «Soy tetrapléjico desde los 15», cuenta a través del teléfono.
31 de octubre del 2012. «Fue el día de la tormenta Sandy», recuerda. Un temporal que obligó a cancelar cualquier fiesta propia del bullicio de esa noche: «No se celebró nada por el mal tiempo que hacía. Todo el mundo estaba en su casa, y en la mía, no había internet y nos habíamos quedado sin luz», explica. Precisamente, fue en el transcurso de un viaje en coche dónde comenzó su nueva vida: «Nos estábamos cambiando de casa, y el conductor chocó contra un árbol, y desde ahí soy tetrapléjico».
La andadura desde ese momento no fue nada fácil. Diez meses de terapia en Estados Unidos acompañado de su madre, que voló desde A Coruña para estar con él: «En esa época tuve dos opciones. O bien me quedaba en Nueva York haciendo terapia y estudiando, o bien volvía a España para solo hacer terapia y recuperarlo un año después», explica el joven. Con todas las posibilidades en la mano, eligió la primera. Fueron meses de tratamiento intensivo, en los que al principio no se podía ni mover: «Estaba entubado, y después seguí encamado. Pero lo que hacía era que los profesores venían a casa, y después les enviaba los deberes». Esfuerzo con el que consiguió sacar adelante el curso más difícil de su vida.
Llegó el momento de volver a su ciudad. «Me trasladaron al Chuac, a la Unidad de Lesiones Medulares. Pero me fui muy rápido porque era un ambiente muy diferente al hospital estadounidense. Por ejemplo, no podía estar nadie de mi familia conmigo, estaba solo», reconoce. Hasta ese momento, el golpe de realidad todavía no había llegado. «Fue un momento muy difícil en mi vida. Quizás, el llegar a España, y en concreto, al hospital de A Coruña, fue el punto más traumático como lesionado medular», asegura. A partir de ahí, su vida se volvió una rutina. Siguió estudiando: «Mis profesores vinieron al hospital para que pudiese iniciar primero de bachillerato, y es algo de lo que estoy muy agradecido porque fue lo que me permitió seguir formándome». Mientras tanto, idas y venidas al Chuac que duraron unos dos meses.
Momento para la siguiente etapa: los dos últimos cursos del colegio. «Pasé primero y segundo con una rutina fija. La mitad del día iba al colegio, y la otra, a un centro de rehabilitación que se llama Cefine», precisa. Dos años de «mucha terapia y mucho estudio».
Una época que, como adolescente, reconoce que no disfrutó: «No logré compaginar esta vida con el tema social. Estaba recién paralizado, y en mi primer año de lesión estuve totalmente alejado de mis compañeros y amigos de toda la vida. Así que al volver, fue un shock, porque llegué en silla de ruedas a mi mundo de siempre pero yo era completamente diferente», recuerda. Él, reconoce, lo percibió y sus amigos también. Así que la adaptación social fue el paso que más le costó dar.
Con todo, sabe que tuvo «mucha suerte»: «Me encerré en mis estudios, y en mis amigos de toda la vida, que venían mucho a casa porque yo no salía demasiado», recuerda. Dos años con una intención: aprobar bachillerato, «que después ya se vería».
Alejandro decidió mudarse de nuevo a Estados Unidos: «Volví para sacarme la carrera. Aquí (por Nueva York) tenía la noción de que todo el mundo hacía lo que le daba la gana, estaba a su bola, y al fin y al cabo, era un país en el que nadie me conocía antes de mi accidente». Empezó de cero. Estudió Bussiness (algo así como empresariales en España), y a los tres años y medio, lo dejó: «En segundo de carrera empecé a meterme mucho en inversiones, y me fue genial. Con el dinero que había conseguido, monté mi propia empresa en tercero», cuenta. Así fundó Coropilo, orientada a fabricar una almohada inteligente. «Éramos un grupo bastante grande de ingenieros, e hicimos varias patentes. Lo hicimos muy bien», reconoce. Aunque después, llegó la pandemia, y paralela a problemas técnicos y tecnológicos del invento, prefirió venderlo a un tercero. Ahora, el joven coruñés se dedica al mercado de la bolsa y al inmobiliario, razón por la que precisamente está atado a la ciudad que nunca duerme: «Mi sueño es poder volver a vivir en A Coruña en un futuro».
Ver esta publicación en Instagram
Problemas al viajar: «Soy el primero en entrar, y el último en irme»
La vida en silla de ruedas hizo que sacase su lado más reivindicativo. Una de las grandes trabas a las que se enfrenta en su vida son los viajes en avión. Tanto, que decidió iniciar una petición para reclamar a las aerolíneas un espacio para las sillas de ruedas. «Empezó como una motivación personal. A la hora de viajar a España cada año es el mismo problema, y es que no puedo ir en mi silla de ruedas en el avión», indica. Siempre la misma rutina. «Soy el primero en entrar, y el último en irme». Personal no cualificado para ello lo acomoda en un asiento una hora antes de que lleguen el resto de pasajeros. Después, a la salida, «tengo que ver como todo el mundo baja, mientras yo me quedo allí otra hora y media más esperando a que traigan mi silla», lamenta.
