Cada vez más hogares sin hijos, ¿es posible renovar la ilusión de la Navidad sin ellos?
LA TRIBU
Si bien la emoción por estas fechas suele decaer ante los embistes de la vida adulta, la presencia o no de niños en la familia no es indispensable para mantener viva la llama de estas fechas
05 ene 2025 . Actualizado a las 11:25 h.El siglo XXI es el siglo del aislamiento. Un tiempo en el que se da la profunda paradoja por la que vivimos cada vez más solos, pese a estar rodeados de mucha gente. «Lo que llamamos modernidad no es más que la destrucción de un tejido social y de fraternidades, de creación de individualismos», explica Carolina del Olmo, filósofa y autora de ¿Dónde está mi tribu? (Clave Intelectual, 2013), un libro en el que se analiza el cambio de paradigma: de la crianza colectiva a la crianza en aislamiento debido a la progresiva disolución de nuestras redes interpersonales y de la fragilización de las relaciones sociales. En un mundo en el que, si nos pasase algo, no sabemos cuántos días pasarían hasta que el vecino se diese cuenta de que hace mucho que no se cruza con nosotros en el rellano, algo queda de aquella tribu que fuimos. Quizás uno de los mayores resquicios —y de los más fascinantes— lo vemos durante la Navidad. Un pacto inquebrantable entre generaciones que todo el mundo respeta. Padres, abuelos y hermanos; clase política de toda índole, empresarial y mediática protegen el secreto de los más pequeños. Ya saben a qué nos referimos.
Recientemente, el actor y director Paco León, trataba este mismo tema en el pódcast La pija y la quinqui. El sevillano explicaba el enfado de su hija después de que descubriese el gran secreto, y cómo le justificó la mentira: «Esto es un complot mundial en el que está implicado hasta Pedro Piqueras, el del telediario. Todo el mundo, para gastar una gran broma a los niños. Tú ahora lo sabes y formas parte de la otra mitad del mundo, así que tienes que mantenerlo en secreto», le explicó. «Ahora está súper ilusionada porque ella lo sabe y está en el otro lado, sabiendo que va a continuar esta broma tan grande que se hace para mantener la ilusión de los niños». Tangencialmente a esto, y sobre la dilución del espíritu navideño en las distintas etapas de nuestra vida, Mariang Maturana, una de las conductoras del espacio, apuntaba: «Yo creo que la Navidad es una de estas cosas por las que pierdes ilusión conforme vas creciendo. Hasta que tienes, a lo mejor, un hijo, que te vuelve un poco. Yo ahora mismo estoy en la parte nihilista de la Navidad».
Es un hecho popularmente aceptado que la Navidad, por encima de todo, pertenece a los niños y a las niñas, independientemente del gigantesco negocio que ha acabado orbitando, suspendido, sobre la ilusión de los más pequeños. ¿Pero qué sucede con la ilusión en aquellos hogares donde ni hay descendencia ni se la espera? Un vistazo a los últimos resultados de la Encuesta Continua de Hogares elaborada por el Instituto Nacional de Estadística evidencia que los hogares compuestos por familias sin hijos son cada vez más. Según el último reporte del INE, en España cohabitan más de tres millones de parejas casadas sin ningún hijo. Las parejas casadas con un hijo son algo menos de 2.700.000; un número similar las que tienen dos hijos. Solo 576.800 familias en España son numerosas. Al igual que parece una verdad relativamente universal que la Navidad es sinónimo de entusiasmo en la infancia, es igual de aceptado que, con el paso de los años, el hastío y el cansancio en estas fechas empiezan a aparecer. ¿Qué pasa entonces en esas 3.554.600 casas donde no hay niños?, ¿es posible revivir la pasión de una Navidad sin convivir con el principal target?
El descenso de la curva
¿Por qué pasamos del nerviosismo infantil ante la llegada de los Reyes Magos a la alergia navideña que muchos —no todos— sienten? La respuesta corta es clara y concisa: la vida. Pero hemos venido a recorrer el camino más largo.
