El doctor Maldonado se quedó en silla de ruedas tras un accidente de moto: «Al no notar los pies, sabía lo que tenía»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Sergio Maldonado, responsable de la Unidad de Tratamiento del Dolor Crónico de Valdecilla.
Sergio Maldonado, responsable de la Unidad de Tratamiento del Dolor Crónico de Valdecilla.

Pese a que lo propusieron para invalidez, decidió seguir trabajando en la Unidad del Dolor del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla y se ha convertido en médico y paciente a la vez

30 nov 2023 . Actualizado a las 22:40 h.

Sergio Maldonado vivió la paradoja de tratar el dolor sintiendo dolor. Era el 19 de mayo del 2020. Salía de trabajar por la mañana, después de una guardia de 24 horas. Volvía a casa en su moto, parte de su identidad. Iba tranquilo y eran varios en la cola que formaba el tráfico. Cuando, en una zona de adelantamiento, decide pasar al vehículo que tenía delante con la mala suerte de que este tuvo la misma idea. «No me vio, me empujó contra el guardarraíl y me sacó de la carretera», recuerda. 

Tan simple como eso. «Siempre se dice que en la moto el chasis eres tú, y es cierto. No hace falta ir haciendo el loco, ni que la otra persona tenga mala intención. Fue tan simple como que no me viese». El golpe inicial se lo llevó el lateral derecho, rompió su pierna y el manillar de la moto, haciendo que perdiese el control. «Choco contra el guardarraíl, que me proyecta y salgo volando». No perdió el conocimiento en ningún momento.

Revive la sensación del vuelo antes de la caída, «era como un lapso de tiempo que parece infinito, se hace larguísimo». Todo se enlentece hasta que se golpea. El impacto contra el suelo lo voltea varias veces hasta que se para y vuelve a la realidad. «Recuerdo la sensación del golpe, el dolor. Recuerdo la media docena de vueltas por el suelo y cómo acabé cayendo boca arriba». 

Y casi, de forma automática y por deformación profesional, evalúa parte a parte los daños. «¿Manos? Sí, ¿cabeza? sí, ¿y pies? Nada. No los siento». Escalofrío. Conoce de sobra la situación. En ese instante, se le viene a la mente lo que describen los pacientes cuando se les anestesia de cintura para abajo: «Suelen decir que notan como si flexionasen las piernas y tuviesen las rodillas hacia el pecho». Así se sentía él. Percibe el dolor de las muñecas, de la boca, de la cara, pero no nota sus extremidades inferiores. «Fue un momento de realidad, de decir: “Sé lo que tengo”». 

Recuerda que la espera se hace infinita. Aparece la persona que lo golpeó prestando auxilio, la Guardia Civil, los bomberos y la ambulancia. «Es un momento en el que se mezcla todo. Tienes una tormenta de cosas en la cabeza pero es cierto que empecé a masticar la información muy pronto». 

Vuelve como paciente al Hospital Universitario Marqués de Valdecilla que, tan solo media hora antes, lo había visto salir como profesional. «Cuando entré por la puerta, noté el cariño de todos mis compañeros. Al trabajar en la unidad del dolor, tengo contacto con casi todos los servicios y muchos me conocen». El servicio de anestesia se vuelca con Sergio. Inician, tan pronto como es posible, el tratamiento del dolor —el mismo que él haría a sus pacientes— y ni siquiera, cuando le están haciendo una resonancia, lo dejan solo. «Entran conmigo para tener compañía en todo momento».

«Dudé de si quería seguir adelante»

Su recuperación duró casi dos años. La vida le había dado una segunda oportunidad, pero en esta ocasión, sobre una silla de ruedas. «Primero, paso nueve días en la UCI. Estoy inestable y lucho por salir adelante», explica. La batalla es física, pero también mental y emocional. «Tengo que asumir el peor trago que hay. Recuerdo que hay un momento en el que tengo un pulmón aplastado, me cuesta respirar, tengo muchos dolores y me veía incapaz y dependiente». Llegó a pensar si todo esto compensaba dadas las circunstancias, «dudé de si quería seguir adelante y, en un momento de sufrimiento, pedí que me dejasen ir». 

