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Los científicos avanzan para hacer viable el cultivo de pulpo a nivel comercial

e. abuín REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

Consigue supervivencias inéditas en la etapa larvaria, el principal cuello de botella

18 ene 2018 . Actualizado a las 10:44 h.

Hace tres lustros, el equipo de Pepe Iglesias en el centro oceanográfico del IEO de Vigo conseguía por primera vez cerrar el ciclo del pulpo. Repitió la gesta un grupo de Asturias un par de años después. Desde entonces, poco más. La posibilidad de sumar el pulpo al catálogo de especies domesticadas para la cría y engorde en cautividad se quedó en estatus de quimera, debido, sobre todo, a la elevada mortalidad de las paralarvas, con tasas a un nivel que hacían imposible pensar en el salto al cultivo industrial. Un cuello de botella al que había que sumar los problemas que ocasionaba una alimentación digna de sibaritas, a base de huevas de centolla -inviables de obtener justo en el momento que se precisaban-, y, por encima, difícil de costear en la explotación comercial de una especie.

Pero de un tiempo a esta parte, algo se ha movido. Los centros de Tenerife y Vigo, en el marco del proyecto Octowelf -coordinado por el IEO y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)-, han conseguido importantes avances en el camino a hacer del pulpo una especie acuícola. Tanto, que incluso el investigador vigués Pedro Domínguez, escéptico confeso del cultivo del cefalópodo, ha comenzado a creer. Y aunque no se atreva a poner fecha a un posible salto comercial de lo que ahora son experimentos, sí cree que no está demasiado lejos. Al menos no tanto como anteriormente se temía.

¿Qué ha cambiado? Todo. Solo quedan los tanques negros de 500 mililitros que se emplean en el cultivo. Se han aprovechado los conocimientos de estudios anteriores, que habían determinado cuestiones relativas a la luz y el agua, pero se ha cambiado radicalmente a nivel tecnológico y hasta «el protocolo de cultivo es distinto», señala Domínguez, el investigador que participa desde Vigo en el proyecto.

Y aunque se resiste a concretar qué avances se han producido para asegurar que se trata de «un punto de inflexión», apunta que se han logrado la supervivencia de las larvas del 75 % a 65 días, cuando en los experimentos anteriores a esas alturas ya no quedaba ninguna viva.

Asentamiento en el fondo

En esta ocasión, además, se ha conseguido un crecimiento notable de las larvas, hasta el punto de que algunas llegaron a ese tamaño en el que ya abandonan la fase planctónica -en la que se que desarrollan en la columna de agua- para iniciar la de asentamiento en el fondo marino, donde el pulpo reside en sus etapas juvenil y adulta.

Domínguez recalca que esas supervivencias no se han logrado una sola vez, sino en varios ensayos realizados. Y hasta ahora, nadie lo había logrado. Es más, en otros experimentos las larvas morían a los 30 o 40 días, «a no ser que se las alimentara con centollo». Algo «complicado», porque no es normal que se emplee una especie comercial para producir otra y porque «había que rezar para que el crustáceo ponga cuando el pulpo está naciendo».

En la alimentación está otro cuello de botella, no tan estrecho como el cultivo larvario, pero todavía pendiente de resolver. En ello están en los centros del IEO de Vigo y Tenerife, con buenas perspectivas, pues el centollo apenas figura en la composición nutricional de su alimento.

Corta vida y rápido crecimiento

Con el pulpo en precios históricos debido al cóctel explosivo que forman escasez y alta demanda, su cultivo, más allá del simple engorde que ahora se hace, empieza a ser visto como una buena vía de diversificación del sector. Si a eso se une que el cefalópodo posee unas elevadas tasas de crecimiento y un ciclo de vida corto, se convierte en un candidato ideal para la acuicultura comercial.