Por muy escatológico que pueda parecer, el trasplante de materia fecal se ha mostrado efectivo para recuperar funciones neurológicas en ratones
16 sep 2022 . Actualizado a las 11:55 h.Cuando el joven doctor Joseph Murray dio el último punto de sutura a la arteria que completaría el implante del nuevo riñón de Ronald Herrick, extraído minutos antes de su hermano gemelo Richard, comprobó con satisfacción cómo este órgano con forma de habichuela adquiría velozmente el color rosado propio de la vida. Y sobre todo, que a través de él emanaba de forma fluida un líquido amarillento. Era orina; a ojos del cirujano, más valiosa que el oro, ya que era la prueba irrefutable de que todo había ido bien en el que sería el primer trasplante de órganos exitoso de la historia, en 1954. Esta hazaña le valdría a posteriori un premio Nobel, así como un óleo que en la actualidad preside el hall de la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, anexa al hospital dónde se produjo este hito.
Pero sobre todo, a raíz de ello se abrían de par en par las puertas a un nuevo mundo, tan fascinante como admirado, el del trasplante de órganos. Con el tiempo se iría logrando injertar el resto de órganos vitales, que forman parte de la práctica clínica habitual en la actualidad: hígado, corazón, pulmones, médula ósea, páncreas e intestino delgado. Este avance en la medicina supuso un antes y un después para millones de personas que se han beneficiado de una segunda oportunidad en todo el mundo como receptores de tejidos sanos. Y también lo sería como colectividad, promoviéndose una acción totalmente altruista por la que un individuo contribuye a salvar la vida a otro, en la mayoría de las ocasiones totalmente desconocido. Esto ha significado que, en los países donde están implantados, los programas de trasplante sean uno de los mayores motivos de orgullo y reconocimiento como sociedad.
Con este estímulo, el desarrollo que se ha producido hasta la fecha en torno a este sector de la medicina ha sido formidable, lográndose mantener funcionantes los órganos trasplantados durante cada vez más tiempo y, consecuentemente, la vida de sus portadores. Además, su expansión ha servido como impulso para la investigación y tratamiento de muchas enfermedades mediante el trasplante de tejidos no tan vitales, como la córnea, la piel, los tendones o los huesos, entre otros. En este contexto, en los últimos tiempos se están realizando avances importantes relacionados con un producto humano mucho menos glamuroso y más escatológico, pero con un futuro prometedor, el trasplante de heces. ¿Se imaginan poder revertir los efectos dañinos del envejecimiento gracias a un trasplante fecal?
Trasplante de materia fecal (TMF), ¿en qué consiste?
El concepto es idéntico al resto de trasplantes, consiste en la implantación de tejido sano de un individuo, en este caso material fecal, en un individuo enfermo. Las heces obtenidas del donante se procesan en el laboratorio para extraer la microbiota fecal e inocularla posteriormente en el tracto gastrointestinal del receptor. La manera más efectiva de hacerlo consiste en irrigar directamente el intestino grueso con este procesado fecal mediante un colonoscopio, aunque también se puede administrar por vía oral, a través de sondas de alimentación o incluso de comprimidos orales. No obstante, el tratamiento oral requiere una gran cantidad de comprimidos y pueden tener una menor disponibilidad en las partes más distales del intestino.
Por engorroso —e incluso desagradable— que parezca, es un procedimiento mucho más seguro, sencillo y menos invasivo que los relacionados con el resto de órganos trasplantados. Y a diferencia de la mayoría de estos no requiere un tratamiento inmunosupresor tras el procedimiento.
¿Para qué sirve el trasplante fecal?