Su mujer no tardó en bajarlo a tierra. «Siempre lo digo de broma, pero me soltó: “Calla, no digas tonterías”». Dicho y hecho, fue un momento de inflexión. Pensó que si no se iba morir, qué menos que estar lo mejor que pudiese. La recuperación siguió con dos meses más de ingreso en el centro cántabro, «dónde recibo siete cirugías de reconstrucción y cobertura de zonas perdidas», y once meses y medio en el Hospital de Parapléjicos de Toledo. «En este tipo de sitios, tienen dos objetivos. En primer lugar, que en la medida de lo posible seas una persona autónoma e independiente; y en segundo, que recuperes lo que puedas, que no siempre es lo que te gustaría». Entre un ingreso y otro, suma veinte meses. 

Harto de estar sin trabajar y, todavía, pendiente de dos cirugías, decide solicitar el alta voluntaria. Se encuentra con la negativa inicial, ya que lo proponen como candidato para una invalidez. Se niega: «Me quieren jubilar por mis lesiones, pero yo no quiero hacerlo. Así que después de reclamarlo, consigo volver». Decide autolimitarse. No hace guardias de 24 horas, «porque físicamente no puedo» y, especialmente, porque si hubiese una emergencia y todo el proceso se acelerase, «no podría garantizar al 100 % mi respuesta por no poder ponerme de pie». Así que centra su actividad en la Unidad del Dolor de forma programada, de la que es responsable.

«El dolor forma parte de nuestra vida, pero no puede ser nuestra vida» 

El dolor, más allá de molestar, bloquea. Él lo sabe de primera mano. «Siempre les digo a mis pacientes que el dolor es parte de nuestra vida, pero no puede ser nuestra vida entera». Esa es la realidad. Por desgracia, para algunas personas es necesario aprender a vivir con él. «Nos duele estando trabajando o no, saliendo o no, pero si algo te duele y te quedas en casa, es lo único que te queda». 

En consulta ha visto caras de sorpresa. No las critica, ni le parecen mal. Todo lo contrario, se ríe. «Hay gente que no sabe nada de mí, que nunca han sido mis pacientes. Cuando aparezco en silla de ruedas para hacerle una técnica infiltrativa siempre trato de aplicar algo de humor». Si la situación lo permite y la tensión del ambiente le invita a ello, les dice: «No se preocupe, a mí me lo han hecho y casi sale bien» o «no se preocupe, lo que tengo mal son las piernas, no los brazos». Para el experto, el humor es una herramienta que las personas agradecen. 

Como no podía ser de otra forma, lo suyo es vocación por la medicina. Siempre lo tuvo claro. «Tengo un recuerdo de muy pequeño, de cuando iba a comprar los libros del colegio a la librería del pueblo, que la dependienta me preguntó: “¿Qué vas a hacer de mayor?”. Yo le dije que iba a ser médico y que me iba a casar con una mujer rubia». De esto último no encuentra la razón, aunque ambas se hayan cumplido. 

Su interés por el dolor se despertó en el último año de residencia. «El paciente está muy cerca del médico, la parte humana es muy importante y recuerdo que me atraían mucho el tratamiento invasivo y sus técnicas». Una especie de historia de amor. 

Cuando el dolor se vuelve sufrimiento

Abordar el dolor crónico no solo es cuestión de medicina. «La gente no solo tiene dolor físico, sino un dolor emocional, una parte anímica que les pesa muchísimo», y que en algunos casos llega a verse como sufrimiento. 

Entender que no siempre tiene solución crea rechazo. Además de tratar, su trabajo también consiste en hacer entender: «El dolor es algo intrínseco a la vida, porque es una señal de protección del ser humano. El problema aparece cuando esta alarma se cronifica», detalla. Si bien es posible hacerlo desaparecer, los costes que supondría para la calidad de vida no se pueden tolerar. El reto de la medicina en general, y de su especialidad en concreto, se centra en controlar la agonía «y mantener un bienestar personal adecuado». 

Lucía Cancela
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Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.