Cuando el cáncer de mama se puede heredar: «No pienso que lo vaya a sufrir porque mi madre y hermana lo padecieran»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

De izquierda a derecha: Anaís, Teresa y Sara.
De izquierda a derecha: Anaís, Teresa y Sara. MARCOS CREO

Se calcula que entre un 10 y un 15 % de los casos de este tipo de tumor son de carácter hereditario; Teresa lo sufrió hace 17 años y Sara, su hija mayor, se encuentra en remisión

19 oct 2024 . Actualizado a las 16:39 h.

Teresa (64), Sara (36) y Anaís (30). Una madre y sus dos hijas. Son protagonistas de estas líneas por una enfermedad que les acompaña desde hace años: cáncer de mama. La primera en sufrirlo fue Teresa, hace 17. No era el primer caso en su familia. Su hermana también lo padecía y falleció al poco tiempo por una metástasis en el páncreas. En el 2021, llegó el diagnóstico de su hija mayor, Sara. «Lo pasé peor cuando fue de ella, que batallando con lo mío», lamenta. Y la última arista del triángulo es Anaís, que siempre ha vivido la enfermedad en tercera persona. Primero con su madre, cuando tenía 12 años, y después con su hermana. No ha desarrollado cáncer, pero debido a los antecedentes, se le considera de riesgo, asistiendo a controles mucho más estrictos que una mujer de su edad. Dice que no le preocupa, pero su madre confiesa el miedo que siente cada vez que llega una de esas citas. De hecho, compara el cáncer de mama «con un laberinto del que no salimos». 

«Siempre digo que bendito cáncer de mama, porque si no fuese por él ahora mismo estaría muerta por fallo renal»: el caso de Teresa

Teresa Suárez sufrió cáncer de mama y de riñón en el 2007.
Teresa Suárez sufrió cáncer de mama y de riñón en el 2007. MARCOS CREO

En el 2007, Teresa se encontró dos bultos del tamaño de dos nueces, uno en cada mama. A los pocos días, le confirmaron sus peores sospechas: eran dos carcinomas. Pero además, las pruebas que le realizaron para determinar los siguientes pasos a seguir descubrieron otro tumor totalmente silente, en el riñón. «Era bastante grande y agresivo, de hecho, ya no se me veía el órgano en las exploraciones. Tenían miedo de que se me pasara al otro y tuvieron que quitármelo. Por eso siempre digo que bendito cáncer de mama, porque si no fuese por él ahora mismo estaría muerta por fallo renal», asegura. 

En poco más de un mes, Teresa se sometió a dos cirugías, una para extirparle el riñón y otra en las mamas. «Algún médico me llegó a decir después: "Nunca pensé que lo superarías". Estaba muy débil», relata. Recuerda con detalles el momento en el que su doctora, emocionada, le dijo «que había que quitarlo todo»: «Me dolió ver a aquella chica, con lágrimas en los ojos, diciéndome que tenía un cáncer muy agresivo. Tanto, que hasta bromeé: "¿Después podré ponerme una 90?". Se rio y me dijo que sí». La reconstrucción no fue inmediata, en aquel momento no existía esa posibilidad. Tuvo que esperar cuatro años.  

Teresa resume el momento del diagnóstico con la palabra miedo: «Se te cae el mundo encima. Todo se rompe en pequeños pedacitos. En ese momento solo quieres parar el reloj. Pero es que el tictac del resto del mundo, sigue sonando. No puedes parar. Al día siguiente, tú también tienes que ir al súper para llenar la nevera».

Dice que hizo de tripas corazón y que en ningún momento se permitió venirse abajo: «Creo que esa fue parte de mi terapia, luchar por los míos. El tiempo que estuviese aquí quería mostrar alegría. Sobre todo por mi madre, que había sufrido mucho —a los pocos años, falleció por un cáncer de estómago— con mi hermana. Quería disfrutar de la vida porque no sabía cuánto me iba a quedar». Recalca el papel crucial de su marido, «un 80 % de mi curación fue gracias a él, se dedicó en cuerpo y alma a cuidarme a mí». 

En aquel momento, Sara tenía 19 años y vivía fuera de casa. «Era consciente de lo que implicaba la enfermedad. Tenía miedo de que me mintiera, de que no estuviera bien». Por su parte, Anaís, no tiene muchos recuerdos. No sabe si es por la edad, o porque de alguna forma, su cerebro se los ha apartado. «Por lo que me enteré después, lo llevó muy mal porque se le metió en la cabeza que me iba a morir. Era una alumna muy buena y empezó a ir mal en el colegio», cuenta su madre. 