«Celebrar la Navidad, a veces, también consume. Consume energía, dinero, tiempo y hay momentos de la vida en los que tienes que centrarte en otras cosas, o destinar el dinero a otros asuntos. Al final, salir a las ocho de la tarde del trabajo y pensar en tener que ir a buscar las cosas para dentro de dos semanas, agota; o pensar en cuántos somos y planificar qué cocinar; los pisos son pequeños, ¿dónde vamos a organizar que venga tanta gente? La Navidad, consume y, o nos ayudan a prepararla, o apenas somos capaces. Cuando somos niños, son otros quienes la preparan, pero cuando tenemos que estar creando un hogar, o resolviendo otras dificultades de la vida, no le podemos dedicar todo el tiempo que una Navidad necesita», quien refleja estas dificultades de la vida adulta que no se marchan al Polo Norte en estas fechas es Mª Carmen González Hermo, vicesecretaria del Colexio de Psicoloxía de Galicia (COPG) y psicóloga sanitaria.
Porque sí, como también apunta Carol Palma, vocal del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña y profesora de la Facultad de Psicología, Ciencias de la Educación y del Deporte Blanquerna de la Universidad Ramon Llull, los embistes de la vida debilitan el entusiasmo: «Los niños viven la Navidad con ilusión porque el adulto se la presenta como una época feliz, de regalos, de compañía de la familia y de calidez hogareña. Pero la vida del adulto no es tan mágica. El adulto tiene que ser capaz de presentar la época como la recuerda, con regalos, música, risas, sorpresas y comida especial. Y lo cierto es que es un estrés de gestión, económico y no siempre feliz, porque se hace presente también la pérdida y el conflicto. Como la vida misma, pero sin la inocencia infantil».
Y sin inocencia, no hay paraíso. Tampoco ayuda el bombardeo de mensajes navideños por tierra, mar y aire que presionan, recordándonos que a finales de diciembre y principios de enero toca ser, innegociablemente, más felices. Otra cosa es que esta imposición cuadre bien con nuestro calendario emocional, mucho más fluctuante, un territorio donde puede aparecer la culpa de no estar en sintonía con el ambiente y que nos transforme en ese Grinch tan denostado; el aguafiestas que circula en contra del mundo. «¿Pero por qué deberíamos sentir culpa si esto pasa?», se pregunta González Hermo. «Cuando hay temporada de fútbol, también nos bombardean continuamente con el fútbol; o cuando hay temporada de elecciones, nos bombardean continuamente con las elecciones. Continuamente desde la sociedad se nos bombardea con muchos mensajes y, sin embargo, parece que solo nos fastidia el de la Navidad». Desarrolla la psicóloga que la diferencia suele radicar, precisamente, en esa disonancia entre nuestras energías y los mensajes que rodean a estas fiestas, que dificulta que no seamos capaces de sumarnos al carro, «entonces me molesta». Sin embargo, en medio de este chaparrón adulto, surge una luz que hace que merezca la pena remar: un niño o una niña en medio del ambiente.
Menores en casa, un reseteo en la ilusión
Cuando casi teníamos olvidado qué era la navidad, de repente, un niño o una niña duerme en la habitación de al lado la noche del seis de enero, provocando un giro inesperado a la situación. Un niño que, según Carol Palma, no deja de ser una proyección de lo que fuimos. Y el ciclo, si no se resetea, sí cambia su trayectoria. «Cuando hay niños cerca es más fácil esforzarse por proyectar la magia del recuerdo que tenemos o de la imagen que desearíamos que fuera para hacerles felices. La presencia de los niños es un catalizador perfecto para evocar recuerdos, ilusiones y provocar escenarios», explica la psicóloga.
