Vivir con agorafobia: «Ir al supermercado a comprar leche es entrar a un campo de batalla»
SALUD MENTAL
Victoria cuenta que su rutina diaria empieza cuando se despierta por la madrugada con náuseas o diarrea debido a la ansiedad
14 dic 2023 . Actualizado a las 16:19 h.Victoria tiene 36 años y lleva una década viviendo con agorafobia. Un trastorno de ansiedad severo que limita casi todos los aspectos de su vida cotidiana. Ha llegado a pasar casi un año entero encerrada porque, cuando sale de casa, sufre ataques de pánico con sudoración, falta de aire, náuseas e incluso desmayos. «Mi rutina diaria no es como el día a día de cualquier persona. Todo lo que una persona normal puede hacer, a mí me cuesta el doble, incluso cosas como ir al supermercado o a trabajar», cuenta.
Aunque ha intentado diversos tratamientos farmacológicos y ha realizado psicoterapia, Victoria asegura que nada le proporciona un alivio o una solución definitiva al problema. Lo más cercano que ha encontrado a estas respuestas es la comprensión que recibe al compartir sus experiencias con otros que están pasando por lo mismo a través de la asociación Ayuda Mutua para los Trastornos de Ansiedad (Amtaes), de la que participa como voluntaria. Dice que entender esta situación es muy difícil para aquellas personas que nunca han sufrido agorafobia. Por eso, decide abrirse y contar su historia.
Qué es la agorafobia
La agorafobia es un trastorno de ansiedad que causa una sensación de miedo intenso en determinados lugares o situaciones que pueden provocar incertidumbre. Generalmente, se caracteriza por una fobia a salir de casa y, sobre todo, a permanecer en espacios públicos, abiertos o cerrados, en los que pueda haber aglomeraciones o multitudes. En estos contextos, la ansiedad llega a sobrepasar a la persona, haciendo que sea difícil sentirse seguro, cómodo o a gusto en lugares nuevos o desconocidos.
El trastorno provoca una ansiedad y un miedo desproporcionados en relación con el peligro real que puede representar una salida. Por eso, los pacientes acaban por evitar esa situación o necesitar que alguien les acompañe para poder atravesarla.
Aunque no hay una causa concreta que explique la aparición de la agorafobia, existen factores de riesgo que pueden desencadenarla. Se sabe, por ejemplo, que estadísticamente, las mujeres tienen un mayor riesgo de sufrir agorafobia que los hombres. Suele presentarse al final de la adolescencia o en los primeros años de la juventud, generalmente, antes de los 35 años.
Entre otros factores de riesgo se encuentran los sucesos traumáticos o extremadamente estresantes, como haber sufrido un ataque o abuso, tener ataques de pánico u otras fobias, o tener un pariente consanguíneo que padezca agorafobia. En el caso de Victoria, todo comenzó en la adolescencia, con una fobia social. «Ha sido a raíz de mis circunstancias. He tenido malos tratos por parte de mi ex pareja y viví muchos momentos traumáticos. Todo acabó por salir de esta manera. En un inicio, es la fobia social la que te cierra y una cosa lleva a la otra. Acabas teniendo los dos tipos de trastornos de ansiedad», cuenta.
Sin tratamiento, algunas personas permanecen recluidas en casa durante años. Esto provoca depresión y lleva a los pacientes a situaciones de cada vez mayor aislamiento. «Nunca estás a gusto. El ser humano está hecho para vivir en sociedad, entonces, si te encierras, tampoco eres feliz. Cada día que va pasando te metes más en la depresión», dice en este sentido Victoria.
Un día con agorafobia
Los niveles de ansiedad que sufren los pacientes con agorafobia no son comparables a los que puede causar el estrés cotidiano de una situación puntual de conflicto o incertidumbre en una persona sana. Victoria lo describe como estar «todo el día corriendo una maratón». Esta sensación de ansiedad se manifiesta en síntomas físicos. «Me tomo la tensión todas las mañanas y, recién levantada, en estado de reposo, tengo las pulsaciones en 130 o 150. La ansiedad es constante. He probado muchas cosas y no me la quita nada», cuenta la paciente.
Para ilustrar la situación, Victoria relata cómo han sido sus últimas horas antes de la entrevista con La Voz de la Salud. «Hoy me desperté a las 6 de la mañana vomitando de la misma ansiedad. Muchas veces me despiertan los vómitos. Estuve hasta las 10 de la mañana yendo al baño, también suelo tener la barriga suelta por la ansiedad. Me ha costado la vida, pero me puse a hacer la comida. He comido algo, pero muchas veces no tengo ni hambre. Todo el día he estado en casa, me he duchado y ahora estoy hablando contigo», dice.
Las limitaciones en su vida cotidiana son múltiples y severas, empezando por lo laboral. «Hasta hace poco, trabajaba. Soy cocinera. Mi día a día era pasar un suplicio para ir hasta el trabajo, un suplicio estando allí y volver, haciendo lo posible por estar encerrada todo el tiempo que pudiera. Me afecta en el trabajo, en cuanto a la familia, en las relaciones, en todo. No puedo ir a tomar un café con amigos. Cualquier mínimo aspecto de la vida normal, como ir al supermercado a comprar leche, para nosotros es entrar a un campo de batalla», explica.
