Nuestro aparato digestivo contiene cientos de millones de neuronas, un número similar a las que se encuentra en la médula espinal, y es capaz de trabajar de manera independiente al sistema nervioso central
24 may 2023 . Actualizado a las 11:19 h.«Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago», le aconsejaba en uno de sus momentos de lucidez Don Quijote a su atentísimo escudero Sancho.
Independientemente de la veracidad de lo que dice la cita, la relación entre las emociones y el aparato digestivo ha formado parte de la cultura popular y nutrido al mundo artístico en forma de versos, canciones y refranes desde tiempos remotos. A pesar de su sentido figurado, no necesitamos que nos expliquen qué se siente cuándo hacemos «de tripas corazón», se nos forma «un nudo en el estómago» o revolotean las famosas mariposas en la barriga al acercarse el momento de encontrarnos con esa persona que nos ilusiona. Si las entendemos es por que las hemos 'padecido' en algún momento, asumiendo que existe una relación entre nuestros sentimientos y nuestras tripas que, aunque no sepamos explicar, ahí está.
Si bien estas 'punzadas' digestivas están asociadas a situaciones concretas, tampoco es infrecuente padecer períodos largos de alteraciones gastrointestinales en forma de dolor, diarrea, estreñimiento, pesadez o hinchazón asociadas a etapas de ansiedad, depresión o estrés, convirtiéndose en uno de los mayores motivos de consulta a un profesional sanitario en la actualidad.
Esta conexión intestino-cerebro tan interiorizada inconscientemente por todos y tantas veces representada en la literatura y música, ha pasado casi desapercibida en el mundo científico hasta prácticamente las puertas del siglo XXI, cuándo el fisiólogo americano Michael Gershon publicaba el pionero y ya clásico El Segundo Cerebro en 1999. Aquí se sentaban las bases del tracto gastrointestinal como gran almacén neuronal a través del conocido como Sistema Nervioso Entérico (SNE), que abriría las puertas a un mundo todavía en ciernes, pero en clara ebullición como el de la neurogastroenterología, acercando el entendimiento de algunas afecciones tan frecuentes como incomprendidas.
El segundo cerebro
El SNE es una complejísima red nerviosa presente en todo nuestro aparato digestivo, revistiendo a esófago, estómago, intestinos, páncreas, hígado y vesícula biliar. Poniéndolo en dimensión, aquí se alojan cientos de millones de neuronas, en número solo por detrás de las que podemos encontrar en el cerebro, y en cantidad similar a las que hay en la médula espinal. De forma coordinada con el sistema nervioso central (cerebro), interviene en el adecuado desempeño de tareas digestivas en constante funcionamiento, como la digestión de alimentos, coordinar los movimientos gastrointestinales, los mecanismos del hambre y saciedad, la secreción de saliva o los procesos de defensa inmunitaria y regulación de la, tan de moda, microbiota intestinal, entre muchas otras.
Pero para poder llevar a cabo todas estas funciones, esta maraña de neuronas que forman el SNE necesita una serie de mensajeros que las comuniquen entre sí, que sean capaces de estimular o inhibir a sus vecinas según lo que sea conveniente en cada momento. Y ahí es dónde entra la química, cientos de sustancias y hormonas que hacen y deshacen respondiendo a nuestras necesidades, del mismo modo que el sistema de engranajes y resortes del reloj más sofisticado que nos podamos imaginar. Poniendo un ejemplo, en el SNE se aloja el 90 % de la serotonina corporal, la conocida como «hormona del bienestar» e implicada también en la regulación de los estados de ánimo, conductas sociales y sexuales, el sueño y la atención, entre otros.
Exponiendo lo anterior, es fácil deducir que cualquier alteración en la cadena de montaje de esta maquinaria casi perfecta que forma el SNE se pueda traducir en la aparición síntomas que nos generen malestar. Y teniendo en cuenta la íntima relación con el cerebro como parte fundamental del engranaje, podemos entender que cualquier desorden a este nivel pueda repercutir de alguna manera en el funcionamiento de nuestro aparato digestivo. Esta es una de las bases que podrían explicar afecciones como el síndrome de intestino irritable, relacionado frecuentemente con patologías de corte nervioso como la ansiedad o depresión. O algunos trastornos de conducta alimentaria, como la bulimia o anorexia, donde se acaba generando una desregulación hormonal que altera el funcionamiento normal de mecanismos como los que controlan el hambre y la saciedad.
Emociones Digestivas
Sin embargo, el SNE posee una cualidad que lo hace todavía más especial. En ciertas situaciones es capaz de trabajar independientemente del sistema nervioso central. De igual modo que el perro de Paulov, que al sonar la campana comenzaba a salivar al relacionarlo con el momento de comer, el sistema nervioso entérico es capaz de reconocer algunas situaciones de forma instintiva, y como un reflejo, 'puentear' autónomamente a nuestro cerebro para generar algún tipo de respuesta fisiológica inmediata.
Esto explica que, ante una sensación de peligro inminente, tengamos esa sensación de encogimiento o nudo en el estómago, que ante una noticia desagradable, como canta Estopa, «se nos rompan las entrañas», o que, al tropezarnos con la persona que nos gusta aparezca, ese cosquilleo que poéticamente llamamos mariposas en el estómago. El hecho de que esas sensaciones sean completamente diferentes, aparezcan en situaciones dispares y en distinta intensidad en cada persona, nos hace deducir que las teclas nerviosas que pulsamos y los transmisores que operan en cada situación varían enormemente. No obstante, saber qué sucede de forma exacta todavía permanece en el cajón de los misterios por lo que, como decía Marie Curie, solo nos queda apelar a la belleza de la ciencia, aunque no la entendamos.
La escena final de la estupenda película Ratatouille, nos presenta el rictus implacable del crítico culinario Ego dispuesto a probar el plato preparado por Remy, esa rata que sueña en convertirse en chef. En cuanto saborea el primer bocado, se desmonta repentinamente al verse trasladado de golpe a su infancia y a los platos que le preparaba su madre. Podríamos imaginarnos a su sistema nervioso entérico revolucionado en una cascada de hormonas y sustancias, llegando hasta ese punto concreto del cerebro que, como un relámpago, cobra vida al entrar en contacto con el sabor de la receta.
Esto explica que, si bien parece que comenzamos a descifrar los mecanismos que conectan nuestro cerebro con el aparato digestivo, estamos lejos de explicar cuáles serán los desencadenantes capaces de alborotarnos por dentro, de anticipar qué o quién nos despertará esas mariposas, o por el contrario, nos provocará ganas de eructar.