Teresa se dedicaba a cantar en ceremonias religiosas y, durante todos los años que estuvo enferma, «solo falté en las operaciones». Con todo, reconoce que fue difícil. No solo porque «intentaba darle esperanza a otras personas mientras tenía un pañuelo en la cabeza», sino porque tuvo que despedirse de varios amigos que hizo durante la quimioterapia. «En Noia nos conocemos todos. Y en ese grupo nos apoyábamos; no había tanta información como ahora. Éramos diez y tuve que cantar el entierro de nueve. Ese nudo en la garganta... Solo pensaba cuándo me iba a tocar a mí». 

Está recuperada de su cáncer, pero cree que es una enfermedad que se está banalizando. «Sé, porque lo he vivido después con mi hija, que se ha avanzado mucho, pero esto no es una gripe. No nos podemos poner en lo peor, pero tampoco quitarle importancia. No te quieres sentir víctima en ningún momento, pero tu mundo está ahí abajo —dice, señalando el suelo—. A veces solo necesitas que alguien te acompañe dentro de ese hoyo en el que estás. "Tienes que luchar", ¿luchar contra qué? Sí, lo afrontas día a día, pero no puedes luchar contra él», expresa.

Y llegó el diagnóstico de Sara: «Lo primero que piensas es que es el final»

Sara Lojo tiene 36 años y, tras recibir el diagnóstico de cáncer de mama en el 2021, a día de hoy se encuentra en remisón.
Sara Lojo tiene 36 años y, tras recibir el diagnóstico de cáncer de mama en el 2021, a día de hoy se encuentra en remisón. MARCOS CREO

Cuando a Teresa le diagnostican cáncer de mama, a Sara y a Anaís les realizan un estudio genético. En aquel momento, solo se analizaban dos genes: BRCA1 y BRCA2. En ambas, resulta negativo. «Por lo tanto, seguimiento como cualquier otra persona», cuenta la hermana mayor. «En mi caso, siempre tenía un poco en la cabeza que mi madre había pasado por un cáncer de mama, pero como había dado negativo, no le das más vueltas», amplía. 

En el 2020, se encontró un bulto en el pecho. «Me costó mucho contárselo a mi madre porque no quería preocuparla. Pero cuando me palpó ella, ya notó dos. En consulta, me dicen que por cómo se mueven, forma y tamaño, son fibroadenomas; que me quede tranquila». Y Sara, lo dejó pasar. 

Al cabo de un año, disfrutando de un fin de semana en furgoneta con unas amigas, se nota una hendidura en el pecho. Pensó que era consecuencia de haberse quedado dormida en la toalla, pero por la noche, esta seguía ahí. Aprovechó que su madre tenía cita en ginecología esos días y la acompañó. El profesional le dijo que era necesario realizar pruebas. «Fui con total tranquilidad. Conforme pasaron las horas, empecé a sospechar». Salió con una ecografía, mamografía y biopsia. Le dieron consulta para quince días después. «Siempre te queda la mínima esperanza, pero tenía un 90 % de certeza de que era cáncer». Y sus peores pronósticos se cumplieron. Sara tenía 32 años.

Teresa interrumpe el relato de su hija, y confiesa: «En ese momento, que entramos las dos, ella estaba más preocupada por mí. Yo, hasta no era capaz de caminar. Fue muy fuerte». Sara asiente con la cabeza. Se frota las manos en los vaqueros y sus ojos empiezan a brillar. «No me importa hablar de esto, pero no lo hago mucho. Es duro, porque lo primero que piensas es que es el final». 

Como era joven y no tenía hijos, lo primero que le proponen a Sara es la preserva de óvulos. Fue un proceso complicado porque «en esos momentos tú también quieres empezar con el tratamiento porque tu vida está en juego». Una vez terminado, quimioterapia y cirugía. «En mi caso, pude escoger. Me dijeron que como tenía poco pecho lo ideal era quitarlo». Decidir si solo el afectado o los dos, fue difícil. «Diría que de lo peor del proceso, porque es una decisión en la que nadie te puede aconsejar. Pero por tranquilidad, decidí quitar los dos. Y cada año que pasa, entiendo más a las personas que no quieren reconstruir». 