La vida social es la otra gran perjudicada en este sentido. «Te invitan a un cumpleaños dentro de un mes y todo ese mes no duermes, o tienes pesadillas, porque estás pensando que ese día vas a tener que hacer eso que no quieres hacer, es una angustia horrible», dice Victoria. Actualmente, los contactos que mantiene son fundamentalmente con su pareja, con quien convive, y con personas cercanas con las que habla por teléfono o por chat.
Diagnóstico y tratamiento
«Yo tenía ansiedad desde la adolescencia, pero se fue agravando poco a poco y empecé a pensar que no era normal. Yo tenía estos sentimientos y no entendía lo que me pasaba. Empecé a indagar y buscar en internet. Estaba preocupada porque incluso me daban desmayos en situaciones de mucha incomodidad, por ejemplo, en un centro comercial. No puedo pisar ese tipo de lugares, porque me empiezo a encontrar muy mal y a sudar. Al final, me lo diagnostiqué a mí misma y después me lo confirmó el médico», cuenta Victoria.
Cuando recibió el diagnóstico, le recetaron una pauta con medicación antidepresiva y ansiolítica que debía tomar a diario. «Me dieron una pastilla antidepresiva para tomar por las mañanas y otras 3 pastillas al día que se suelen tomar para dormir, pero que yo tenía que tomar para tener más o menos bajo control ese estado de ansiedad y aceleración», recuerda.
Sin embargo, actualmente no toma la medicación. La dejó hace años, tras un incidente. «Un día tenía mucha ansiedad, mi antigua pareja me había estado amenazando por teléfono y no sabía cómo calmar esos nervios, lo único que tenía a mano eran esas pastillas que me había recetado el médico. Me tomé una caja entera de fluoxetina y una caja entera de tranquilizantes. Lo siguiente que recuerdo es que vino la ambulancia con la policía a tirar abajo la puerta del piso», dice.
«Decidí que no podía tomarlo porque no tengo control de mí misma. Me surge tanta ansiedad que no sé cómo calmarla, porque es tan agobiante que te falta la respiración y parece que te vas a desmayar, te tiembla todo el cuerpo por dentro y es tan angustioso que uno se quiere quitar la ansiedad como sea», explica.
Aparte de la medicación, Victoria lo ha probado prácticamente todo para reducir esa ansiedad tan intensa. «He intentado terapia cognitivo conductual, ejercicios de relajación en casa, pastillas. La verdad es que nada me ha dado solución. Hay días mejores en los que te levantas con otra perspectiva y otro ánimo, y piensas que vas a poder, pero la mayoría de los días, desgraciadamente, no es así. De cada siete días, seis estás mal, es muy angustioso vivir así», describe.
Estigma e incomprensión
Como suele suceder con los trastornos de salud mental, muchas personas no comprenden cómo es vivir con agorafobia. Esta falta de apoyo de parte de la sociedad agrava la situación de aislamiento en la que se encuentran aquellos que sufren este trastorno.
«La gente no entiende, no se pone en la situación. Se piensan que esto es una racha, que a lo mejor estás deprimida, pero una cosa te lleva a la otra y no es tan fácil cuando siempre te sientes igual y cada día es lo mismo. Como no lo han padecido, no saben lo que uno siente, no saben lo que es estar con las pulsaciones tan elevadas todo el día, el agotamiento que causa, no poder respirar, sentir que te falta el aire, tener temblores, desmayarte. Muchas veces es peor que una enfermedad física. Es crónico y no es vida. De los 365 días del año, a lo mejor tienes 5 o 6 buenos», explica Victoria.
«Estas fechas, que para cualquier persona son una alegría, para mí son un suplicio. Hay muchas personas, más de las que se piensa, que están sin apoyo, sin tratamiento, y nadie las quiere escuchar porque se piensa que es una tontería. Habría que considerarlo como una enfermedad grave porque te impide vivir», sostiene Victoria.
Salir poco a poco
Aunque Victoria nunca se encuentra a gusto cuando está fuera de casa, reconoce que exponerse gradualmente al exterior es la única forma de dominar ese miedo intenso a salir. «Lo único que es efectivo para estar mejor es intentar salir poco a poco, progresivamente. Diez minutos, después 15 y así. Porque si no sales nunca, cuando intentas hacerlo te da un patatús. Tiene que se progresivo para que no se pase tan mal. Si te encierras un mes y tratas de salir, ahí es cuando cuesta muchísimo más», asegura.
Ella habla desde la experiencia propia: durante la pandemia, llegó a pasar un año entero encerrada, incluso cuando las restricciones se relajaron y estar en exteriores era posible. «Hacía las compras por internet y no salía. Empalmé el coronavirus con otro año más, cuando ya se podía salir a la calle, y estuve un año sin moverme de casa. Es mucho más difícil después de eso volver a salir. Si no te vas habituando, en el momento en que lo haces te da un desmayo o hiperventilas, lo puedes pasar muy mal», dice.