Si no se diagnostica a tiempo, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad puede llevar a abandono escolar, cuadros depresivos y hasta abuso de sustancias
02 may 2022 . Actualizado a las 17:01 h.El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es un diagnóstico que solemos asociar a los niños inquietos o incluso a aquellos que son traviesos o se «portan mal». Sin embargo, se trata de un problema complejo que puede manifestarse de otras formas e incluso, en muchos casos, permanece sin ser detectado o diagnosticado hasta la edad adulta, sobre todo en aquellas personas que no presentan hiperactividad.
Qué es el TDAH
Para entender este trastorno mental y las diversas formas en que puede afectar a la calidad de vida de los pacientes, debemos partir de la base de que no existe un único trastorno por déficit de atención, sino que las manifestaciones son variadas. «El trastorno por déficit de atención e hiperactividad tiene varios tipos. Uno de ellos es el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que es más frecuente en niños. En estos casos, es la hiperactividad muchas veces lo que se hace motivo de consulta. Y en las niñas se diagnostica menos, porque es más frecuente el trastorno por déficit de atención sin hiperactividad. Por lo tanto, pasa más inadvertido», explica la psiquiatra Marina Díaz Martínez, vicepresidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica.
«Los criterios clínicos del trastorno varían en ese sentido. El primero es un patrón persistente de inatención e hiperactividad e impulsividad. Entonces, puede ser un trastorno combinado si cumple los criterios de inatención e hiperactividad o impulsividad, o puede haber predominancia del déficit de atención, o puede haber presentación predominante hiperactiva e impulsiva. Estos criterios se tienen que mantener en el tiempo durante un mínimo de seis meses», detalla Díaz.
Por eso, aunque es un diagnóstico que con frecuencia se realiza durante la infancia, también son comunes los casos en los que el trastorno se descubre en la edad adulta. Sin embargo, esto no es indicativo de una menor o mayor «gravedad» de la patología en cada caso. De hecho, la mayor disrupción que inflige este trastorno en la calidad de vida de quienes lo padecen es la que se da en la esfera psicológica: al encontrar una gran dificultad para concentrarse en tareas específicas o mantener cierta organización, estas personas pueden vivir la etapa académica e incluso la vida laboral como un fracaso, experimentando la sensación de que sus esfuerzos no les dan frutos. En este sentido, el TDAH se asocia muchas veces a cuadros ansiosos y depresivos.
Síntomas
En general, los síntomas se dividen en dos grupos: aquellos relacionados con la atención y los relacionados con la hiperactividad motora y los impulsos. «Lo que solemos ver son dificultades para mantener la atención y la concentración. Hay cierta fatigabilidad en mantener la atención sostenida y de calidad. Al mismo tiempo, se distraen con mucha facilidad, les cuesta mucho bloquear o inhibir los estímulos distractorios, normalmente la capacidad de mantener una acción sostenida les cuesta. Pasan constantemente de una acción a otra y por eso también les cuesta planificar, organizar, llevar a cabo una ejecución de tareas, en función de la gravedad, más o menos complejas. Les cuesta mucho bloquear o inhibir los estímulos distractorios. Y luego, la hiperactividad, que la vemos sobre todo en niños, es la necesidad de moverse continuamente, con cierta impulsividad, sin miedo a poderse hacer daño», observa la neuróloga María José Magraner.
En los niños en edad escolar, «los síntomas de inatención incluyen con frecuencia fallar en prestar atención en clase, cometer errores en las tareas escolares, perder cosas. También parece como que no escuchan cuando se les habla, como que están en otra cosa. Tienen dificultades en seguir instrucciones, organizar tareas, actividades, gestionar el tiempo, son descuidados con sus objetos y materiales, no cumplen con plazos adecuadamente y suelen evitar las tareas que suponen más esfuerzo. Se distraen con facilidad ante cualquier estímulo externo e incluso se olvidan de cosas de la vida diaria», describe Díaz.
«Luego hay otros síntomas relacionados con la hiperactividad y la impulsividad, como juguetear con las manos, moverse mucho en la silla, golpear los pies constantemente, incapacidad para estar sentado, incapacidad para dedicar mucho tiempo a algo. Les cuesta, por ejemplo, ver una película completa. Corretean o trepan en situaciones en las que no es apropiado, por ejemplo, en la consulta del médico. Son incapaces a veces de tener actividades recreativas que requieran el sosiego. Son mejores actividades el deporte u otras actividades físicas. Es como que tienen un motor interno que les impulsa a estar inquietos. Con frecuencia hablan excesivamente, interrumpen, no esperan a que el otro termine la frase, no respetan el turno en las conversaciones, les es difícil esperar en una cola», añade la psiquiatra.
