La historia de cómo un jardín de rosas de un policía acabó desencadenando la producción industrial de la penicilina

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

EL BOTIQUÍN

El primer humano que recibió una dosis de penicilina fue herido por una rosa en su jardín.
La Voz de la Salud

Aunque Fleming es el más conocido, lo cierto es que en esta historia hay muchos más protagonistas

14 nov 2022 . Actualizado a las 18:16 h.

Hace unos 80 años, una simple herida podía complicarse y acabar con la vida de una persona. Una neumonía, una fiebre reumática, una infección de gonorrea o un simple corte que se acababa infectando podía acabar en la muerte. Los centros médicos estaban llenos de personas con infecciones en sangre y los médicos no tenían más medios que esperar y tener esperanza en que el sistema inmune de esa persona pudiera hacer realidad una recuperación. Por eso, a día de hoy sabemos que el descubrimiento de la penicilina es uno de los mayores avances de la medicina terapéutica, marcando el comienzo de la era de los antibióticos. 

¿Cómo fue ese descubrimiento de la penicilina? La historia dice que fue obra de Alexander Fleming. Pero más que descubrirla, la penicilina fue a él. Parece ser que se encontraba trabajando con cultivos de bacterias y, por accidente, estas se contaminaron por un hongo de la cepa Penicillium notatum. 

Pero antes de seguir comentando su gran hallazgo cabe explicar quién era Fleming. Lo cierto es que la penicilina no era su primer logro. El investigador británico trabajaba con placas Petri, pequeños recipientes redondos de cristal con una tapa de la misma forma que se utiliza en microbiología para cultivar células o examinar el comportamiento de microorganismos. Cuenta la leyenda que Fleming estornudó encima de una de esas placas abiertas y vio que muchas bacterias morían. Acaba de hacer su primer descubrimiento: la lisozima. Una enzima presente en las lágrimas y la saliva, donde actúa como una barrera frente a las infecciones. Ese fue el primero de sus afortunados errores. 

Fleming tiró las placas que él consideraba «estropeadas» (en realidad en su interior se albergaba uno de los mayores descubrimientos de la medicina). Hasta que un amigo suyo, Merlin Pryce, le hizo una visita. Los dos vieron que alrededor del hongo, las bacterias habían desaparecido. Fleming concluyó que aquel hongo que producía una sustancia que detenía el crecimiento de muchas bacterias era «jugo de moho», luego «inhibidor» y ya por último, le puso el nombre que conocemos todos: penicilina. 

Imagen de archivo de Alexander Fleming.
Imagen de archivo de Alexander Fleming.

Fleming publicó sus conocimientos un año después, pero abandonó el estudio de la penicilina debido a lo difícil que le resultó aislarla como un compuesto terapéutico. Al final, él era médico y científico, por lo que las labores de química se le atragantaban. Durante los años posteriores, el británico envió este moho a otros investigadores con la esperanza de que otra persona lograra conseguirlo. De hecho, tuvieron que pasar doce años de ese descubrimiento inicial de la penicilina.

El bioquímico alemán Ernst Chain, de la Universidad de Oxford, le propuso a su supervisor, Howard Florey, intentar aislar el compuesto. Y el 25 de mayo de 1940 lo lograron. De esta forma, optaron por inyectar a ratones una cepa virulenta de Streptococcus. Curiosamente los que recibieron la penicilina sobrevivieron. En agosto de 1940, el artículo que describía este proceso de purificación, producción y uso experimental de la penicilina se publicó en The Lancet. Seis meses después, se llevó a cabo la primera prueba en un humano. 

Otra figura vital en el laboratorio fue un bioquímico, el doctor Norman Heatley, que usó todos los recipientes, botellas y orinales disponibles para cultivar cubas del moho de la penicilina, succionar el líquido y desarrollar formas de purificar el antibiótico. Para hacerse una idea, la fábrica improvisada era todo lo contrario a los enormes tanques de fermentación y sofisticada ingeniería química que caracterizan la producción moderna de antibióticos en la actualidad.

Foto del grupo investigador de Oxford, tomada por un fotógrafo desconocido.
Foto del grupo investigador de Oxford, tomada por un fotógrafo desconocido.

En esta parte de la historia entra en juego Albert Alexander, un oficial de policía de 43 años que ingresó en el hospital John Radcliffe de Oxford porque se arañó la boca mientras olía una rosa de su jardín. Al poco tiempo la infección se le extendió por toda la cara, los ojos y las vías respiratorias. Fue el primero en recibir la penicilina en la que estaba trabajando el laboratorio de Oxford. Y aunque Alexander mejoró, la escasez que disponían en ese momento del fármaco hizo que no se pudiera continuar con la administración. Acabó falleciendo a las pocas semanas, pero a pesar de eso, el hito estaba conseguido: la penicilina lograba tratar estas infecciones. 

A pesar de estos avances en las investigaciones, el equipo británico trabajó en la producción de penicilina con gran escasez de medios. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial truncó la producción industrial. Las farmacéuticas británicas dejaron de interesarse, por lo que Florey y Heatley buscaron ayuda en los laboratorios de Estados Unidos. 

Por suerte, el gobierno americano puso en marcha un programa de investigación sobre la penicilina e instaló un centro piloto en una antigua fábrica de Peoria, en el estado de Illinois, que tenía experiencia en técnicas de fermentación. Florey y Heatley viajaron a Estados Unidos con una pequeña cantidad de penicilina. Los americanos desarrollaron una técnica que multiplicaba la producción, pero por desgracia, no funcionaba bien con la cepa que habían trasladado los británicos. La misión era encontrar otra que lo hiciera más rápido. Curiosamente, la mejor cepa era una que encontraron en la propia Peoria, enviada por una mujer a la que le había salido moho en un melón. Producía 200 veces más cantidad de penicilina que la especie de Fleming y Heatley. 

Uno de los mejores escenarios para demostrar la importancia de la penicilina fue la guerra. La principal causa de muerte a lo largo de los conflictos bélicos que se desencadenaron hasta ese momento fueron las infecciones. Por eso, de enero a mayo de 1942, en plena guerra,  se fabricaron 400 millones de unidades de penicilina pura y al final de la guerra, las compañías farmacéuticas americanas producían 650 mil millones de unidades al mes. 

Más allá de sus observaciones iniciales en 1928, Fleming hizo poco sobre la penicilina. Sin embargo, cuando la prensa empezó a cubrir los primeros ensayos del antibiótico en personas, fue elogiado como un héroe, mientras el resto de investigadores que tuvieron un papel también relevante en esta historia se relegaron a un segundo plano. 

El problema se corrigió (en parte) en el 1945, cuando Alexander Fleming, Howard Florey y Ernst Chain recibieron el Premio Nobel. Pero seguía quedando una figura importante, Norman Heatley, sin su merecido reconocimiento. No fue hasta 1990 cuando Oxford compensó un poco la situación otorgándole el primer doctorado honoris causa en medicina concedido en sus 800 años de historia. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.