En su caso —al contrario que su madre— tuvo la posibilidad de hacer la reconstrucción en la misma operación, que duró unas nueve horas.  «Quedó increíble, pero aún así, tardé diez días en mirarme al espejo», dice Sara. Anaís, comenta: «A la semana, yo que la vi duchándola, estaba perfecto. El proceso no es tan traumático como el que pasó mamá». A lo que esta última, añade: «Sí, en ese sentido se avanzó mucho en los años que pasaron. Además, mi cicatriz se ve bastante, la de ella no». 

El diagnóstico le pilló asistiendo a terapia con su psicóloga privada, la cual le ayudó a gestionarlo de la mejor manera posible. A mayores, contó con otro profesional en el hospital, gracias al servicio ofrecido por la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). Una entidad de la que es presidenta a día de hoy, en la junta local de Noia. «También me ayudaron mucho las redes sociales, porque no conoces a gente de esta edad que esté pasando un cáncer». 

Sara lo sabía por su madre: «No es solo un año malo. Conocía todo lo que viene después de los tratamientos», lamenta. Se encuentra en remisión, tomando tratamiento hormonal, y a raíz de sufrir menopausia inducida, tiene osteoporosis. Teresa, con cierta retranca, dice: «Yo cerré la puerta de oncología y abrí la de siete especialidades después». 

«No vivo pensando que voy a padecerlo porque mi madre y hermana lo tuvieron»

Anaís Lojo siempre ha vivido la enfermedad en tercera persona: primero con su madre y años después, con su hermana.
Anaís Lojo siempre ha vivido la enfermedad en tercera persona: primero con su madre y años después, con su hermana. MARCOS CREO

«Cuando llevé a consulta de mi oncólogo ese test genético que nos habían hecho, me dijo que ya no le servía», cuenta Sara. La investigación había proporcionado en esos años mucha más información sobre los genes de alto riesgo que puede haber detrás del cáncer de mama. Le hicieron otro (más completo), y uno de los genes no salió positivo ni negativo, pero sí indeterminado. 

Cáncer de mama hereditario

La doctora Elena Aguirre, portavoz de la Sociedad Española de Oncología Médica, indica que entre un 10 y un 15 % de los casos de cáncer de mama son de carácter hereditario. «Eso significa que en esas familias somos capaces de identificar la mutación de un gen de alto riesgo que aumenta las probabilidades de desarrollar cáncer a lo largo de la vida».

Con todo, también existe el cáncer familiar. En el seno de estas existen más casos de los que toca por probabilidad, pero en el estudio, no se identifica un gen de alto riesgo. «Es probable que no exista un gen mutado que se va heredando entre generaciones, pero sí se comparten cientos o incluso miles de pequeñas alteraciones genéticas que justifican que en algunas familias sea más frecuente una enfermedad como el cáncer de mama, y en otras, por poner un ejemplo, la hipertensión. Si bien no hay que cometer el error de, por no encontrar un gen de alto riesgo mutado, decirles que no tienen un riesgo mayor. No, también pueden ser susceptibles de padecer cáncer». 

Aguirre señala que, en el caso del cáncer de mama, se suele estudiar un panel de entre de 10 y 18 genes. Junto con el BRCA1 y BRCA2 —que fueron los primeros—, a día de hoy se incluyen otros como «el ATM, CHEK2, PALB2 o el RAD51C». Además, el proceso es más rápido porque «se hacen paneles de secuenciación masiva, se estudian de golpe». 

A raíz del diagnóstico de su hermana, a Anaís le llamaron para hacerse controles más rutinarios: «Hubo una época, hace diez años, en la que sí me citaron, pero después me acabaron derivando a la matrona. En mi caso, opté por hacer seguimiento en la sanidad privada, pero porque puedo permitírmelo. No todo el mundo tiene esa posibilidad. Ahora vuelven a controlarme más por el diagnóstico de Sara y porque, al final, mi madre también lo padeció. No quiere decir que lo vaya a sufrir sí o sí, pero me hacen revisiones anuales». A la pregunta de si le preocupa, responde: «No pienso que voy a sufrir cáncer de mama porque mi madre y hermana lo padecieran. Lo llevo con tranquilidad. Tengo muy presentes mis controles y la autoexploración, pero hace un mes tuve a una ecografía y fui sola, sin preocupaciones». 

Al finalizar la conversación, les pedimos que posen para la cámara. Se abrazan, se cogen de las manos, se miran. «Qué fuertes somos las tres, ¿verdad?», dice Teresa, dirigiéndose a sus hijas. Ellas sonríen. No cabe duda. Todo aquel que tiene el placer de conocer a estas tres mujeres, sabe que lo son.

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.