A pesar de los potenciales beneficios futuros que comentaremos posteriormente, hoy en día solo hay una indicación aprobada para el trasplante de materia fecal, la infección por clostridium difficile recurrente y refractaria. Esta bacteria produce una toxina con la capacidad de dañar la microbiota intestinal sana, provocando diarreas severas, especialmente en pacientes hospitalizados o tras la toma de antibióticos, con consecuencias adversas severas y una tasa de mortalidad nada despreciable. El tratamiento habitual son antibióticos específicos para esta bacteria, sin embargo hay un porcentaje significativo de pacientes (2-38%) que no responde o que la infección recurre tras el tratamiento inicial. Aquí es donde el trasplante de materia fecal puede jugar un papel importante como terapia antibacteriana, logrando resolver más del 90% de estos casos, según múltiples estudios, especialmente el publicado en 2013 en el New England Journal of Medicine (NEJM), la revista de mayor prestigio en el mundo de la medicina.
¿Qué potenciales utilidades podría tener?
A raíz de estos resultados, se ha estimulado el interés por esta técnica y se han puesto en marcha numerosos ensayos clínicos testando sus posibilidades como tratamiento de otras enfermedades. Sobre todo intestinales, pero también de ámbitos diferentes. La microbiota intestinal —el conjunto de bacterias y microorganismos que forman nuestra flora gastrointestinal— desempeña un papel esencial en funciones sistémicas y del sistema inmunitario de nuestro organismo. Su alteración se ha relacionado con enfermedades tan comunes como la obesidad, la diabetes, psoriasis o incluso la enfermedad de Parkinson. También en otras más especificas del intestino como la enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa o el síndrome de intestino irritable. Por tanto, poder manipular la microbiota de un individuo enfermo a través de la de un individuo sano podría mejorar su biodiversidad bacteriana intestinal y, a la postre, tener un impacto positivo en las enfermedades relacionadas con la misma. En eso se basarían los potenciales beneficios del trasplante fecal.
Por el momento, los estudios realizados en otras enfermedades todavía no han arrojado evidencia suficiente como para poder validarla como tratamiento. Sin embargo, especialmente en pacientes con obesidad y diabetes mellitus tipo 2 comienzan a aparecer resultados alentadores, ya que favorecería una disminución de la resistencia a la insulina producida por nuestro organismo, propia de estas enfermedades. Además en estudios moleculares y animales se ha objetivado la posibilidad de revertir los signos del envejecimiento de algunos tejidos como el intestino, ojos y cerebro.
En este sentido, un estudio reciente de la universidad irlandesa de East Anglia objetivó que cuando se trasplantaba materia fecal de ratones jóvenes a ratones ancianos mejoraban las funciones tanto cerebrales como visuales, mostrando mejores resultados en los test neurológicos que aquellos que no recibían el trasplante. Sin embargo, cuando esto ocurría a la inversa y se inoculaba la microbiota fecal de los roedores viejos a los jóvenes se producían efectos nocivos tanto a nivel intestinal como cerebral, mostrando la cada vez más clara relación entre la microbiota intestinal y el sistema nervioso.
Pero no es oro todo lo que reluce, las incógnitas en torno al trasplante de heces son todavía mayores que las certezas. A los efectos adversos que se han visto en algunos casos tras el trasplante en forma de molestias digestivas, hinchazón o diarrea, hay que sumarle el desconocimiento de sus efectos a largo plazo, ya que es un procedimiento relativamente joven y todavía no generalizado. Otro interrogante es la selección del donante de heces y saber cuáles son las características más adecuadas que estas deben cumplir para que sean beneficiosas en el receptor.
Concluyendo, el trasplante de materia fecal es una realidad hoy en día para el tratamiento de la infección del clostridium difficile. Aunque todavía hay muchas preguntas sobre sus posibles beneficios, ante el creciente e imparable interés en la actualidad alrededor de la microbiota intestinal es de esperar que en los próximos años se empiece a escuchar mucho mas sobre este procedimiento como indicación para otras patologías. Y, quién sabe, quizá en un futuro cercano encontremos lograr ralentizar el envejecimiento en algo tan impensable como un trasplante de heces.