A estos síntomas, se suman las dificultades psicológicas que derivan de ellos. «Debido a esta impulsividad, los niños pueden tener movimientos bruscos en los que dañen sin querer a otra persona, dándole un empujón o moviendo un objeto de forma brusca golpeando a alguien. Eso los hace niños un poco incómodos y repercute en su autoestima. La dificultad en la atención que les va a llevar a un fracaso en las tareas escolares y esa hiperactividad e impulsividad que les hacen molestos finalmente van a hacer que tengan poca autoestima y muchas veces, incluso, puedan quedar aislados. Con lo cual, es importante tratar estos síntomas no solo por el tema académico, sino por el tema social», señala Díaz.
En los adultos, «los síntomas son iguales a los de la edad infantil, pero en otros ámbitos: dificultad de atender en el trabajo, de hacer tareas que requieren más serenidad, evitar actividades que saben que les van a costar más esfuerzo. Todo lo de los niños, pero transferido al mundo adulto. Hablar mucho, interrumpir en las conversaciones, no saber organizarse el tiempo, llegar tarde, tener dificultad para organizar la agenda y, al final, esas cosas les hacen la vida más difícil y muchas veces se puede asociar a sintomatología depresiva o de ansiedad por las consecuencias diarias de estas dificultades en la atención y la impulsividad. En la edad adulta, la hiperactividad se palía un poco y permanecen las dificultades en la atención», observa Díaz.
¿Por qué se desarrolla el TDAH?
Aunque las causas no están definidas del todo, se cree que los genes juegan un rol importante en su desarrollo. «Puede haber una predisposición genética. También niños que han sido prematuros o niños que tienen otros trastornos del neurodesarrollo, como sí que subyace esa alteración a nivel de neurotransmisores, pueden tener más asociación o más comorbilidad con estos antecedentes clínicos. Trastornos como el del espectro autista o trastornos de la adquisición del lenguaje tienen mucho que ver. Ya sea comórbido, o a veces es secundario el déficit de atención a la propia discapacidad neurológica que el paciente tiene», señala Magraner.
«Antes no se consideraba como tal un trastorno del neurodesarrollo, sino más bien un trastorno del aprendizaje o de la conducta. Pero ahora sí que se ha visto que hay una desrregulación de los neurotransmisores, sobre todo a nivel de la parte prefrontal del cerebro, que puede hacer que estas funciones de control de estímulos distractorios y movilidad estén más inmaduras o no las puedan tener bien. Se ha constatado que hay esta base biológica, que además es sobre la que actúan los tratamientos farmacológicos», explica la neuróloga.
¿Puede desarrollarse en adultos?
No exactamente. «No es que se pueda desarrollar, es que viene de la infancia. Gente con un buen coeficiente intelectual puede, de alguna manera, tener el trastorno desde la infancia pero ser diagnosticada en la edad adulta. Hay muchos casos en los que en la infancia no se diagnostica. Otro error es pensar que porque alguien cumple 18 años, el trastorno desaparece. Sí es verdad que depende de una maduración del sistema nervioso central, y que muchas veces se va paliando con la edad. Pero otras veces se mantiene con la edad y hay que tratarlo», aclara Díaz.
Por lo tanto, el hecho de que algunos pacientes logren «enmascarar» o disimular algunos de los síntomas más evidentes de la patología durante la infancia, o que no lo manifiesten de forma notoria, no implica que el trastorno en sí se haya desencadenado a edades más tardías, sino que, al ir avanzando en dificultad y complejidad en sus estudios y tareas a lo largo de la vida, el problema puede ir evidenciándose con una claridad mayor. «Normalmente, esto lo vemos en pacientes adolescentes que a lo mejor siempre han sido niños movidos o distraídos, pero siempre han sacado buenas notas. Y llegan a lo mejor al instituto o al bachillerato y se dan cuenta de que se esfuerzan y todo, pero no pueden sacar el rendimiento que les tocaría para el esfuerzo que hacen y para su capacidad intelectual. Muchas veces acuden más bien tarde a la consulta», observa Magraner. Esta, señala la neuróloga, es una gran fuente de frustración para los pacientes, algo que acudiendo a consulta para lograr un diagnóstico temprano se puede evitar.
¿Cómo se diagnostica el TDAH?