Parece, pues, que de alguna manera toda esa ilusión no había desaparecido, sino que vivía aletargada y sale a la luz cuando aparece el elemento que logre catalizarla. En cualquier caso, ¿es justo hacer recaer todo el peso de nuestro disfrute en ellos? La realidad es que, sin niños trotando alrededor, será nuestra forma de ser la que marque nuestra actitud navideña: «Si no hay niños, no hay catalizador y ya todo va a depender más de la personalidad de cada uno. Ya se sabe que hay personalidades con unos rasgos alegres, con capacidad de ponerle color a la vida aunque no sea Navidad y, si es Navidad, el entorno le enriquece más la propia esencia. Pero hay otras personalidades que son más racionalizadoras, donde no entran en el juego la magia de la época, incluso habiendo niños alrededor». Por tanto, no. Nuestro estado emocional y perspectivas frente a la Navidad no recae en exclusiva sobre los más pequeños. «La personalidad y el entorno de pareja determina mucho qué tinte le vamos a dar a las vacaciones de verano, Semana Santa, tradiciones y rituales vitales en general. Y la pareja es la que determina esto, no tanto la presencia de niños. No obstante, es cierto que cuando hay niños la vida es a todo color», reflexiona Palma.
Cachorros y tribu, la Navidad es de todos: aprender a disfrutarla
Antes se hacía referencia a esa confabulación universal para proteger las ilusiones de la infancia en Navidad. Sin duda, un hecho excepcional en un mundo que tiende a, cada vez, ponerse de acuerdo en menos cosas. Sin embargo, ahí está la mitad del planeta protegiendo a la otra mitad. Y aquí entran padres y madres, claro, pero también todos los demás modelos de familias. Es un juego en el que todos juegan un papel.
«Fíjate, todos respetamos que a los niños les brillen los ojos cuando se ilusionan pensando en que van a ver a Papá Noel. Nadie pincha ese globo. Esto es la prueba de que existe una conciencia colectiva. Porque, aunque no tengamos hijos, tenemos cachorros. Los niños son los cachorros de nuestra especie y, aunque no sean nuestros, sí todos sentimos una responsabilidad de cara al bienestar de los niños. Que sigamos haciendo eso quiere decir algo de nosotros, la presencia de cierta conciencia de colectivo, de humanidad, de responsabilidad para el otro. Puede que hayamos perdido esto hacia los adultos, que nos hayamos olvidado de que somos de la misma especie, pero con los niños sí lo tenemos. Eso también es algo de lo que representa la Navidad. La cooperación, la convivencia y el respeto; el que cada uno pueda disfrutar como quiera», apunta González Hermo.
La psicóloga aporta una interesante perspectiva. Es cierto, puede que te sobren las razones para aborrecer la Navidad, pero que te sobren las razones no significa que tengas razón. «El caso es que a veces, cuando una persona está enfadada con la Navidad, también se enfada con que los demás puedan disfrutarla. Pero es algo suyo el que, en estos momentos de la vida, en este año o en este momento, no sea capaz de sentir la energía o el disfrute que sienten los demás. Que me enfade no quiere decir que tenga razón. A veces nos agarramos a decir que la gente es muy hipócrita, que se llevan mal durante todo el año y luego en las Navidades todo parece que va bien. Bueno, pues sí, y quizás eso no es hipocresía, quizás esa es la flexibilidad que tenemos las personas de mostrar enfado, afecto, decepción, ilusión. Tenemos una variedad enorme de emociones y no tenemos que quedarnos en una, ¿no? Que uno esté enfadado y que argumente muy bien su enfado, no quiere decir que el enfado sea lo que toca, ni lo que deberíamos sentir todos». Por tanto, con hijos o sin ellos, quizás esta época sea una gran ocasión para mostrar nuestra capacidad de ser flexibles.
En cualquier caso, de la conversación con las psicólogas se desprende que será nuestra manera de afrontar estas fechas la que nos permita mostrar una actitud mejor o peor, independientemente de que tengamos o no 'cachorros'. Porque la realidad es que nada nos impedirá beber de esa emoción, pase o no por nuestro salón. «Creo que podemos aprender a alegrarnos por los demás. Puede que no me guste la Navidad, que no tenga muchas ganas de celebrar nada, pero yo decido si hacer una batalla contra todo y todos o simplemente pasar por el mundo entre calles más iluminadas. Se puede decir ''qué bien que tengo la calle iluminada, es algo distinto''; o puedo estar enfadadísima, quejándome y lamentándome porque no hay donde aparcar. Es mi elección lo que yo hago con eso. Así como es mi elección si celebro en familia o no; o si decoro mi casa o no; también es mi elección si incordio a los demás o no. Quien disfrute la Navidad también tiene derecho a disfrutarla».