Marta Segrelles, psicóloga: «El trauma tiene que ver con las heridas que se han producido dentro de una relación»

SALUD MENTAL

Marta Segrelles es psicóloga experta en el trabajo de heridas emocionales.

La terapeuta expone en su último trabajo el impacto que los traumas producidos durante la infancia tienen en la vida y relaciones adultas

03 jul 2023 . Actualizado a las 19:01 h.

¿Qué tiene que ver nuestra infancia con las cosas que sentimos ahora? Marta Segrelles cree que mucho. Considera que las experiencias en esos años de nuestra vida pueden relacionarse con algún tipo de malestar actual. La buena noticia es que esas heridas aún se pueden sanar y así, dejar de cargar con ellas en nuestro presente. 

Segrelles es psicóloga experta en terapia integradora con un enfoque humanista y en trabajo con heridas emocionales. Se dedica a acompañar en procesos terapéuticos individuales y grupales, a formar profesionales de la educación y la salud mental y divulgar sus aprendizajes en redes sociales y ahora, también a través de su nuevo libro Abraza a la niña que fuiste (Bruguera, 2023). 

—¿Todos tenemos un niño o una niña interior al que tenemos que abrazar?

—Sí, todos lo tenemos. Y es probable que algunos, por las heridas que cargan de experiencias de la infancia o de la adolescencia, necesiten más el abrazo que otras. Es decir, todos necesitamos ese abrazo, ser compasivos con nosotros mismos, tratarnos de una manera amable, pero sí que es verdad que las experiencias que hemos tenido nos pueden haber impacto de una manera u otra y es probable que ese abrazo sea más esperado según las experiencias que hayamos vivido previamente. 

—¿Qué importancia tiene nuestro pasado en lo que somos y en cómo actuamos en el presente?

—Para mí tiene la importancia de que hay muchas experiencias que vivimos que, en el momento que ocurrieron, quedaron sin poder procesarse y por lo tanto, han quedado como fuera de nuestra historia. Quizás no las recordamos y aparecen, porque no borramos esas experiencias, pero se quedan con otras formas: creencias, pensamientos o sensaciones. Y cuando las situaciones no las hemos podido atravesar en un momento, porque no teníamos los recursos o porque las personas que nos acompañaban no supieron cómo hacerlo, sigue ocurriendo en el presente. Aquellas experiencias que no han podido ser integradas, necesitarán serlo tarde o temprano. Vamos creciendo y superando etapas, pero luego hay cosas que quedan ahí debajo, que las tenemos como encerradas en una puerta y que no queremos abrirlas. Pero a veces necesitamos hacerlo para avanzar, con más confianza y con más calma. 

—¿Podrías dar un ejemplo?

—Estaba pensando en el caso de una mujer que no entendía de dónde venía su malestar y su sensación de sentirse pequeña para afrontar ciertas situaciones en la vida de adulta. Me decía que estaba bastante satisfecha con su día a día, que tenía dos hijos, un matrimonio feliz, pero sí que es verdad que cuando volvía a casa de sus padres o al pueblo, donde pasaba los veranos en su adolescencia, era como si el tiempo no hubiera pasado y sentía vergüenza o miedo al rechazo. Lo pensaba y se preguntaba: ¿cómo es posible? Si al final lo peor que le podría pasar es ir una vez al año a ese lugar. Iba solo cuatro días en verano e, interiormente, su cuerpo reacciona y no sabe de dónde viene. Suele ser un poco desde ahí, de experiencias que no entendemos a día de hoy lo mucho que nos han impactado hasta que no nos vemos reaccionando de alguna manera que no nos parece ajustada a la situación. 

—¿Qué diferentes tipos de trauma existen?

—En el libro diferencio trauma con «t» y con «T», centrándome en el primero. Son esas situaciones que, de manera recurrente, se han ido produciendo en el vínculo. Es el que llamamos trauma relacional. Desde ahí se genera una herida porque, cuando necesitamos de los adultos para sobrevivir, se nos activa ese sistema de apego que es el que hace que busquemos consuelo, guía, apoyo. Pero si las personas que me tienen que acompañar en esa etapa y en las que vengan son personas que, por lo que sea, no saben hacerlo, se va a activar otro sistema que nos va a llevar a querer estar lejos. Es muy confuso, cuando soy pequeña, que la persona que me tiene que cuidar, critique mi forma de ser, todo el rato me esté pidiendo que sea de otra manera, me ponga malas caras, no me entienda, no me escuche o que me critique. Al final el trauma tiene que ver con las heridas que se han producido dentro de la relación. No es tanto lo que ocurrió en el trauma sino lo que faltó. Por ejemplo, me faltó un afecto o una guía. Va un poco por esa línea. 

—¿Consideras que, como sociedad, pecamos mucho de invalidar las emociones de los demás?