De base, varios problemas: «Ya no es solo que me puedan hacer más o menos daño al moverme, porque yo tengo una lesión medular alta y ellos no están preparados. Sino que tanto a mí, como a más gente que conozco, nos han destrozado la silla». Un chasis roto, el mando de conducción doblado, golpes en el reposabrazos. «Hay gente que se ha tenido que ir a casa en una silla manual prestada por el aeropuerto. De por sí, las nuestras no están hechas para que la gente las levante. Entiendo que no lo hagan bien porque pueden pesar hasta 200 kilogramos, pero es que están fabricadas para tener a alguien encima en todo momento», demanda el joven. De ahí, que se pusiese a buscar soluciones: «La FAA (Administración Federal de Aviación, de Estados Unidos) pide que el sillín supere unas fuerzas g de 16 para estar en el avión. Los mecanismos que se usan hoy en día en trenes o coches, lo superan», precisa.
Para él, el espacio tampoco es una excusa: «Son dos asientos por cada silla, más o menos. Tendrían que aparcar un sitio en el avión, y en el espacio que les queda implementar el área de seguridad que se usa con las sillas de ruedas. Cuatro cinturones que se anclan a las cuatro esquinas de la base», explica. Tal y como sucede en los coches. Así que el mensaje que defiende queda claro: «No nos acomodan porque no quieren, no por cuestiones de seguridad».
Dentro de la ventaja que se puede tener, él reconoce que es «afortunado». «Tengo que comprar el sitio en primera clase, para reclinarme, ya que no puedo sentarme en una silla normal porque me caigo. No tengo equilibrio por mi lesión», precisa, y añade: «Tengo que cogerlo para mí, y para mi madre, ya que no puedo viajar solo. Los pago de mi bolsillo, y sin ayudas. Necesito alimentarme, ir al baño en la silla del avión», cuenta. Ventajas, una vez más, sin las que no podría viajar: «Si solo pudiese pagar el asiento en clase económica, no podría coger un avión».
«Las redes sociales me han ayudado a madurar y a aceptarme»
Alejandro Bocija acumula más de un millón de seguidores en TikTok, y más de 50.000 en Instagram. Para él son ahora una puerta al mundo, un lugar en el que socializar, pero antes también fueron un espacio en el que ocultarse. «Las redes sociales han sido casi lo mejor que me ha pasado en la vida», cuenta, y añade: «Me han ayudado a madurar y a aceptarme». Sus primeros 300.000 seguidores eran de habla inglesa, y a medida que subía vídeos, «me di cuenta de que hay personas a las que no les importa que yo estuviese en silla de ruedas, porque no me conocían antes de mi accidente» señala. Esta aceptación fue capaz de cambiarle el chip.
Antes, todo era pudor: «Tenía muchas fotos colgadas en Instagram, pero todas eran de cara para arriba. Si alguien entraba en mi perfil no se daba cuenta de que estaba en silla de ruedas, porque no se veía en ninguna». Poco a poco su mentalidad fue cambiando, no solo para subir instantáneas, sino para abrirse a contestar cualquier tipo de pregunta. «Algunos me dicen que cómo abro la puerta de mi casa. Entonces, voy y muestro que lo hago con un botón. También respondo muchas cuestiones que tienen que ver con la sexualidad, porque la gente piensa que por estar en silla de ruedas, tu mercado sexual está más limitado, que nunca vas a encontrar novia», cuenta. Nada más lejos de la realidad. «Cuando he estado soltero, he estado con muchas chicas. Nunca he sentido que no ligaba por ser tetrapléjico», asegura, tratando de normalizar la situación.
Su presencia en redes no termina aquí. También tiene cuenta de Twitch, en la que hace directos jugando a videojuegos. «Soy bastante bueno. Gano a personas que juegan con las manos», reconoce. Se ríe. Él juega con la boca, «con un mando que se llama quadstick». Victoria tras victoria que espera que lo conviertan «en jugador de un equipo gaming profesional». Nada admirable, según el coruñés, pero sí «diferente».
La guinda del pastel a lo que él considera «una de las mejores etapas de su vida» es su carrera como modelo, a lo que últimamente se dedica. «Hice una sesión de fotos para la revista Rebel Magazine, con ropa de Chanel, Gucci, Versace y Alexander Mcqueen». Me dice que lo ponga, que eso le hace ilusión: «Estoy muy contento, porque demuestra que mucha gente querrá trabajar conmigo en un amplio abanico de formas».