«El diagnóstico se hace a partir de las manifestaciones clínicas, aunque luego, hoy en día, nos apoyamos siempre en estudios paraclínicos que casi siempre son valoraciones neuropsicológicas que se basan en una serie de test de atención y funciones ejecutivas, entonces, se valoran de alguna manera todas las funciones cerebrales para ver en lo que el paciente puede tener más carencia. Eso, en cuanto a pruebas. Pero básicamente es en base a las manifestaciones clínicas que el paciente nos refiere», explica Magraner.
En el TDAH, el diagnóstico temprano es muy importante para prevenir el impacto psicológico a largo plazo. «El trastorno por déficit de atención e hiperactividad es un trastorno muy neurobiológico, muy específico, y las consecuencias pueden dar lugar a sintomatología ansiosa, depresiva, consumo de sustancias por esa impulsividad, e incluso a disfunciones de la personalidad o trastornos de la conducta alimentaria. Lo que hay que hacer es una intervención precoz. Como estas dificultades pueden tener una impronta en la personalidad y en las relaciones interpersonales y en la funcionalidad de la persona, el diagnóstico precoz y la intervención pueden hacer o bien que el trastorno desaparezca, o bien que no tenga efectos secundarios que puedan alterar las capacidades del individuo», advierte Díaz.
En este sentido, los educadores también tienen un papel crucial en la detección. «Suele haber un diagnóstico conjunto entre los profesores y los padres. En las aulas se detecta el TDAH porque es un sitio donde hay que estar quieto. Estos niños son un poquito disruptivos, entonces los profesores suelen alertar a los padres. Esto tiene unos criterios, tampoco es que todo niño más inquieto tenga un trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Habrá niños más inquietos y menos, pero aquellos cuya inquietud se asocie a otros síntomas, sí es importante diagnosticarlos para prevenir lo antes posible las consecuencias del trastorno», explica Díaz.
Tratamientos
Cuando se habla de tratamientos farmacológicos que alteran el funcionamiento del sistema nervioso central, su administración en niños suele ser controvertida. «Normalmente, hay muchos padres que optan primero por intentar tratamientos psicológicos, salvo que vean que realmente hay una necesidad porque el niño es muy movido o muy impulsivo o tiene fracaso escolar pese a su esfuerzo y va a necesitar esa ayuda. El diagnóstico sí que es algo que quieren, para saber qué le pasa a su hijo, pero a veces quieren empezar con terapias antes de tratamientos farmacológicos», observa Magraner.
Sin embargo, ambas expertas aseguran que se trata de medicamentos probados y seguros para estos casos. De todas formas, lo fundamental es la psicoterapia. «Siempre decimos que el tratamiento tiene dos pilares. Uno es la terapia conductual, para trabajar en todas esas funciones cognitivas y atencionales, y otro es la medicación, que va a funcionar más rápido, porque nos va a frenar y nos va a ayudar a concentrarnos mejor. Pero lo que realmente modula un poco el curso del proceso es la terapia psicológica», dice Magraner.
En cuanto a medicamentos, «hay dos grupos. Por un lado, hay fármacos estimulantes del sistema nervioso central, que son derivados de la anfetamina, del metilfenidato y dentro de ellos hay distintas liberaciones. Hay de liberación rápida y liberación sostenida. Tenemos el metilfenidato convencional y la lisdexanfetamina, que es una molécula un poquito más elaborada en cuanto a liberación y absorción y minimiza los efectos secundarios. Y luego están los no estimulantes, que actúan directamente sobre la adrenalina y la noradrenalina de la corteza frontal cerebral. Ahí tenemos la atomoxetina y la guanfacina y estos actúan igual, la eficacia es la misma, pero tienen menos efectos secundarios. Cuando los niños tienen bajo peso o tienen tics motores, o niños con insomnio, como las anfetaminas pueden agravar eso y producir pérdida de apetito, optamos por los no estimulantes», explica la neuróloga.
«Al final, hay que resaltar la importancia del abordaje integral. Cuesta a veces pensar en ponerles tratamiento a los niños, pero es que claramente eso es mejor para su estructura de personalidad, para su autoestima y para su funcionamiento interpersonal. Claramente, los tratamientos son muy eficaces, con lo cual es una pena no darles acceso a esta posibilidad. Hay reticencias, porque en algunos círculos sociales no tiene buena prensa el tratamiento. Pero son tratamientos eficaces y seguros. Todo fármaco que afecta al nervioso central hace que los padres estén reticentes, pero se puede invitarlos a probar la eficacia. En general, merece la pena evitar ese estigma que tienen los psicofármacos como algo peligroso, en absoluto lo son», asegura Díaz.