—Sí. Hay condiciones en las que ese trauma que hemos vivido se puede integrar de una manera más adaptativa. Tiene que ver con poder hablar ello, poder pensar y soñar con ello. Pero como sociedad, muchas veces, invitamos a lo contrario: a dejar de sentir y no darle tantas vueltas. A todos nos vendrá alguna situación a la cabeza, en la que han compartido cómo se sentían, cómo de agobiadas estaban por el trabajo, cómo se sentían detrás de una pérdida o cómo de emocionadas estaban porque alguien les hiciera una sorpresa. La primera palabra suele ser un «no»: «no llores», «no te preocupes», «no pasa nada», «no te pongas así». Cuando, en realidad, se debería de optar por acompañar: «está bien», «yo también me he sentido así, tiene todo el sentido del mundo que te sientas de esta manera» o «tienes todo el derecho a sentirte así». Pero sí, es algo que nos cuesta como sociedad, validar esa emoción. 

—¿Qué tiene que ver establecer límites con el funcionamiento que tuvo o que tiene nuestra familia?

—Existen familias más fusionadas y más desligadas. Sí que va a ser diferente establecer límites en un lugar o en otro. Hablo de esto como una casa donde todas las puertas están abiertas, donde todo el mundo puede entrar, los problemas de uno son de todos; y casas con puertas cerradas, en las que el problema de uno es el problema de uno y tampoco voy a molestar al otro. Según el estilo que tenga una u otra va a ser más fácil o más difícil establecer los límites que, al final, hablan de eso, de ocupar el espacio individual. Habrá algunas familias que me animen con esa autonomía e incluso pueda llegar a sentir que de tanta autonomía que me dan, me dejan sola. Y por otro lado, también sentir que no me están dejando espacio para decidir y ver qué es lo que quiero yo. 

—¿Qué es el apego seguro?

—Al final el apego nos habla de la calidad que ha tenido ese vínculo. De cómo me he sentido segura en él para ser yo misma y para poder compartir cómo me estoy sintiendo y lo que estoy necesitando. Muchas veces ese apego inseguro habla del rechazo que ha podido surgir. Pienso en el contacto: sentía que necesitaba más abrazos, pero tenía una madre o un padre muy frío. Necesito un abrazo pero me doy cuenta de que a mamá no le gustan, no voy a pedirlo para que esto funcione entre nosotras, que el vínculo siga siendo un lugar seguro y armonioso porque así lo necesito cuando soy pequeña. Luego cuando crezco, me doy cuenta de que quizás esa seguridad no era tal como yo sentía porque a lo mejor no tenía ese lugar para poder pedir y recibir ese contacto que tan necesario era para mí. 

—¿Es posible sanar las heridas aunque haya pasado mucho tiempo?

—Sí. El proceso es diferente porque al final, no es lo mismo tener veinte años de experiencia que tener sesenta. Pero el trabajo de reparación no tiene tanto que ver con la edad actual, sino con aquellas edades en las que existieron situaciones que se quedaron, de alguna manera, sin atender ni validar. Sanar implica volver atrás, para darle un sentido a esas experiencias vitales que, a veces, se nos han quedado sin comprensión y sin darles lugar. Pero por supuesto que no hay edad para reparar. 

—¿Es lo mismo el dolor que el daño?

—Muchas veces nos imaginamos que una herida está curada cuando ya no nos duele. Y yo aquí diferencio que algo nos daña, porque todavía ese dolor sigue en el presente, de alguna manera, y otra cosa es que al recordarlo, nos duela. 

—¿Un ejemplo?

—Una persona que dice: «Hay veces que cuando recuerdo el rechazo que sentía en el colegio de los compañeros, me duele». Al final, eso habla de las experiencias que he vivido y me han dejado huella. Diferente es que ahora yo, en las experiencias en el grupo de amigos que he conocido en la vida adulta, sienta que todavía hay un daño ahí. Que sienta que hay algo que todavía no ha sanado, todavía me pasa lo mismo o, las personas de mi alrededor, no me tratan como me merezco. Es distinto el poder separar lo que es el dolor de lo que sigue dañándome. A veces, el trabajo de trauma lo empezamos, de alguna manera, cuando esa persona ya no está viviendo esa situación. Reparamos, por así decirlo, las experiencias vividas de esa situación. Pero es distinto a que la situación siga ocurriendo. El daño sería como algo más presente y el dolor, algo que ocurrió. 

—¿Cómo saber si hemos sanado?

—Algunas personas que he conocido en terapia tienen algunos recuerdos de que por ejemplo, cuando se enfadaban de pequeñas porque necesitaban poner ese límite, reafirmarse o decir que no, quizás eran castigadas por ello: «No te enfades», «no seas protestona», «sé educada», «vete a la habitación a pensar». Al final, se quedaban solas con su emoción, sin saber qué hacer con ella. Para mí, saber que hemos sanado, de alguna manera, es que no nos dejamos solas en esa situación. Que si pensamos en la niña que fuimos, podemos sentir que estamos ahí para ella, de alguna manera, hacemos equipo con nosotras. Nos apoyamos.

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.